sábado, 10 de enero de 2009

Un anuncio de Coca-Cola perfecto

MI NOMBRE ES HARVEY MILK, de Gus Van Sant

Dice un amigo (el filósofo Federico Santamaría) que algunos son "tan tardíos como un diseñador de moda". Sin ir más lejos, Spielberg y su genocidio (que luego te informas y es uno más de los diez más importantes, pero no va ni siquiera a la cabeza de esos récords que dice Woody Allen "están para batirse"). Y como diría nuestra novia: "Llegar tarde es no llegar". Van Sant se muestra también muy tardío en esta cinta sobre la discriminación de la minoría homosexual. Y es que las cámaras son muy pesadas y nunca llegan a tiempo para grabar lo que toca grabar.
Por otro lado, uno no está seguro (es lo habitual que mientan en estos casos) de que ese tal Harvey fuera el primero en presentarse a unas elecciones desde fuera del armario, sino que cree más bien que Gore Vidal pudiera haberlo intentado antes ("Get more with Gore"), aunque ahora que lo pienso no sé si desde dentro o desde fuera del armario. Por cierto, la metáfora del armario me parece psicoanalíticamente falsa, pero iba diciendo que lo habitual en estos casos es elegir al hombre de la calle, que paga la entrada más religiosamente que un intelectual como Vidal.

El Van Sant es un centauro que se dedica al cine comercial y al de vanguardia sin solución de continuidad, como si fuera posible hacer la Revolución desde la piscina. Lo único que introduce en el film es alguna ironía en la banda sonora (el "lalalá" en la escena del cortejo), la ironía en la mujer buenorra como enemiga y la ironía de algún plano sacado de la publicidad pero dado la vuelta (lo hetero que se vuelve homo). La suave ironía norteamericana de Van Sant, en fin.
Por lo demás, el autor dispara desde el MRI y siempre en la misma dirección. Por ejemplo, la trama (una situación homosexual) era inmejorable para que desapareciera el tópico de la pareja sacrificada por el hombre que triunfa y que ni se le esperara de vuelta, pero éste se mantiene. (Propongo reflexionar sobre este tópico. Yo sostengo que se basa sólo en el resentimiento.)

En definitiva, Van Sant ha rodado una épica homosexual -en Hollywood lo que se les da bien es la épica y hagan lo que hagan siempre están rodando Ben Hur, aunque sea un Ben Hur maricón- que se parece o bien a un happening o a un anuncio de Coca-Cola o, es obvio, a las dos cosas. Y éstas son las películas americanas de tesis, que sacan al final la marca de cerveza boicoteada al principio por los activistas, para que los pobres no vendan menos.

¿Qué echamos en falta? (Alguien se preguntará qué sentido tiene echar en falta algo en una película de la urbanización hollywoodiense, pero ya puestos en marcha, seguimos.) Echo en falta la frase de Cela: "Estoy deseando que les den el derecho a adoptar para que eduquen a sus hijos a ser maricones." O lo que decía Umbral: "Han ganado derechos, pero han perdido luz de gas." Los judíos -y tampoco digo que sea de extrañar- también han perdido luz de gas últimamente. Y ambas cosas parece ser que son para siempre, definitivas. ¿Tenemos algo de lo que alegrarnos?