martes, 30 de diciembre de 2008

Un guion para Visconti


RETORNO A BRIDESHEAD, de Julian Jarrold
Lo segundo mejor que puede hacer una adaptación -descartado el superar a la obra, como en el caso de La colmena de Mario Camus- es mostrar lo bueno que debe ser el libro. Y esto es precisamente lo que hace esta película, que es, además, un excelente retrato del catolicismo confrontado con el anglicanismo.

Evelyn Waugh fue un escritor, al parecer, excepcional. De nuevo no he leído nada de él, pero la objeción que Orwell puso a su obra -dijo que "Waugh escribía todo lo bien que se puede escribir teniendo opiniones insostenibles"- me lo hace aún más apetitoso que la película. (El cruce entre el intelectual y el escritor conduce infaliblemente al moralista que no hace literatura sino filosofía política o historia -véase si no al propio Orwell, que es plano.)

La película combina planos espectaculares con una trama (tomada, al parecer, del libro) y una dirección excelentes. El director hurta los rostros cuando lo tiene que hacer y realiza un trabajo que se puede calificar como impecable. Los actores están contenidos (esto lo dicen ellos siempre, quizá porque sueñan todos con el proscenio y sus excesos, pero esta vez es verdad) y el actor principal, Mathew Goode, que encarna al pisaverde y pintor Charles Ryder, está sencillamente excepcional (aunque interpretar a un inglés sea bastante más descansado que interpretar a un brasileño).
El reparto lo completa una ya anciana -¡vaya!- Emma Thompson en el papel de una Madonna católica que todo lo da y todo lo exige.

La cinta deja el sabor de unas impresionantes localizaciones y respeta varias perlas del texto de Waugh:
"A los profesores trátalos con indiferencia, como al vicario" (así le dan consejos antes de ir a Oxford).
"Estas amistades románticas se ven bien siempre que no duren demasiado" (así le llaman maricón al personaje principal).
"Tú no eres de la pandilla de nadie. Ése ha sido siempre tu problema" (así le llaman pisaverde).
O: "Catolicismo, una extraña religión, ¿verdad?"

Uno se queda al final con la pregunta de qué habría hecho Visconti -ese genio retratando el lujo, esto es, retratando al verdadero hombre, que no es sino el que vive en el lujo- con este libro. La simetría del plano final de "El inocente" es sólo una muestra que nos mortifica.

sábado, 27 de diciembre de 2008

L.A. con todas las colillas en el suelo


BUSCANDO UN BESO A MEDIANOCHE, de Alex Holdridge
Los amateurs -lo hemos dicho antes aquí- lo han hecho todo. Y en esta película demuestran que, bailando su vals de las imperfecciones y con sus guiones escritos "entre todos" (por mucho que el director sea el único guionista, este guión está "participado") llenos de flecos aquí y allí (lo que sólo demuestra que no se está haciendo un pret a porter), saben hacer hasta lo comercial (aunque el cine independiente americano nunca haya sido muy independiente, sino algo así como el producto de un intelectual americano que -lógico- no se toma a sí mismo en serio).

La película toma prestado el estilo documental, un estilo que, por el blanco y negro (el coffee and cigarrettes irreal de Jim Jarmusch que te mete en la diégesis) y el tema (la juventud) a uno le recuerda los documentales con sonido en directo del Free cinema inglés, al estilo de "Sábado noche y domingo mañana", de Karel Reisz, si la memoria no me falla. Y quedará por lo mismo que queda éste. Por pura sociología y por pura honestidad en el tratamiento.

No quiero hacer una apología de lo indie, entendiendo por indie lo independiente anglosajón, porque, como decía más arriba, los anglosajones, con el proyecto de salvaguardar la democracia, no se toman a sí mismos en serio y no ponen nada patas arriba, no vaya a ser que la gente deje de participar y de envolverse en la bandera cada cuatro años y de donar a Wikipedia en los tiempos muertos. "¿Y entonces qué hacemos?" Y no la hago porque el buen arte, como decía Vargas Llosa, es deicida. Y también cabría añadir que suicida. Pero sí se agradece una comedia como ésta en la que sale el negativo de Hollywood, en la que se incumple o al menos se diluye la Poética de Aristóteles, en la que salen todas las colillas de Los Ángeles, las que barren del suelo antes de comenzar un rodaje. Y esto por mucho que ya conozcamos lo que nos van a contar: quién es el amigo (básico en las indies), quién la novia, quién el extraño del que se va a reir todo el cine...

El final (uno esperaba que, quemando ya del todo la Biblia de la Poética, no hubiera desenlace) queda demasiado largo. Pero es que quedaba el turno de uno por escribir. Se les había olvidado.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Decadencia

Acerca de ESTÓMAGO, de Marcos Jorge
Estómago no es otra cosa que un guión previsible y mal escrito que halaga a cada uno de los países que participan en la coproducción. Lo que nos faltaba es que, una vez que el cine nacional sirve fielmente a los partidos que lo financian, el internacional organice product placements que hablen de las bondades de los productos de la tierra de los que han puesto el dinero.

La película deja un infalible sabor a decadencia: Juega a documental, pero carece de fuerza reivindicativa, es una comedia carcelaria, si es que hay algo más triste, y además utiliza ideas manidas como la conexión entre sexo y comida que ya plasmó, por ejemplo, Roland Topor en su abecedario.

Pero volvamos a la decadencia. Decadencia del cine brasileño que, por lo menos a juzgar por lo poco que ha llegado aquí, (Carandiru, Tropa de élite), no le llega a la suela de los zapatos a la antigua argentino-brasileña El beso de la mujer araña. Y decadencia de la Seminci de Valladolid (el único festival que quedaba a nivel nacional) que, cómo no, ha premiado este "Estómago". No haremos juegos de palabras de mal gusto con el título, pero sí se podría hacer un poema.
Porque la Seminci ha premiado, por ejemplo, con anterioridad a:
El niño salvaje,
Los comulgantes,
El manantial de la doncella,
El dulce porvenir,
Luis II de Baviera,
La ley del silencio,
El que debe morir,
Y el séptimo sello.

martes, 23 de diciembre de 2008

Desesperada musica de acordeon


FILANTRÓPICA, de Nae Caranfil
Cuenta Herman Weinberg, en "El toque Lubitsch", que los rusos tienen una bebida llamada kvass y que en el fondo del kvass hay una pasa que le da un sabor especial. "Los actores rusos -continúa Weinberg- solían decir: "Si encuentras la pasa, toda la botella es buena."" Todo esto viene a cuento de que Lubitsch solía encontrar su pasa.

La película rumana que nos atañe no tiene una pasa al fondo de una aristocrática botella de kvass de Mitteleuropa. Más bien se trata de la ordinaria pera que nació ya borracha metida en la botella de licor o de nuestra endrina del pacharán. Los rumanos son latinos -aunque también son centroeuropeos- y eso se les nota.
Filantrópica podría ser italiana y tiene una influencia clara del Azcona de las películas de Berlanga. Pero también tiene la música de acordeón (por cierto, la preferida de Baroja), la poesía y la desesperación del Este, y la fuerza de la prosa gamberra y triste del samizdat ruso (Moscú-Petushkí, sin ir más lejos). Y el director encuentra su pasa.

Me hago barruntos de que los rumanos llevan varios años haciendo el mejor cine europeo a golpe de miseria y de denuncia (véase el cine de Cristian Mungiu).
Filantrópica quizá no sea una película-mundo, pero sí es una película-mundillo, una película-nación, nacional, una película de postguerra o similiar que nos muestra todo lo que hemos perdido en España: el lecho tibio de la pobreza y los cafés desde los que un tuberculoso (el propio Caranfil) escribe guiones que ponen patas arriba un país.

Un ejemplo de la pera del licor o del melocotón en almíbar que ha encontrado Caranfil: Se presenta un niño mendigo. - Ese niño tiene Sida., dice alguien. - No importa, le contestan. En Rumanía no te mueres de Sida, te mueres de gripe.

Nuestras noches de video-clip


MY BLUEBERRY NIGHTS, de Wong Kar Wai
La noche, el amor perdido, la idealización del amor, el desarraigo, los coches y la basura (y los dulces) son los últimos reductos de una generación de treintañeros que combate el amor con bares (escenario de adolescencia aún) y tartas y que juega quedarse despierto cuando sus padres hace tiempo que ya les han dicho que se vayan a la cama. Son los estadios del calvario de una generación X malparada que no tiene mucho de qué quejarse y que idealiza el amor puesto que idealizar el amor (que es idolatrar a la juventud) es el último defecto del subhombre que no puede crecer.

Wong Kar Wai ha jugado a pintar un cuadro de Hopper, una colección de estampas navideñas de soledad -el abandono, el borracho, la amistad, la reconciliación...- cuya recaudación va dirigida a una asociación de autoayuda o algo así. Una asociación que, como suele ocurrir en la "vida real", explota la soledad más que denunciarla.

La película sólo adquiere sentido cuando insiste en los primerísimos primeros planos, en el exceso (la genialidad sigue estando desde Shakespeare a un paso de lo grotesco).
La película halaga al espectador con su buenismo y degenera en una especie de trama de Vacaciones en el mar o una road movie acrítica donde todo el mundo es bueno y tiene que emparejarse y donde lo único que se salva son esos lugares fuera del tiempo y lejos en el espacio donde nos conocimos, donde vivimos, donde nos vimos por última vez, como indican los acertados intertítulos: tantos días y tantos kilómetros. O el teléfono. Pero otros lo han hecho mucho mejor que él: Atom Egoyan, Wayne Wang , Kim Ki Duk...

La fotografía es soberbia, sí, pero virtuosista, inexpresiva, oriental, a un paso de la colorterapia de la que tan aficionados son los del lejano oriente. Pero uno no está, como decía Cela, para psicoanálisis, terapias olfativas ni para cualquier otro género de socorrida mariconería. A uno hay que decirle las cosas más claras. A uno hay, por lo menos, que decirle algo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Nazismo p.c.


LA OLA, de Dennis Gansel
Después de una larga época de barbecho arriba, llega, viene "La ola" de Dennis Gansel, una película que trasvasa -de forma un poco injustificada- un experimento social y pedagógico estadounidense a la Alemania actual.

De forma injustificada porque, conocido ya el fascismo alemán, estaría bien ver qué caracteres tiene el fascismo norteamericano y porque la caracterización de este fascismo americano hubiera sido una prueba de fuego para conocer de una vez la ideología de un guionista esquivo. Pues el fascismo norteamericano no podría ser jamás como el continental, esto no lo digo yo, lo dice Phillip Roth, que escribió una novela sobre el asunto, y enseñar lo que es el fascismo -ojo, el europeo- a un yankee sería tan difícil como describirle una catedral europea, una gran catedral invertida, a un ciego (Carver).

El telefilm se queda desgraciadamente en una fenomenología ambigua y cursi acerca del fascismo retratada por uno de esos pedagogos que creen que detrás de una clase con las mesas en fila se esconde Goebbels. El fascismo se refleja así como reacción contra la liberalidad o el libertinaje, nunca contra el liberalismo (Hayek), lo que sería más atinado y arriesgado. Además de que no estoy muy seguro de que la disciplina escolar influya tanto. Estas caricaturas del fascismo no ayudan mientras el socialismo se enseñorea en el mundo y los Estados crecen y crecen por nuestro bien aunque no se lo haya pedido nadie.

Uno cree más bien -contra la película- que el fascismo arraiga en los chicos porque no es sino la enfermedad juvenil del hombre. (Véase Jarhead, de Sam Mendes, que no es fascista, es juvenil y nada más, pero cuesta distinguirlo.)
¿Quién no ha pensado cuando le explicaron de joven, qué sé yo, la teoría de la justicia de Rawls que a ésta le faltaba algo? "Sí, coño, la fuerza. Eso es lo que le falta." Y eso es el fascismo.

Pero la película empieza siendo alemana y permanece alemana hasta el final. Los alemanes no pueden concebir que el modo continental de hacer filosofía -su modo de hacer filosofía- haya tenido algo que ver en lo de 1940-45. (Piensan que con la reforma de la educación en el período de posguerra -copiada de EE.UU.- ha sido suficiente.) Hay una regla fija en las mentes de los hombres: ninguna sociedad se critica a sí misma, ninguna sociedad se ríe de sí misma, sino a través de sus propias categorías.

En una escena de la película los chicos salen de copas y el director aprovecha para meter inopinadamente imágenes subliminales con cruces gamadas y otros símbolos del fascismo. Un intento desesperado por explicarlo.

domingo, 19 de octubre de 2008

Han perdido el nombre

QUEMAR DESPUÉS DE LEER, de Joel y Ethan Coen.
En la reseña de No es país para viejos escribí -disculpen la cita propia- que el manierismo con ínfulas de cine independiente de los hermanos Coen tenía el inconveniente de que éstos pudieran perder el apellido. Pues a todos los que se llaman Coen o Cohen -o Kahn, Kohn o Kahan, entre otros- se les puede, en la tradición judía, retirar el apellido si no están a la altura de su nombre. Y los Coen siempre han dejado, decía entonces, el asunto en el filo de la navaja.

Ahora ya han agotado mi paciencia. No hay nada más desagradable que estar sentado en un cine en el que todo el mundo tiene la risa presta, rápida e infantil y tú estar sin poder reirte de nada, no sabiendo si es que son idiotas o si hay algo más. La situación recuerda a la de El guardián en el centeno (que también es un libro que halaga al espectador, pero que ya forma parte de nuestra sociología) en la que el protagonista caminaba con placer y asco en dirección contraria a las colas que se formaban en los cines de Nueva York. ¿Quién no ha sentido esto cuando era más joven y no había olvidado todo lo que hemos olvidado ahora?

Y es que algún contrapicado y cierto retrato de personajes norteamericanos y patéticos típico de los Coen no basta. Pero la cosa, como ocurre siempre, viene de lejos. Hay una escena en "El gran Lebowski" (que es una adaptación de El gran sueño, de Raymond Chandler) en la que los gemelos retratan al ser más desagradable del mundo en su opinión: un viejo rodeado de una profusa biblioteca al calor de la lumbre. Así de rebeldes son los Coen, entre comedia y comedia. Que dilapiden su talento como les venga en gana.

Por supuesto, Quemar después de leer ha sido "bien valorada" por la crítica. El crítico es una animal torpe y tropezón que otea todo lo que le pueda dar dinero y prestigio (esto es, dinero y más dinero, dinero a corto y a largo plazo). Es decir, el crítico busca un cine lo suficientemente chusco como para que sus críticas no sean minoritarias y lo suficientemente pedante como para justificar la peana desde la que pontifica. Lo triste de ello es que es de naturaleza tan miserable que, a fuerza de repetir las mentiras en público, en mil emisoras y periódicos, se acaba creyendo su propia necesidad, que no es más que una mentira. Y aquí la única verdad es que a los hermanos Coen hay que ponerles nombre. ¿Alguna sugerencia, Aarón?

miércoles, 1 de octubre de 2008

A un paso de la catastrofe


VICKY CRISTINA BARCELONA, de Woody Allen
Los poetas, escribía Thoreau, deberían tener la piel curtida por el aire frío de la mañana y las manos callosas de derribar secuoyas. Algo así. Lo que sí es seguro es que deberían tener las entrañas de acero made in Germany para mostrarse impermeables al halago y a la alabanza, al agasajo y al festín.

Duele ver una película como Vicky Cristina Barcelona. A pesar de que sea una comedia de Woody Allen, cuyas comedias son siempre muy inferiores a sus dramas, a pesar de que la crítica la haya puesto bien, lo cual es una garantía de que no funciona, y, finalmente, a pesar de que Minicultura le haya obligado a poner "Barcelona" en el título, como si fuera un product placement de Al salir de clase (Venecia nunca le hizo eso). Y duele porque Woody Allen nunca había caído en una comedia costumbrista.

La película consiste más o menos en un turístico tour franquista por la España de la partitocracia, del mismo tipo de aquellas películas de Cifesa o de la sucesora de Cifesa que mostraban sobre todo el cielo azul de España, mucho cielo azul, y que, cuando los protagonistas llegaban a Madrid, se ponían a dar vueltas en coche alrededor de la Cibeles. Duele ver a tan excelente dialoguista (y por tanto psicólogo) metido en estas tareas por estos lares. Pero es que aquí seguimos vendiendo turismo. "Abrácela mientras ella mira a la Giralda, dense un beso delante de la catedral de Santiago..."

Traer a Woody Allen a Barcelona y hacer esto es como estar en Venecia y, como aquel castizo español, no ver más que un (excelente) criadero de berberechos. Algo propio de "l´avara povertà di Catalogna" a la que se refería Dante.
Y "Woody" ya se cita a sí mismo en forma de sus ciudades: Londres, Barcelona, Oviedo... Es lo que pasa cuando el artista -ese alma débil- queda agradecido y comienza devolver la mariscada en el teatro Campoamor. Las mariscadas, querido Woody, se devuelven vomitadas.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Dios, pero en off


LA PRINCESA DE NEBRASKA, de Wayne Wang
La antepenúltima de Wayne Wang me coge leyendo El hombre unidimensional de Marcuse y lo que dice el alemán le va que ni pintado a la buena película del asiático-norteamericano.
Que la "alta cultura" sucumbe a la democracia es un hecho bien conocido. Al pueblo no se le puede preguntar sobre política y pretender que se calle sobre arte, sobre el contenido de los grandes museos, sobre todo lo demás. Y entonces la plebe coge y patea a Eliot, a Thomas Mann, a Visconti.

Pero Marcuse va más allá. Le cito: "El nuevo aspecto social es la disminución del antagonismo entre la cultura y la realidad social, mediante la extinción de los elementos de oposición, ajenos y trascendentes de la alta cultura, por medio de los cuales [la alta cultura] constituía otra dimensión de la realidad." Esto es lo que se echa en falta hoy: elementos salvajes, sentidos, o bien corporales o bien trascendentes, de oposición a la realidad. Y nos falta, según Marcuse, porque la sociedad tecnológica moviliza a todos los ciudadanos sin excepción y a todas las palabras, a todas las creaciones de sentido. Nadie se le opone, a todos los integra con un nivel de vida cada vez mayor. Y así, los caracteres perturbadores "como el artista, la prostituta, la adúltera, el gran criminal, el proscrito, el guerrero, el poeta rebelde, el demonio, el loco", protagonistas de la novela del XIX, se sustituyen por aquellos que se ganan la vida más ordenadamente, aun en los márgenes. Ya que la sociedad los incluye a todos.
La sociedad bidimensional desaparece y aparece la sociedad unidimensional, sin otra dimensión fuera de ella que se le oponga.

Y así Wayne Wang ha querido contar la historia de una prostituta, de una chica que quiere abortar, de uno de esos niños de los hipermercados, que come, vive y roba vigilada por un guardia jurado, permanentemente, desde los nueve hasta los dieciocho años. Y además darle un final trascendente, religioso (Wayne Wang y la religión), algo así como Viaggio in Italia de Rossellini. ¿Pero en qué dimensión? Recordemos a Marcuse: La sociedad tecnológica lo cubre todo, nada se le opone, ni siquiera Dios. Y por eso el final no tiene nada que ver con el estilo trascendental en cine. Es como darse de bruces con una pared en vez de encontrar a Dios (y de ahí quizá el plano final). Es como leer a Baudelaire, sí, pero un Baudelaire comprado en el supermercado. (Cuando aparece Dios no sientes apenas un poco que se te acelera el corazón.)

Cierro con Marcuse: "Para la expresión de ese otro orden, que es trascendencia dentro del único mundo, el lenguaje poético depende de los elementos trascendentes en el lenguaje común. Sin embargo, la movilización total de todos los medios para la defensa de la realidad establecida ha coordinado los medios de expresión hasta un punto en el que la comunicación de contenidos trascendentes se hace técnicamente imposible. El espectro que ha perseguido a la conciencia artística desde Mallarmé -la imposibilidad de hablar un lenguaje no reificado, de comunicar lo negativo- ha dejado de ser un espectro. Se ha materializado."

domingo, 7 de septiembre de 2008

Un revolucionario ganandose el pan


CHE, EL ARGENTINO, de Steven Soderbergh
Sin que tenga nada que ver con las películas que intento ver y luego reseñar en esta gavilla de críticas -la última, allá por los agostos, la magnífica Trabajo ocasional de una esclava- no está mal de vez en cuando pasarse por el cine para ver una típica producción hollywoodense, como es ésta, siempre y cuando eso no nos haga bajar el listón.

Con esta insulsa adaptación de los "Pasajes de la guerra revolucionaria" los norteamericanos han dado la sensación de estar peligrosamente de vuelta, una vez más, de lo que está pasando en Iberoamérica. La tesis, expuesta tímidamente y con unas cuantas excepciones simbólicas de las que se irá hablando, es que al Che se le puede tratar "justamente" (y eso se agradece) porque al fin y al cabo es agua pasada. Y de ahí la pregunta inicial que se hace la película: "¿Si los Estados Unidos hubieran podido convencer a las élites sudamericanas para hacer las reformas necesarias en materia de reparto de tierras y de privilegios, seguiría teniendo sentido su revolución en Cuba, señor Guevara?" Dudo que en Sudamérica haya habido muchas reformas, pero en cualquier caso échese una ojeada al mapa: Daniel Ortega en Nicaragua, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia y Lugo en Paraguay. La tesis inicial es, desgraciadamente, falsa. Sólo hay fabianos (y no muchos) al norte del Río Grande. Los espaldas mojadas impugnan el sistema al completo.

Los planos irónicos, las excepciones a las que hacía referencia, son el cartel de Rumanía (Ceaucescu) que encuadra el discurso de Guevara en Naciones Unidas y un par de gatos negros que no se le acaban de cruzar a Guevara por el camino a Santa Clara (como si el marxismo, indestructible, estuviera dispuesto a una nueva transformación o Umstüpung, a una nueva vuelta del calcetín, con supersticiones o sin ellas).

Mientras tanto nos reímos (¿qué diría Martin Amis de las risa acerca de Guevara, es o no es asimilable a la risa sobre Stalin?) con las interpretaciones calcadas de Benicio del Toro (Guevara) y Demián Bichir (Castro), disfrutamos de algunas buenas frases racionalistas como que "el capitalismo no es la expresión de la naturaleza humana" o que "las revoluciones no se exportan, sino que surgen del interior de los paises" y gozamos con la épica de la revolución y la estética de una "América irredenta".

Pero al final la película degenera en una tópica cinta de acción, con el clímax en la famosa toma de Santa Clara, que hizo que el régimen de Batista se desmontara como un castillo de naipes, y con bellas explosiones al lado de las palmeras (las palmeras están hechas para que algo les explote al lado, las palmeras llevan a las explosiones, son explosiones vegetales).

Y no hay ni un encuadre malo. Los directores artísticos y de fotografía de Hollywood están muy por encima de los europeos. Y eso es lo que queda en los restos de la Coca Cola con la que has salido de ver la película de Guevara: la enorme superioridad audiovisual norteamericana. (Si Europa lo permite como ahora lo está permitiendo).

jueves, 7 de agosto de 2008

Pavana por un sesentero difunto


TRABAJO OCASIONAL DE UNA ESCLAVA, de Alexander Kluge:

"Trabajo ocasional de una esclava. ¿De qué esclava?" Así no se puede ver esta película. Ni tampoco se debe hablar de la nietzscheana rebelión de los esclavos, que es lo que se llevaba cuando se filmó. Ni siquiera conviene hacer referencia a las citas absurdas que aparecen, de Engels y de Marx. Todo esto es ser injusto con la película. Y no sólo porque entonces todavía se hacían películas contra algo (y de ahí Marx y Engels, fundamentalmente), sino porque esta gente, allá por los setenta/sesenta, ni siquiera se acababan de tomar en serio a sí mismos. Y hacían muy bien.

Roswitha (tómese en consideración el nombre) es una mujer que "para poder tener más hijos practica abortos". Abortos con Martini, porque el aborto termina siempre con un brindis con Martini. Pero el aborto se trata sombríamente, nunca de forma dogmática. Y, cuando deja lo del aborto, pasa a vender perritos calientes envueltos en panfletos revolucionarios.

Dejando de lado lo inocentes que eran por entonces (cosas básicas de la vida creían que las habían inventado ellos (el sexo como liberación, sin ir más lejos) y eran, por lo tanto, revolucionarias), hay que destacar sus grandes invenciones: el sentido del humor situacionista, la perpetua ironía (ironía que supongo que improvisaban en el rodaje), la sabia convicción de que no nos es dado cambiar nada y que por lo tanto lo mejor es dejar las cosas como están pero criticar sin cesar. No se creen ni el feminismo de Roswitha ni el acertado retrato de su marido como un monstruo.

La película, sí, forma parte de esos grandes trabajos de fin de carrera de los sesenta. Los amateurs, siempre los amateurs son los que lo empiezan todo y los profesionales los que lo terminan. Y de ahí mi odio al eslogan americano del profesionalismo.

Trabajo ocasional de una esclava: ¿documental, cine-verité, documental de ficción o ficción pura? Pasodobles, rumbas... una preciosa fotografía en blanco y negro, muy nítida, la mirada de los niños hacia el futuro (unos niños que les traicionaríamos) y una de las sonrisas más sinceras que quepa imaginar, la de la actriz protagonista. Y jugando, siempre jugando. Los adoro. Y baste esta crítica para expresar una verdad acerca de ellos: No eran unos dogmáticos. Precisamente, lo que no fueron nunca es dogmáticos.

domingo, 20 de julio de 2008

La critica imposible


YO SERVÍ AL REY DE INGLATERRA, de Jirí Menzel

Conviene ser sinceros. No he leído nada de Bohumil Hrabal, pero sí recuerdo que fue él -el autor de la novela en que se basa esta comedia- el que le dio la bienvenida a Clinton en Praga en su cervecería favorita diciéndole que "sólo" llevaban esperándole 50 años. Esto da una idea de la catadura del personaje. ¿Se puede esperar a cualquiera de los Clinton siquiera 5 minutos? Resulta indignante. Ningún autor del núcleo duro del samizdat hubiera dado la bienvenida a Clinton así, moviendo la cola como un perro zalamero. La verdad es que ningún autor del samizdat le hubiera dado ninguna bienvenida a alguien como Clinton (al que además las circunstancias y sólo las circunstancias ya daban la bienvenida). Hrabal se retrató.

Y así, Yo serví al rey de Inglaterra arranca con fuerza, pareciendo ser un compendio muy consecuente de todo lo que más jode a los comunistas: aprovechar las potencialidades del cuerpo, el dinero, la comida y el sexo, todo ello mediante un realismo mágico muy agradable, ratos de slapstick y guiños a Chaplin (como me indica Eduardo). Pero cuando llega el comunismo, Hrabal se baja del tren y aún mucho antes convierte la película en un manual de historia checa y hace que la crítica al régimen sea imposible. Nadie nunca ha podido criticar a los comunistas desde dentro. O se estaba fuera -como lo estaba el samizdat- o no se criticaba nada.

Al final, el director sirve una austera comida al espectador (una comida comunista) que se supone que ambos han de acoger al menos con una media sonrisa. Y éste era el disidente.

Auden, como dijo Brodsky, expresó muy bien lo que era vivir bajo el comunismo. Escribió: "... they lost their pride/And died as men before their bodies died." Perdieron su orgullo/y murieron como hombres antes de morir sus cuerpos. ¿Le pasó a Hrabal?

jueves, 17 de julio de 2008

El humor del koljos

PROMÉTEME, de Emir Kusturica

De acuerdo, Kusturica es un provocador (lo que ya es bastante malo en sí), pero no hace gracia. Su humor oscila entre el humor del koljós (burdo y una miaja temeroso, que es probablemente de donde viene) y el humor nacionalista, chauvinista, que siempre tiene algo de francés, como de Luis de Funes, que es probablemente a donde va. Y ninguno de los dos tienen gracia.

Cuentan los que leen libros de cine que los norteamericanos se enfadaron mucho con Lubitsch porque éste incluyó el siguiente chiste en Ser o no ser: Un nazi dice de un actor: "Lo que está haciendo él con Shakespeare es lo que vamos a hacer nosotros con Polonia." Lubitsch negó que fuera un chiste de mal gusto. Es bien sabido que los norteamericanos ven la moral en todas partes porque son unos puritanos. La frontera es permeable. El sentido del humor es y no es moral. El sentido del humor también es salvaje. Y si es salvaje ha de revelarse contra el buen tono de forma igualmente salvaje, cosa que Lubitsch hizo y por eso se negó a pedir disculpas.

El humor de Kusturica, o su no humor, es ofensivo en su vitalidad desbordante, es un humor del porrazo y tente tieso, más que de slapstick. Pero lo único que nos enseña es que Serbia acaba de salir de una dictadura, o cosa parecida, una dictadura de campesinas recias, como aquella bailarina de ballet a la que Stalin puso sobre sus rodillas después de haber bailado para él para decirle: "Come, bonita, que estás muy flaca".

Lo mejor de la película es la música, pero es gitana. Y es que Kusturica es alguien que quiere ser gitano pero no se entera de nada.

martes, 15 de julio de 2008

La pequeña narrativa


ALEKSANDRA, de Alexander Sokurov
¿Cómo habría que denominar estos ejercicios del último cine europeo? Son povera, hipnotizantes y un poco desoladores. Atrás quedaron las grandes apuestas -E la nave va, Ludwig, Stalker, Fanny y Alexander-, los grandes órdagos de unos locos que tenían los cojones de oro y el cerebro repleto de nitrato de plata y ahora tenemos a un regimiento de tímidos que se han guarnecido detrás de las cámaras. Atrás quedaron las grandes narrativas, como ballenas baradas y en proceso de extinción, según dejó dicho Umbral, y ahora no tenemos una propuesta artística clara y nos refugiamos en el mensaje más o menos ecléctico y sin convicción. Y esto es un error. Hay que sacar a estos brillantes cobardes de sus cuarteles de invierno y hay que volver a hacer películas con mucho dinero y con mucho valor. Hay que combatir. El gran cine, más allá de La hamaca paraguaya, siempre ha sido la novia cara de Bergman. (Quizá la culpa la tenga la magnífica Signos de vida, de Herzog.)

Las nuevas apuestas cotizan a la baja y son realistas y costumbristas, que eso siempre está ahí, el realismo y el costumbrismo. La Babushka con su trenza, el soldado con su kalashnikov. Pero con el costumbrismo ocurre como con la definición de "filosofía" (amor por el saber), esto es, que a un griego no le dice nada porque ya sabe lo que es. A un ruso esta película tampoco creo que le diga mucho.

Pero estoy cargando las tintas. Sokurov esta vez no ha intentado filmar el plano secuencia más largo ni otros records del mundo. Ha demostrado que -si no se es yankee- se puede hacer una película de guerra tan sólo dosificando la tensión. Y ha narrado los tiempos muertos, esas muertes en vida que son peores que las muertes de verdad -como decía el oficial de Riso Amaro- de un ejército aislado. Pero Sokurov también está acuartelado y rara vez entra en combate.

Pero quizá esté cargando las tintas. Hay un par de planos bellos y austeros. Y también algo valientes, un peu.
Aleksandra: su nombre quizá pueda querer decir "la que odia a los hombres". La que los odia un poco, en algo, en algún sentido, que no están los tiempos para generalizaciones.

martes, 8 de julio de 2008

Demasiado eterno para mi gusto


ALIENTO, de Kim Ki-Duk

"La historia de una mujer despechada que encuentra consuelo visitando a un condenado a muerte." Y escrita por el ingrávido Kim Ki-Duk. Las crónicas no podían sonar mejor, pero la verdad es que he salido de la sala y no sé qué decir, no sé qué escribir y no sé qué pensar. Y no voy a dejar pasar la noche porque mañana seguirá sin ocurrírseme nada.

Kim Ki-Duk es un tramposo. Aísla todo lo perturbador con ese aspecto de ejercicio de fin de carrera para dominar el universo diegético mediante lo minimal y crear una fábula con un Dios bondadoso que no puede terminar mal. Lo minimal se ha convertido ya en realidad en el recurso para dominar el mundo de la ficción que ha creado. Para situar sus "intervenciones", porque, más que como minimal, hay que verlo como a un artista moderno con gran talento para las manualidades con los objetos de uso cotidiano.

Pero Kim Ki-Duk debe ser mucho más. Dioses, celdas, el tiempo, las estaciones..., hay algo puramente coreano que se nos escapa. Kim Ki-Duk, en su Corea natal debe sonar a algo así como a Almodóvar, en el sentido en que Almodóvar también pretende retratar, sobre todo y ante todo, su país natal, y lo moderniza, lo pone al día. Kim Ki-Duk es budismo para una sociedad con una inmensa soledad, una soledad rayana en el absurdo. Una sociedad para la que la naturaleza es el fondo de una pantalla de ordenador.

Kim Ki-Duk ya se repite (la película se parece mucho a otra suya anterior) y es eterno, demasiado eterno para mi gusto. Es eterno como una de las breves aventuras de Charlot, y así se le verá. Aunque quizá tanta eternidad le haga envejecer mal. Al menos no es ésa la vejez que yo espero, es una vejez sin arrugas, una vejez que no ha vivido la vida.
Kim Ki-Duk es congruente -perfectamente congruente- pero más con su propio estilo minimal que con la realidad, con el mundo.

viernes, 4 de julio de 2008

Retrato de la ultima frontera


LA ESTRELLA AUSENTE, de Gianni Amelio

Si hay algo bonito es el arranque de La caída de los dioses (me refiero a la película de Visconti, no a la de Wilder, cuyo comienzo además fue censurado por él mismo, así que vaya lo uno por lo otro) en la que el director italiano retrata toda la belleza del mundo del trabajo –un alto horno- con esa sensibilidad de alguien a quien le horroriza el trabajo.
Otro genio retratista del mundo del trabajo y su influencia sobre el homo faber ha sido Antonioni, en El desierto rojo, por ejemplo.

Gianni Amelio ha cogido todas estas referencias y ha hecho una película muy salvable y ecuánime acerca de la última frontera, acerca de ese enigma que es la China. Y no nos extraña nada que, con estos maestros, sea un italiano el que haya llevado a buen fin una de las grandes películas acerca de la modernización de aquel país: paisajes áridos para los sentimientos, a lo Stromboli, niños y bicicletas para los momentos alegres, el mejor McGuffin en mucho tiempo (que incluso se lo perdonamos) para la trama principal... Y una China que huele a tiendas de campaña del Oeste, a caravana, a optimismo, a lo que dicen los chinos que huele. Ellos sabrán.

La película exprime cada plano. Cada camión aparece cuando tiene que aparecer. Cada carricoche aporta toda la expresividad que el guión necesita. La producción no es de extrañar que sea de un De Laurentiis. Los planos están llenos de esos trucos visuales, de esos trampantojos italianos que demuestran que todo es un juego, que rompen la transparencia y te hacen sonreír. Y uno sale del cine con la esperanza parcialmente recuperada y pensando que La estrella ausente es una buena película europea, la primera desde que comenzó la "era de los obituarios".

jueves, 3 de julio de 2008

Juventud sin ideologia


Al hilo de AN AMERICAN CRIME, de Tommy O´Haver
Asomarse a la juventud norteamericana desde Europa, desde las películas juveniles de Godard, da la sensación de ser asomarse a un abismo en el que no cabe la ideología, sino sólo cascos vacíos de Coca-Cola. En este abismo no cabe la heroicidad, que vendría dada por la ideología, por el pensar a la contra, por la gracia situacionista y juvenil, sólo cabe el aburrimiento o la colisión con la ley de un sistema perfecto.
Quizá es que lo sea. Me explicaré: Hegel dice que nos es imposible criticar algunos aspectos de nuestro tiempo porque vivimos inmersos en ellos. Quizá el sistema americano (lo dudo) sea toda la perfección a la que podemos aspirar hoy en día y por eso ellos no se ven sus defectos. Quizá les haya pasado por encima la apisonadora del chauvinismo, del comfort, de la máquina de propaganda más arrolladora del siglo XX, del imperio.
La película, sin ser gran cosa, describe un crimen plano, sin ideología, frío, un crimen por veinte dólares a la semana, un crimen puro, americano.

Y es un buen peep-hole para ver una de esas siluetas perfectas, uno de esos perfiles que, tijera en mano, recorta Hollywood (nada más que un pueblo de actores) con maestría, a saber, el de Ellen Page. Si Fellini decía que el abuelo Barrymore era el rostro perfecto, Ellen Page es el rostro y la estampa perfectos de la sensibilidad moral, esto es, de la inteligencia.

La película, decía, no es gran cosa, pero cuenta una historia que me ha gustado.

miércoles, 25 de junio de 2008

Swingers party con supervivientes de Auschwitz

ARITMÉTICA EMOCIONAL
Aarón Rodríguez me pone sobre la pista de La niebla (excelente) y me pregunta por Aritmética emocional, así que cojo el coche y me voy a verla al otro lado de la ciudad. Pero la clave para analizar la película me la daba él mismo cuando en su libro "Fanny y Alexander. La luz en el espejo" decía algo así como que los intentos de plagiar a Bergman se han saldado con enormes fiascos de incalculables costes tanto económicos como personales. Algo así. Él lo decía mejor, creo recordar.

Pero la dichosa Aritmética no sólo es un chasco personal, es un fraude moral. Empecemos por el plagio textual a Bergman: Se reproduce a Edipo, los abedules nórdicos, la isla de Faro, las botas de Andreas Winkelman en En Passion, las armas y los enigmáticos disparos en graneros, las obras que le salen "como en un torrente" al artista de Como en un espejo, el hombre haciendo la cruz también de Como en un espejo, la amargura, las medicinas para la mente, la Biblia, la mujer del vestido rojo en el piso de arriba en Sonata de otoño... Han copiado hasta los Volvos. Pero todo ello con prodzac, cocinas de Ikea y actores norteamericanos, como Susan Sarandon, individualistas, dando abrazos en los que nadie cree y carentes de cualquier pasión nórdica, paseándose en pantalones pirata entre supervivientes de los campos de exterminio. Los actores sonríen demasiado a los niños, dicen demasiadas veces ¡oh! y ¡ah! y ¿estás bien? y, por supuesto, las imágenes de los flash back sobre los campos son en blanco y negro. El guión tiene como característica que repite todo dos veces para darle más énfasis, con lo que pierde fuerza la primera vez que lo dicen y también la segunda. Todo es un desastre considerable.

En cuanto al fraude moral, el director, a quien no mencionaré, de sonoro apellido judío, se cree en el derecho de representar a miles, a cientos de miles, a millones de muertos (seis, se nos dice por lo alto, y lo creemos) con su falta de talento. Se traviste de preso en los campos y empieza la carnavalada. Y después nos coloca un discurso pseudo-racista (lo que no es de extrañar, el "pueblo elegido" inventó el racismo) con el que se nos hace saber que don Quijote también era judío. Como estrambote se sobreimpresiona una cita sobre los miles de muertos en tal o cual campo de concentración y la canallada queda perpretada.

Las señoras de clase media-alta desplegaban sus pañuelos a la salida. Yo también me he emocionado, lo reconozco. Durante un momento he aprovechado para pensar sobre fútbol. Y la selección va muy bien.

miércoles, 18 de junio de 2008

El cuerpo barroco


LA RONDA DE NOCHE, de Peter Greenaway
Entro en el cine medio borracho por varias ocasionales latas de cerveza, como corresponde, pienso luego, para ver al hoolligan de Greenaway. A Greenaway le conozco de una conferencia y, como persona, me pareció que tenía que caer fatal en Lavapiés, en Madrid, por refinado y por inglés altivo, al menos antes del culto al arte y a la pedantería. Pero Greenaway no es pedante exactamente. Greenaway habla de nuestra sociedad, porque vivimos en el Barroco y ojo, quizá no salgamos nunca del tratado teológico-político de Spinoza. O del Leviatán. Las películas de Greenaway, en el fondo, son un frío espejo que pasa por la pantalla y que nos refleja a nosotros. A mí, mientras no se ponga caligráfico, como le dio una temporada, me gusta y mucho.

La ronda de noche tiene además la característica suya de que no se ve el guión, no piensas en él porque no se ven las costuras por ninguna parte. Es puro cine. Y eso que el guión es literario de verdad. Los diálogos se imponen gritando sobre una música que no abandona la pantalla jamás. Por cierto, una de cada dos frases remiten al cuerpo (¿Spinoza?). El repugnante uso de bebés llorosos y naturalmente insatisfechos e insaciables es típico de él, como lo es un sadismo que no aburre nunca.

Greenaway utiliza enormes escenarios-mundo para realizar representaciones barrocas que se meten unas en otras, como las muñecas rusas o las esferas celestes de las estrellas fijas: la realidad remite al cuadro-teatro y el cuadro-teatro al teatro-película para terminar cerrando las esferas en una cascada de reverencias, como en El niño de Macon. Reverencias y aplausos bien ganados, pues Greenaway es uno de esos directores que agotan y exprimen, que destruyen al actor, que convierten la interpretación al género épico, y al cómico al rol de magnífico sirviente.

¿Y qué hace con Rembrandt? Greenaway no se limita a filtrar la luz por una ventana como si fuera el comisario de una exposición o el diseñador del merchandising de un museo que se dedique a vender baratijas sobre Rembrandt. La película es dueña, como siempre en Greenaway (fue pintor), de una imponente fuerza visual. Los planos fijos -como un lienzo- pueden llegar a aburrir y hacer que la película pierda continuidad y corre el peligro de que se convierta en una sucesión de sketches históricos, pero cuando mete el zoom in como pidiendo atención para las magníficas frases la cosa cambia por completo.

Greeanaway es refinado, es capitalista, es obsceno y es cruel. Como somos ahora. En La ronda de noche hasta los ángeles quieren cobrar por realizar un milagro. Son ángeles calvinistas.

Tremendismo feminista


THE DEAD GIRL, de Karen Moncrieff
El problema de las filosofías irreales es que producen mal arte. El verdadero problema de las feministas americanas (ésas de las de la violación cada tres segundos que denuncian mediante el sonido de un silbato) es que les duele todo, hasta los granos en la cara, les duele el mundo tal como es, y con esa carga de irrealidad no se puede hacer una película porque nadie entra en ella. Todo el mundo se queda en la puerta de la sala, tranquilamente fumándose un pitillo. Karen Moncrieff nos ha querido colocar la adaptación de una novela tremendista americana, el contrarrelato del sueño americano femenino a partir de no sé qué tremendismo previo mal plagiado. Algo así como Violent Femmes hecho celuloide.

La Moncrieff se podría haber basado en Sangre fácil o podría haber mezclado sangre y religión, que en el Midwest mezclan muy bien y además el conjunto adquiere un subtexto progresista de verdad y algo eterno, visto lo poco que cambia la América profunda y el mormón de visita en el prostíbulo. Pero lo que ha hecho ha sido meter mucho guión y poco cine: la película no tiene fuerza icónica. Se ha quedado en un intento, fallido, por supuesto.

La psicología de los personajes es plana, es una psicología "de cortometraje", "todo el mundo es bueno", la puta, la lesbiana, la madre, la hermana... (es una consecuencia indeseable de explicar demasiado los personajes). Y la película deriva hacia el retrato psicológico, un error, porque en la psicología no hay tragedias, no hay conflictos, se es como se es. Y así se deshecha un tema interesante: la huida de casa, tan americana, que se convierte en otra cosa.

A pesar de todo, se ve que la Moncrieff (cuyas obras anteriores desconozco) "evoluciona favorablemente" y se puede imaginar una situación cercana en la que su maniqueísmo en proceso de disolución desaparezca por completo. Pero a uno le seguirá pareciendo -y no es un insulto a través de internet, está en la película- que para rodar una película realmente dura hay que ser lesbiana de verdad, y no sólamente por despecho.

lunes, 16 de junio de 2008

Tarkovsky pret a porter


12, de NIKITA MIJALKOV
Vitali Chentalinski escribe en De los archivos literarios del KGB: "Serguéi Mijalkov [autor de poemas para niños y de la letra del himno nacional de la URSS, presidente de la Unión de Escritores de Rusia], que también ocupaba un puesto en el estrado, desapareció discretamente cuando estalló la ovación. Ese astuto anciano, que había medrado con todos los regímenes incluido el de Stalin, se había dado cuenta de que aquella reunión olía a chamusquina." Así describe Chentalinski a Seriozha, el padre de Nikita, el director de cine: siempre escabulléndose. ¿Y a cuento de qué viene este ajuste de cuentas ahora? Se debe a que tengo la teoría de que hay cosas que se aprenden o se heredan, vaya usted a saber, y, como el padre, que no daba puntada sin hilo, el pequeño Nikita también sabe jugar a uno y otro lado de la red (Quemados por el sol es muy posterior incluso a la perestroika). Y hace bien. Por la boca muere el pez. No seré yo quien se lo eche en cara.

Y, de la misma manera que Nikita se me aparece como poco dado a darse de una vez y para siempre, sus películas, que son las que nos interesan, no se dejan resumir en una frase, en un párrafo, en una cifra. Sus películas son cobardes y valientes a la vez, comerciales y de autor, oficiales y disidentes, europeas y americanas, buenas y malas.

Mijalkov, en 12, ha hibridado Stalker con el cine comercial americano, ha mezclado un arranque increíble con escenas de Fellini para relajar, ha rescatado lo mejor del teatro ruso (El inspector, Sobre los perjuicios del tabaco) y ha permitido que lo toque la trama, la infame carpintería del cine comercial con sus recursos dramáticos de primero de carrera. Y finalmente se ha decidido por una tesis valentísima en favor de la independencia de Chechenia. (Es lo que pasa cuando a las nuevas generaciones se les deja sueltas, no como hacía el tío Koba).

El resultado: un producto casi cien por cien ruso (hasta las citas textuales y el recurso a lo "sobrenatural" de la tercera ola son rusas) en el que lo peor es el original americano, como siempre. Para empezar, las escenas de guerra están rodadas como sólo las sabe rodar un ruso. (Las películas de guerra americanas, digámoslo de una vez, son mierda, pura propoganda belicista). Y los actores... menuda lección dan a las estrellas de Hollywood estos secundarios eslavos que mientras interpretan ni andan ni bailan, ¡levitan!

12 tiene momentos del mejor cine ruso de todos los tiempos, de algo que ha quedado ahí para siempre como un estrato o como la capa del caparazón de una tortuga y de lo que Mijalkov se aprovecha, y uno se ha despistado por un momento y le ha dado por pensar qué será de los pobres americanos, ellos, que apenas tienen historia, una vez que este estratificado talento europeo despierte, pero luego me he dado cuenta de que me olvidaba del público, que nunca iría a verlo.

12 me ha emocionado. Mijalkov ha demostrado que es el mejor director de cine norteamericano vivo. Y he salido del cine emocionado y avergonzado a la vez. Yo también habito una zona donde hay -salvando las distancias- terrorismo e independentismo. ¿Y qué he hecho para retratarlo? Nada todavía.

P.S.: Mención aparte merece la cámara, que baila al son de la música de Eduard Artemyev.

viernes, 13 de junio de 2008

La diferencia

Al hilo de DUEÑOS DE LA CALLE (una mala película a pesar de tener un guión de JAMES ELLROY)

Lo que va de un guionista a un escritor que trabaja ocasionalmente para el cine comercial suele ser lo que va de una trama simplemente deconstruida a una trama lineal pero con sentido de novela social, lo que va de los trucos visuales a los trucos de best seller sobre toda la basura de L.A. (aquí entra la chica que le cura las heridas, aquí viene el malo étnico, etcétera), lo que va de una denuncia inexistente a una denuncia literaria, hipostasiada, digamos que ontológica, lo que va de la agilidad en el ojo a la agilidad en el sentimiento moral, en la mente. La película se mueve de lo que gana sólo en velocidad, en bits por fotograma, a lo que gana en subconsciente y en simbolismo. En definitiva, es la diferencia entre la fantasía desbordante (que es irreal) y la imaginación (que es real). A pesar de todo, a pesar de no tener ni idea y de estar como pez fuera del agua, los escritores que trabajan para el cine siguen mejorando las cosas y dando lecciones a los delfines y otras eternas esperanzas blancas de la sociedad audiovisual. Con ellos no esperas perderte, pero quizá haya cosas escondidas debajo de la alfombra, en el techo falso, quizá aparezca dinero negro detrás de los retratos de los presidentes o de la bandera. De acuerdo, son trucos viejos. Pero también son eternos. ¿Quién no aguanta la respiración cuando aparece la basura detrás de los cortinones?

domingo, 8 de junio de 2008

Zardoz


CARTA A MI MUJER, DE FRANCISCO UMBRAL
Me regalan sorprendentemente Carta a mi mujer, de Umbral, y decido hacerle un hueco en medio de mis lecturas obligatorias a pesar de que sé lo que es: un "calcetín" al que el muerto quizás apenas pudo llegar a darle el visto bueno (la edición, llena de erratas, fue supervisada por Pere Gimferrer, no por él). Cuando decido leerlo, y no sólo dar las gracias y guardarlo en la estantería, tampoco me importa lo que dice la Fiera Literaria de el estilo de Umbral. La Fiera tiene razón en todo menos en sus críticas a Umbral y a Cela, por muy hartos que podamos estar de nuestros dos únicos genios oficiales de finales del siglo XX (el no oficial es Leopoldo María Panero). Ambos tienen voz propia, que, como decía Cela, es lo que hay que tener para entrar en el Parnaso.

En cuanto a lo del calcetín, Hemingway decía que a él después de muerto le iban a publicar hasta los calcetines. Las viudas (las de Hem puede ser que fueran más comedidas por eso de la poligamia de él, que siempre pone en su lugar, y porque ellas hacían sus buenos propios trabajos) se dan mucha maña en esto de sacarle partido al muerto después de haberle sacado partido al vivo. ¡Ay, la soledad de los viejos escritores, cuando, como Umbral, convierten su Olivetti en una "máquina acuñadora de moneda"!

Pero hagamos el remedo de reseña del libro. Umbral plantea un libro conservador, como es él, conservador en el sentido de la actitud conservadora que, como la define Michael Oakeshott, consiste en valorar el presente y disfrutarlo porque es lo familiar, más que en un "Verweile dich, du bist so schön" o un caminar alocadamente hacia el futuro. Un libro que es, por tanto, el contrarrelato de sus columnas de actualidad, aunque a veces el relato "eterno" se disuelva y lo que te quede en la memoria sea algo tan ligero como una columna.

Y esta forma de escribir, a base de contemplación del jardín y no de actualidad, tiene un mérito: contradice todos los tópicos de los hipercomprometidos críticos de las universidades "de género estadounidense" acerca de cómo se debe escribir un libro. Es un libro escrito a espaldas de los periódicos y de la política, de los desastres y las injusticias, si es que esto es posible.

Es también un libro vegetal y animal, que muestra toda la sensibilidad de Umbral, sobre todo, por los vegetales, que podría ser motivo de una tesis. (Recuérdese Mortal y rosa, la escena del perro y la omnipresencia de los vegetales.) Pero es sobre todo un libro escrito en espera de la muerte (a pesar de ser de los ochenta). Umbral dijo (escribió) una vez que el rancho de los ex-presidentes de EE.UU era su tumba. Bueno, pues el libro está escrito desde una tumba en forma de jardín de escritor maduro en la que aún se asoman los placeres de la vida, por ejemplo en la forma de "los pies de galleta" de la nínfula Agosto.

El escritor en su villa hortera y confortable de las afueras se convierte en el hipercivilizado que espera la llegada de los bárbaros de Zardoz para que le den su cuchillada. La villa misma se podría llamar Zardoz. O un talentoso escritor joven que hubiera podido enterrar a los dos citados viejos se podría llamar Zardoz. (Pero esto es lo que no ha ocurrido.) Mientras tanto, el escritor se dedica a construir la mitología del jardín, al viejo aún le quedan unos cuantos poemas en prosa por escribir: "Cuánto hemos enterrado, María, cuánto hemos enterrado. Oficio de enterradores es el nuestro. Hay días en que cada uno de nosotros se retira a su cementerio particular, privado, secreto, o uno de los dos, y allí se nos ve haciendo visajes, sonámbulos o viejos, visitadores de un pasado extensísimo y no bien ordenado."

martes, 27 de mayo de 2008

Receta

A propósito de EL ÚLTIMO VIAJE DEL JUEZ FENG, DE LIU JIE
Estas películas (o cabría decir bizcochitos) no son especialidad de ningún sitio, se hacen aquí y allá, Italia, Francia, China, pero son muy digestivas y van cubiertas, como algunos bizcochos, de un fino baño blanco. También llevan azúcar y canela, algo picante, no mucha. Y, de nuevo como algunos bizcochos, hay que consumirlos muy frescos, porque, en cuanto pasa el tiempo, desmerecen.

Las cantidades no han de ser abundantes. Basta un guión convenientemente aguado. Sirven cuatro escenas y cuatro transiciones que se adivinen. El procedimiento es el siguiente: Se trata de criticar la, por otro lado, muy criticable globalización. ¿Cómo? Por medio del carpe diem, y a este respecto vale exaltar el placer de comer, las aficiones descansadas del jubilado, la artesanía, el trabajo una vez que se convierte en rutina, lo que se entiende vulgarmente por tomarse la vida con filosofía...

Es conveniente que el guionista sea exótico, de hecho es conveniente que todos los ingredientes sean exóticos, por eso de que la traducción esconde y hace atractivo. Para que cuaje el multiculturalismo es preciso presentar a los indígenas como naïves permanentemente vestidos de gala y no tratar ningún conflicto real (nada de calentar el horno con conflictos como el suscitado en Colombia, donde se debate permitir a los indígenas sacrificar a un niño gemelo porque los gemelos destruyen las cosechas; este plato no tiene tampoco nada que ver con los servidos por la Tercera Ola a principios de los setenta). La justicia, si la hay, es siempre pragmática y buenista y defiende la tradición. La trama, como decimos, no da problemas y se resuelve fácilmente con cuatro paralelismos.

Para terminar basta un final abierto, de cine de autor. El plato se servirá en cine-clubs y festivales falsamente izquierdistas. De hecho, su olor puede recordar poderosamente al de una casta dirigente condescendiente con la estupidez del vulgo. El comensal saldrá del cine, conectará el móvil, se montará en el coche y, a la altura de la autopista, pensará en los buenos viejos tiempos antes de ponerse a pensar en su próximo viaje transatlántico a la rivera maya, donde, por cierto, también hay indígenas.

sábado, 24 de mayo de 2008

Videos caseros rusos


EL CASO LITVINENKO, DE ANDRÉI NEKRASOV, en el cine-club de Algorta
El Umbral anterior, el primer Umbral, el progre (palabra que para mí, como para él, carece de las connotaciones negativas que tiene ahora -antes sólo las tenía jocosas, que a él le van bien-), escribió desencantado acerca de una visita a la Rusia postcomunista -a principios de los noventa- y dijo que lo único que había visto eran putas, basura y plástico. Algo así. Pero entre esos plásticos había otro tipo de basura: uranio.

La historia que cuenta este documental, la historia de la Rusia postcomunista, la he visto desarrollarse como a cámara lenta. Me la predijeron con trágica exactitud, frase por frase, imagen por imagen, hace mucho. Contemos la historia desde el principio, que el caso Litvinenko, el caso Rusia, lo merece. Yo, allá por el año noventa y cuatro llevaba a un ruso, le llamaré N., a dar conferencias a la facultad de ciencias económicas. Se trataba de un doctor en ciencias químicas, un auténtico miembro de la intelligentsia rusa del momento. Éste me hablaba de cómo a las élites les convenía la guerra en Chechenia, de cómo vendían armas al enemigo checheno (compañías enteras siempre con el armamento más moderno), de cómo el estado envenenaba con elementos radiactivos a los que podían serle molestos, de las armas químicas, de las nucleares, de las biológicas y de la humillación que suponía que allá por el año noventa y dos tuvieran que darles de comer los alemanes (los rusos se acuerdan de esa humillación mucho más que de la guerra mundial). Todo esto salpimentado con sus reuniones en comisiones legislativas en el Kremlin con funcionarios que denunciaba que no eran sino los representantes de la mafia (él se mareaba). Y yo escuchaba y leía: a Ajmátova, a Tsvietáieva, a Mandelstham, a Brodsky, a Chentalinsky (salvando las distancias)... Incluso, en mi ingenuidad, pensé en comprarme un libro de Brosdky "A Urania" porque creía que no hablaba de la diosa de la astronomía, sino que era un juego de palabras y que Urania era otro nombre para Rusia. (Se ve que aún no calibraba el nivel de aislamiento de el que era capaz el indiferente y soberbio judío ruso-americano.) En fin. Para mí el Polonio más interesante era y es el elemento químico, y luego viene el personaje de Shakespeare.

Desde entonces los casos que N. pronosticaba se han ido produciendo -cosa rara- con precisión matemática (Berezovsky, Politovskaia, Litvinenko, Yuschenko) y la verdad se va conociendo también con precisión matemática ahora -cosa menos rara- que hace menos daño que entonces. N. se retiró, desapareció en su dacha en el campo, amenazado quizá, y por eso le llamo N. Me acuerdo mucho de él.

Nekrasov cuenta la historia de siempre allá en las Rusias: la de "la casa grande" (el KGB), la de la casa de los muertos, la de una guerra del estado ruso contra sus ciudadanos, la de las Razones de Estado, la de un país entero preso de su gran tamaño. Y lo hace con una cámara insegura, casera, presta para salir corriendo. Espías de labios estropeados le dicen a la cámara que temen por su vida. Un hombre justo agoniza del color de la madera, envenenado. Asesinos a sueldo oyen la llamada de la moral y de la religión y se convierten y te dejan, además de con la pregunta acerca de quién fue, con la respuesta de por qué tienen tanto teatro, tanta novela, tanto de todo.

lunes, 19 de mayo de 2008

La princesa Turandot


TURANDOT, DE GIACOMO PUCCINI
Pekín en tiempos legendarios. La princesa Turandot desposará al primer pretendiente que consiga resolver sus tres acertijos y decapitará a todos los que fracasen.

Recuerdo que hace algunos años se "desató una polémica" más acerca del caso de un hombre que había violado a una mujer durante quince segundos. Los hechos probados que juzgó el juez -creo recordar que como violación- fueron los siguientes: una mujer acostumbraba -se probó por propia confesión de la interesada- a decir que no al amancebamiento cuando quería decir que sí. Y un día le dijo que no a un hombre que la había satisfecho en varias ocasiones de esta manera. Pero ese día su no era no y no sí y el acusado la violó durante quince segundos, después de lo cual descubrió el equívoco y se disculpó.

Los periódicos prestaron atención, sobre todo, a los comentarios acerca de la mini-falda de cierto fiscal de la derecha, pero entre tanto se entabló una discusión entre el entonces filósofo del régimen -Fernando Savater- y un desconocido profesor de filosofía de un instituto. La argumentación del desconocido profesor era lógicamente impecable: Entre otros argumentos, razonaba que no podía haber violación porque ella daba su consentimiento estando en el lugar y en la situación en la que estaba y, como lo había hecho en otras ocasiones, diciendo que no. Pero Fernando Savater, el filósofo que nunca acaba una argumentación, el pensador de los razonamientos llenos de flecos, intervino y, con un argumento vitalista, cogiendo a Nietzsche como el rábano por las hojas, dijo que a él le parecía mucho más "sano" lo que había hecho el juez: juzgar el acto como violación. Y, como es habitual en él, dió una razón sorprendente que casi parece hecha a sabiendas, malintencionada: ¡que no juzgarlo como violación suponía acabar con el juego de la seducción! (Cuando el juego, para seguir siendo juego, no te puede costar una temporada en la cárcel en el caso de perder. Eso es precisamente lo que lo destruye.)

Desde entonces el juego de la seducción se ha convertido en uno de los acertijos de la princesa Turandot, desde entonces, como ocurre en la ópera, los ministros de la princesa deploran el excesivo número de ejecuciones y lamentan no poder disfrutar de sus apacibles vidas en el campo, cosa que podrían hacer si se supiera que la verdadera historia de la princesa es que su antepasada, la también princesa Lo-u Ling, fue violada y asesinada por unos soldados extranjeros. Desde entonces en la China de cartón piedra de la ópera se sueña con restablecer la calma en el país mediante un soldado extranjero que le diga por fin a la princesa: "¡Princesa de hielo, de tu trágico cielo desciende a la tierra! ¡Levanta ese velo...!"

viernes, 16 de mayo de 2008

Eso cursi tan argentino


LA ANTENA, DE ESTEBAN SAPIR
Los negocios al lado del cine son un café con internet, una tienda de informática, un club del Opus Dei -cerrado- y a su lado, acompañándolo simbólicamente (que cada cual piense lo que le dé la gana), el pub Rasputín. El dueño de la tienda de informática no te mira cuando te asomas por la puerta. Y tanto en el café como en el pub todos van a lo suyo. Aunque en el pub no estén en internet es como si estuvieran en internet. Te miran, sacan la máxima información, te retan y pasan de largo. Fuera, en la calle, todo está muy oscuro y es feo, suburbial, mal urbanizado, a diferentes alturas. Las balconadas del rascacielos frente al cine -unas cubiertas y otras no- son como nichos iluminados. La película que voy a ver no puede venir más a cuento.

La película tiene un silencio (es entera, si exceptuamos la soberbia banda sonora, un silencio, pues trata de la comunicación moderna) como de fieltro rasgado o de micrófono abierto. La película es una fábula muy densa y muda acerca de la comunicación, ya lo hemos dicho, pero lo que quiero decir es que es más densa aún por ser muda, ya que la mudez se compensa siempre haciendo que pasen con rapidez más y más cosas y no hay películas más densas que las mudas. (Y la rapidez en la pantalla no es otra cosa que la lentitud del reloj.)

La película tiene también esa cosa argentina y cursi que delata que lo que son en realidad los sudamericanos es franceses. Sudamérica (quizá Méjico sea la excepción), por puro esnobismo y por voluntad propia, se ha convertido en el imperio adoptado de una nación sin imperio. Los sudamericanos, cuando les van las cosas mal, maldicen en español y cuando les van bien, divagan en francés.

La película es una fábula que se lanza, que el autor ha lanzado y que cada cual entiende a su manera, más o menos sin muletas psicoanalíticas. Ignoro si Esteban Sapir tiene relación alguna con Edward Sapir, el lingüista, pero su tesis sí que tiene que ver con los dos planos separados del lenguaje (el interno (como ordenación de las ideas, las palabras) y el externo (como comunicación, la voz)).

A mí las fábulas me aburren, pero ésta me parece además especialmente tramposa. Porque, como buena fábula, tiene una estructura de planteamiento, nudo y desenlace, que copia los "Alimentos TV" que la propia película critica. Hasta tiene un eslogan para recordar a la salida: "Nos han quitado la voz, pero aún tenemos las palabras". El único, absolutamente el único director legitimado y capaz de hacer una película sobre la incomunicación moderna es Godard, si es que no la ha hecho ya. En vez de La antena podrian poner Alphaville y quitarle la voz.

jueves, 15 de mayo de 2008

La desaparicion del autor


ANTES DE QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO, DE SIDNEY LUMET
Voy a ver esta película a mi querido y triste Basauri, que es como un compendio cubista de todo el desastre urbanístico del País Vasco, pero que tiene un cine que merece la pena, un cine que aún se queda totalmente a oscuras haciendo caso omiso de las señales de emergencia, como debe ser. "Amatatu zure mobila" aconsejan en un euskera castellanizado fácil de entender, apago el móvil y empieza la película.

"Naturalista", es lo primero que pienso. Pero después comienza la deconstrucción y arriesgo la tesis de que los continuos flashbacks tienen un efecto nefasto: que desaparece el autor y lo único que haces es fijarte en la trama. La película pierde diálogos y por tanto pierde dramaturgia, pierde sabor (y de ahí viene sabio) y lastre subtextual cosificándose en lo más primitivo y bajo que posee: la trama.

El plagio de Allen y la influencia de Match point también son evidentes. Un Allen -ya lo dijimos al hablar de En un mundo libre, de Ken Loach- con peores localizaciones, castings más breves o tiros de cámara más tortuosos, un Allen grotesco que pierde el aliento hacia el final de cada escena y que por eso acude a los flashbacks y flashforwards rápidos: para cambiar de localización y pasar a otra cosa mientras tiene la mente del espectador entretenida con la trama (un recurso de trilero). Unos flashbacks que se justificarían si el autor nos fuera a dar distintas perspectivas acerca de la misma historia, como en El cuarteto de Alejandría, cosa que no hace en esta fábula sobre distintas generaciones que se tratan entre sí como sanguijuelas.

Al final, después del típico final americano incomprensible en Europa, salgo del cine intrigado acerca de qué oscuros becarios estarán, escuadra y cartabón en mano y con Allen en la cabeza, surtiendo a los viejos y desocupados directores como Lumet de estos guiones deconstruidos. Auskalo! (Literalmente: ¡(Vete) a buscarlo!)

lunes, 12 de mayo de 2008

Kultura adulterada

LOS PERSAS, DE ESQUILO
De muchos de los elementos de esta pseudo-versión traidora de Los persas ya hemos hablado en este blog: del arte con material de derribo (todos los libros de Nabokov nos advierten respetuosamente que está pasado de moda), del espectáculo sin un subtexto firme, de la obsesión -que nos llega de la cultura victoriana- por las clases bajas, que quizá se esté también haciendo anacrónica conforme la sociedad se va haciendo más justa (si es que eso es posible)...

Pero esta traducción grosso modo, esta bersión con be, este espectáculo kultural de Calixto Bieito muestra signos de subvención y agotamiento. Para empezar, es el típico caso en el que el director de escena (que se traviste usualmente de demagogo) se extralimita y extiende fatalmente su fuero al texto, al autor. El resultado previsible es que se potencia uno, tan solo uno de los elementos que Aristóteles cita en la Poética como necesarios en toda obra, el que al director de escena se le da mejor: el espectáculo, en detrimento de otros que deberían predominar. Tanto es así que la obra limita con el happening antes que con el teatro. Para ello, Calixto Bieito no duda en sacar kalashnikovs de verdad, encender bengalas o hacer cantar a los actores a voz en grito el precioso himno de la legión. Pero parece ser que con sólo intenciones y excesos no se hace arte.

En cuanto al subtexto, la tesis es que la guerra es una extensión de la natural agresividad humana y que el ejército se nutre de lo peor de la sociedad (una especie de gran hermanos suburbanos llenos de piercings que aspiran sólo a la playstation o a un plasma; "Os quiero como a mis tortugas", les dice una soldado a sus camaradas.)

Pero el subtexto es erróneo. La guerra es la continuación de la política mediante otros medios, no proviene sólo de la agresividad humana, por mucho que ésta le sirva como base. Los soldados no son agresivos, hacen un trabajo. Y así no podremos darnos con un canto en los dientes si esperamos una condena totalmente racional de la guerra. También es verdad que tampoco nos podremos dar con un canto en los dientes si nos sentamos a esperar una condena totalmente racional de algo, de cualquier cosa, de lo que sea.

viernes, 2 de mayo de 2008

Teorizaciones placenteras

ELEGÍA, DE ISABEL COIXET

Entro en el zaguán del cine con los nervios como miles de agujas a punto de estallar -lo que parece un anuncio para una crema para la piel, pero es cierto- por el continuo taconeo de las mujeres al andar, por su levedad tan densa, por su sí es no es, por su miopía permanente y terca, su autismo de milenios que no acaba de despertar. Me pasa a veces. Así que en la cola de la taquilla, esperando detrás de más mujeres, decido ver la nueva de Isabel Coixet, para exacerbarlo todo y ver qué pasa.

Isabel Coixet, una champagne socialist que diría Martin Amis, una defensora de las jóvenas entre pasarela y perfume que lo ve todo y a su manera a través de unas preciosas gafitas color fucsia pero de la que yo no veo nada de nada (hasta hoy). La belleza está en los ojos de quien la mira, se lee en el cartel de la entrada, pero seguro que la Coixet se guarda al menos un punto de giro para darle la vuelta al eslogan de la película. Así que entro.

La Coixet ha rodado una película que es una copia de Woody Allen, un Woody Allen sin ironía, que entonces se queda en los restaurantes de Manhattan con los personajes pidiendo la carta y poco más. La Coixet dicen que tiene fijación por los enfermos -también en esta película- pero hay que decirle a la mujer que eso no es una visión artística, una Weltanschauung, sino un rasgo curioso o una perversión inconfesable y así, sin cosmovisión fuera de los hospitales, una se queda sonando no a lo que es, sino a lo que lee o a lo que ve.

En cuanto al libro de Phillip Roth en el que se basa, muchos escritores buenos han escrito libros narcisitas y menores acerca de teorizaciones placenteras como la mujer. Alberto Moravia escribió el infumable El hombre que mira y Roth ha escrito este relato facilón y autobiográfico hecho de citas, unas famosas y otras nuevas, y lleno de puntos de giro por eliminación. Que el porvenir es largo, parece ser toda la sabiduría judía que Roth ha puesto en este libro.

Pero lo curioso de Elegía es que la Coixet ha vuelto a dar la visión masculina de la belleza femenina, ya que los desnudos femeninos de la tercera edad que pone siguen resultando desastrosos, mientras que la Penélope Cruz y Ben Kingsley salen pasables. Y esto es algo en lo que estaba autorizada a dar batalla. Pero parece que las feministas han bajado los brazos también en esto. Es lo que tiene que las ideologías se convirtieran en sensibilidades.

jueves, 1 de mayo de 2008

Poesia de tirano

BAB´AZIZ, DE NACER KHEMIR, en los Multicines de Bilbao

"La perfección, de cierta clase, era lo que buscaba/ y la poesía que inventaba era sencilla de entender", escribió W.H. Auden en Epitafio para un tirano. La perfección de cierta clase y, junto a ella, no muy lejos, los tiranos buscan la abnegación de cierta clase, cierta abnegación simple. Y ambas cosas las veo en el último producto del cine antiglobalización y por la paz, en la última película para cine clubs paseada por veinte festivales que al parecer no tienen nada mejor que hacer: Bab´Aziz.

Bab´Aziz, que se subtitula "El sabio sufí", es una colección de historias o fábulas financiadas por Irán, narradas por el típico sabio ciego y ambientadas en el desierto, una gavilla de episodios cuya espiritualidad se nos escapa quizá porque aquí a los ciegos se les despeña al más puro estilo del Lazarillo. Pero más allá de lo que se me ha escapado exóticamente me ha recordado fuertemente al cine franquista en el que el lloro de un protagonista también era una intromisión intolerable en la intimidad del espectador, en el que el amor era espionaje y la poesía lo que no puede ser jamás la poesía: intimidad violada, únicamente secreta, nunca pública, obscenidad.

Los cuentos -una exacerbación de cuentos contados por los unos a los otros, una exacerbación de las Mil y una noches, de la propia cultura- están llenos de la visión acrítica de las dictaduras y pretenden estar ambientadas a medio camino entre la Edad Media (también un antiguo y seguro refugio franquista) y la modernidad hippy (quién sabe si del turismo, como en nuestro caso), con lo cual chirría todo. Los iraníes, como los franquistas, hacen también aparecer al niño-adulto adoctrinado, al niño que no es niño, sino el ideal del régimen. Y todo este esfuerzo por mostrar la cara amable, todos estos enternecedores intentos por congraciarse y evitar el bombardeo dan en una propaganda nada flexible porque es gubernamental, porque no es algo vivido, como lo es la propaganda norteamericana (lo que, bien pensado, es peor).

Pero antes de matarnos tenemos que conocernos todo lo que podamos, al menos hasta que empecemos a conocernos mientras nos matamos, por lo que he apuntado en un cuaderno todo lo que nos unía, no vaya a ser, como parece, que nos estén engañando: nos unía la gacela cartesiana de Abentofail, una referencia a la anamnesis platónica o cosa parecida, otra, muy breve, en una canción, al atomismo y otra, en un cuento, a algo así como el espejo lacaniano. ¡No es poco! Racionalismo, física y Lacan. ¿Se necesita algo más? Con esto yo ya les pasaba el cáliz tibio de la amistad.

martes, 29 de abril de 2008

Clasismo

LA NOCHE ES NUESTRA, DE JAMES GRAY

Este infame telefilm policíaco sólo tiene de acertado la magnífica selección de fotos en blanco y negro del arranque y el placer de poder ver a una Eva Mendes de tamaño natural. Lo demás, un remedo de historia acerca de hermanos enfrentados (los norteamericanos deben ver algo así como los Karamazov en cualquier pareja de hermanos rusos), unos alardes de ambientación y una trama deliberadamente anticuada -de TV movie de los ochenta-, no vale absolutamente nada.

Pero me sive para hilar un par de pensamientos: Gabriel Albiac, un gran lector de novela negra norteamericana, parecía asombrarse en un artículo reciente de que la forma de ocio moderna sea ojear o leer una de esas piezas narrativas que cuando las acabas, y si están bien manufacturadas, te dan la sensación de llevar las manos manchadas de sangre. Cosecha roja sería un buen ejemplo. Pero ésta no es la única tara de este entretenimiento venido de Inglaterra y los Estados Unidos.

Se da muy frecuentemente, en el cine y la novela policíacos, en los malos, en los que no emparentan con la novela social, un enfermizo placer por culpar al pobre de su propia desgracia, de asociar pobreza y crimen y no dejar que el pobre se disculpe jamás. El papel despintado de las paredes lleva irremisiblemente al crimen. Y este placer se ve en la forma en que están rodadas algunas escenas de esta película, regodeándose en la pobreza. Cuanto más sórdida, mejor. La pobreza es impura y la casa del pobre es la casa del crimen, no de la injusticia. Debe ser verdad que para Shakespeare no era lo mismo el sufrimiento de un príncipe que el de un siervo. Nada más.

sábado, 26 de abril de 2008

El futbolista artero


LA TORTUGA DE DARWIN, DE JUAN MAYORGA, en el teatro Arriaga

Mayorga es un demagogo, queda dicho, y yo voy, como un tonto, a ver la última que ha sacado, su nueva obra fácil, su función para niños grandes y hooligans, su nueva astracanada moderna para un público infantiloide y de vuelta de todo. Mayorga, esta vez huérfano de Animalario, ese gran soporte de su obra del que ya hemos hablado aquí. Mayorga, esta vez sobre una historia del "pueblo europeo" vista desde abajo, a lo Howard Zinn, pero sin profundizar demasiado. Y con un humor a lo Ítalo Calvino.

Mayorga tiene el talento tartamudo, como si no nos lo quisiese dar todo el rato. ¿Estará ahorrando? A Mayorga le salva por los pelos una escena, un adjetivo (como a Umbral), una intuición, lo que en televisión se llama "un momento dulce", dentro del universal feísmo de su obra. Y yo estoy cabreado con los que no lo dan todo, con los tercos, los recalcitrantes del talento, los insistentes como Juan Mayorga, los Paloma San Basilio que no cantan ni bailan pero lo intentan sin cesar. Subirse al tío vivo del teatro para esto. ¿Para cuándo un Dostoyevski? ¿Para cuándo de una vez un clímax alto como el Everest y un anticlímax profundo como la fosa de las Marianas?

Pero viene Juan Mayorga y contrata una buena organización dramática, ficha una buena y demorada carpintería para el universal desastre de su obra, contrabandea música clásica que se filtra entre las rendijas del decorado y salva la obra después de haberle dado al público -burgués o postburgués- exactamente lo que quería, no vaya a ser que le echen, que eso nuestra generación no lo soporta. Mayorga.

Y se salva por última vez del imposible pateo generalizado, cuando hemos visto una obra que se ha pasado más tiempo con el escenario apagado -durante las desastrosas transiciones- que encendido.

Mayorga se apoya en la ciencia y la filosofía -malo-, trastavilla a la verdadera poesía y nos da bisutería -peor-, zancadillea al sentido común de Plauto, de Moliere -lástima-, se aúpa en la política -peligroso- y remata en la cara de la belleza. Pero, como un futbolista -le gustaría el símil- artero y zascandil, maneja los tiempos de juego como nadie. Y en el último minuto, en el último segundo sobre la escena, salva la noche. Comunica. Gana. Vence. Y convence. Y al volver a pasar por la desierta taquilla del teatro tienes el tic de ir a comprar la entrada para la siguiente de Juan Mayorga.

Taraceado pacifista


EXPEDIENTE ANWAR, DE GAVIN HOOD, en el infame centro comercial de turno

Expediente Anwar, que en realidad se llama Rendition, es la penúltima película sobre la guerra de Irak y el mundo árabe. Peor que Redacted y bastante mejor que, pongamos por caso, Un corazón invencible, Rendition es el último taraceado de guión, la última deconstrucción para llegar a donde ya sabíamos que íbamos a llegar.

Todas estas películas sobre Irak, o sobre la tercera guerra mundial (Chomsky dixit, pero no nos lo acabamos de creer) con el mundo árabe, sus cabras, sus pipas de agua y sus mezquitas (por eso no nos lo acabamos de creer), tienen algunas características en común, a saber: la misma banda sonora de thriller magrebí las recorre a todas de punta a cabo, utilizan actores indígenas, una variedad de escenarios naturales y un Babel de idiomas, dan protagonismo a la mujer, nunca esconden el conflicto cultural, sino que más bien inciden en él, pero, a pesar del abismo cultural, opinan que la paz es más que posible y, no obstante lo anterior, buscan un equilibrio en el debate para no resultar adoctrinadoras. También son todas, por supuesto, típicamente americanas (las preguntas inocentes del niño, los encuentros sexuales frustrados...)

Expediente Anwar, sin ser gran cosa, no está exenta de belleza formal, de una belleza otra -indígena o persa, en cuanto a los primeros planos- y tiene algunas escenas memorables, con auténtica fuerza icónica. A lo que iba: muestra ciertas imágenes prohibidas en alguna que otra secuencia de montaje. Y, ¡oh, pecado!, deja flecos, tiene el buen gusto de no cerrar absolutamente todas las subtramas, como ocurre en la vida real, en la que muchas, demasiadas veces, te despides a la francesa.

Al final habría que sacar la tabla de logaritmos para saber si el guión está bien trabado, si es consecuente, cosa que a mí me importa poco. Lo importante es que, paso a paso, una a una, estas piezas cinematográficas se van convirtiendo en auténticas obras maestras dentro del agit-prop pacifista. Alguien está haciendo dinero manteniendo además un aura de rive gauche. Me parece muy bien porque alguien también les está inspirando.

viernes, 25 de abril de 2008

Umberto D. oriental


MIL AÑOS DE ORACIÓN, DE WAYNE WANG, en los Cines Renoir de Deusto

Además de el premio a la mejor película en el devaluado y ya casi gastronómico Festival de San Sebastián, esta película se ha llevado el premio de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación. A esto iba. A los religiosos les van quizá los comedidos chinos. Expongo la idea, tiro la piedra, de que los chinos tienen algo católico, o creyente, algo ambiguo en este sentido que hace que los malinterpretemos de esta manera que digo.

Se trata de una película con moralina, que no moral, un Umberto D. sentado en el consabido banco de la soledad, con gags cómicos para desatascar, convencional en el mensaje y muy, muy conservadora. Hasta en el mensaje, que es el que tanto motivaba a Tennessee Williams: el del confesionario. Como decimos, éstos parecen católicos como parecen muchas cosas, pero no lo son.

La película está rodada con una rembrandtiana luz natural y perfectamente interpretada en un precioso y armónico chino. Fluye, se desenrrolla al mismo ritmo que la banda sonora, es naturalista y, como suele ocurrir con el cine oriental, un punto de giro es una mirada, un mayor ritmo de tecleo al ordenador, nada más. (A esta cultura hay que desvestirla.) La película termina, tiene el buen gusto de acabarse, antes de que América, con su sola presencia, lo arregle todo (Estados Unidos puede destruir finales muerto y atado a su caballo, con su misma mismidad). Pero quizá no nos estemos enterando. "¿Qué quieren decir cuando dicen que "una mujer buena no sale de noche"? Sigo pensando que los chinos tienen que ir por otro lado.

jueves, 24 de abril de 2008

Si le sobran dos horas para el patetismo


LA EDAD DE LA IGNORANCIA, DE DENYS ARCAND, en los Multicines de Bilbao

Voy a ver a regañadientes esta película canadiense -pensando que es una producción francófila con dinero del Canal plus pour le Quebec sécessionniste, cuando lo que tendrían que hacer es traernos es a Atom Egoyan y dejarse de comedias (ya se trae bastante cachondeo el armenio con el lío de la identidad y el multiculturalismo)- pero salgo bastante contento e incluso con ganas de ver la anterior película de Arcand, Las invasiones bárbaras.

Parece que Arcand va a caer en el recurso facilón del sexo -que es como el recurso del fútbol pero peor- o que va a enfangarse en el humor francés, que es algo muy triste (el humor negro de nuestros vecinos no llega ni a lo uno ni a lo otro), pero la película ni siquiera es una comedia, es un patchwork confeccionado con esqueches de humor negro bastante conseguido y algunas influencias de Fellini. Y además sale bien parada hasta de las lágrimas, que en comedia o cosa parecida son algo muy delicado porque dan la impresión de que el director aspira a la omnipotencia (hacer reír y llorar).

La película vive de la actualidad y no pretende trascenderla demasiado. Es pura actualidad hasta que con un giro cambia de tono y de color y evoluciona hacia, ¿cómo decirlo?, la naturaleza muerta y Ozu (el pelar la manzana de Primavera tardía) en un final bello que le da las únicas notas eternas a todo el metraje. Pas mal.

viernes, 18 de abril de 2008

Le cinisme dure longtemps


SHINE A LIGHT, DE MARTIN SCORSESE
Un director de género y una banda de holligans. El director de género no lo sé ni me importa, pero la banda de holligans nunca ha hecho una canción con una problemática y eso hay que agradecérselo. Ni tampoco ha hecho caridad. O han hecho caridad -hacen caridad con Clinton en esta película- con un punto de cinismo. Uno sólo se los imagina con el corazón deshecho por las inundaciones de Bangladesh o por la matanza en la plaza de las tres culturas. El cinismo envejece bien, aunque ya no sea cinismo y se preocupen por el mundo. Los crucifijos que llevan son invisibles.

Y si aportan dinero a la fundación Clinton, eso le añade interés al documental: les debe mantener lo que ellos hacen, entonces, lo que ellos son. Porque como dice uno de ellos: "En el escenario no piensas. Eres lo que eres." Y lo hacen muy bien: Jagger es la idea hipostasiada, la forma pura del delincuente. Analicemos cómo se mueve. A primera hora de la mañana es el tonto que corre calle abajo a coger el autobús para ir a trabajar, luego lo pierde, sube cansado calle arriba, pisa el cigarrillo, se asusta por no saber de dónde vienen las réplicas de las gogós, mejores y más fuertes que su voz, y luego, después del susto que le dan los negros del coro o después del gallo que suelta él, viene el crimen: Jagger dispara al público una pistola de manos sin convicción, Jagger dispara con un dedo artrítico y al azar... Jagger es el ballet de la rehabilitación, la tarantella del asistente social. Y desorientado se come el micrófono y no pierde ni por un momento su acento oxoniense. Ni el british wit.

Siguen juntos porque son muy educados, entre sí y con el público: el respect. Otro secreto de su triunfo es que semiológicamente no han cambiado. Se han quedado en los sesenta, que es donde se dejó el debate. No hay que moverse ni un ápice del punto en el que se quedó la discusión. Porque todo lo que viene después es desorientación. Otro secreto es que la sinceridad les guía siempre (cuando desafinan, cierran inmediatamente los ojos). Y el último y doloroso secreto es que los ingleses siguen yendo muy por delante.

En cuanto al ataque de histeria del director de género (alguien habló de él) al principio de la película, es puro teatro. Hay hasta tres cámaras por ángulo haciendo una ronda que no acaba nunca. No hay ningún peligro de perder un fotograma. La mentira del director se suma a la mentira del montaje (es un documental basado en el montaje -y perfectamente montado, además-) y se convierte en una doble mentira.

Su música me sigue pareciendo inaudible. Uno es demasiado kantiano para tanto desorden. Pero reconozco que hacen jazz y suena bien, tocan country y lo integran y meten trompetas crooner-burguesas y les sale. Están viejos y dejan las cervezas a medio acabar. Pero son los únicos a los que los americanos dejan fumar en un teatro.

lunes, 14 de abril de 2008

Naturaleza muy muerta


CASHBACK, DE SEAN ELLIS
Ha sido todo un purpurrí de esperanzas el que me ha llevado a ver Cashback. Que trata de un supermercado y quería saber lo que se podía hacer con el pladur "herreriano" (Umbral) de los híper, de esos centros comerciales que tenemos plagados de neandertales apasionándose por la alta tecnología. Además, que me hacía gracia el título, mezcla quizá de casbah y cash-back, ese auténtico himno anglosajón: "¡I want my money back!" Y, de nuevo, me he llevado una desilusión. Suele ocurrir. Sobre todo conociendo las frustradas buenas ideas de las que, a veces, las películas están plagadas.

La idea en que se basa la película es inatacable. Lo que critico es el excipiente: gags de sitcom, paralelismos de manual, romances de fotomatón y jóvenes de pelo casualmente desordenado que preguntan continuamente ¿estás bien? Demasiado The catcher in the rye. Cuando los jóvenes muestran lo que para ellos es importante, comparas con otras épocas y te entra un escalofrío. Lo que quieren es el arte para conseguir a una chica, no para nada más. Es de una privacidad miserable. Eso y acabar la faena con el strip-tease de turno, la obsesión del mundo, despelotarse.

Pero la idea es simplemente genial. Y, si no se enseñoreara la autocensura, en vez de convertirse en fuente de inspiración para una payasada global (lo de quedarse quieto en las estaciones de tren, cosas -disculpa Aarón- de capitales) podría ser una buena obra, una obra más importante por lo que calla que por lo que dice, además de que tiene todas las buenas características de la novela norteamericana actual: es poética con los productos de consumo y crea su propio léxico, su propio diccionario. Nada hay más infantiloide y decadentemente barroco. Nada es, por tanto, más subversivo si se le aplica ironía. Pero Ellis todo lo que saca lo tiene pensado. Todo es de escuela de arte. Y el funambulismo no es lo mismo desde que se enseña.

¿En qué podía haber desembocado esta fábula sobre imágenes que se congelan? ¿En budismo? ¿En la jarra que Mahoma ve derramarse durante una eternidad o en modernísimo miedo al tiempo? Ellis no concreta.

Algo no ha permitido que la película sea una auténtica obra maestra, quizá un productor que da más miedo del que debe dar o quizá (el capitalismo planea trampas infernales y justísimas y todo tiene para él su solución simétrica) el miedo de un director que es él mismo su propio productor. Para diagnosticar lo que ha obstaculizado esta película, salgámonos un poco de esta generación. Y digamos, simplemente, que han sido los pocos cojones.

sábado, 12 de abril de 2008

Lope de Vega y Carpio


Me he dado cuenta de que Félix Lope de Vega no es el verso fácil, ni el soneto a Violante, ni el enredo ni la capa ni la espada. Lope de Vega es el subtexto barroco y actualísimo, tanto en La dama boba, como en Los locos de Valencia. El de La dama boba, el de una mujer que aprende a ser inteligente enamorándose, que aprende por amor (desde mi punto de vista, toda una tesis pedagógica), el de los locos de Valencia, un enamorado que entra en un manicomio siguiendo a su amada (otra tesis).

Es con estas obras de Lope de Vega con las que te das cuenta de que Lope no es el monstruo, el Fénix de Feria que nos han contado y simplificado en la desastrosa asignatura de literatura española, sino que es tan grande porque es humano, inteligente, enamorado.

Y ve mucho, no esconde la realidad. Lope es realista. Vladimir Nabokov asegura que la primera aparición de un homosexual en la literatura es allá por debajo de un puente del siglo diecinueve. Pero a uno le da la impresión de que Lope de Vega podría haber presentado la primera loca en sociedad un par de siglos antes. Lope ve mucho, ya lo he dicho. (Más que Shakespeare, quien, por su lado, es mejor escritor que él.) E, independentemente de los juegos oportunistas y tardíos de los montajes actuales, ahí están casi los afeminados en los embozados con demasiadas plumas de otras obras de Lope y en sus finezas y chanzas sobre el valor en los duelos.

En Las bizarrías de Belisa -que es una obra muy menor de su senectud- está también a punto de tocar el menos frecuente problema de las mujeres hombrunas (mujeres-hombres, una de cincuenta; hombres-mujeres, se pierde la cuenta, se dice), puesto que Belisa escribe versos llenos de finezas, media en duelos y tiene luces. El personaje de Belisa debería quedar más perfilado, pero, ay, eso Lope no lo hace y además no la deja sola por sus atrevimientos sino que al final la casa. Pero es que Lope es comercial.