martes, 30 de diciembre de 2008

Un guion para Visconti


RETORNO A BRIDESHEAD, de Julian Jarrold
Lo segundo mejor que puede hacer una adaptación -descartado el superar a la obra, como en el caso de La colmena de Mario Camus- es mostrar lo bueno que debe ser el libro. Y esto es precisamente lo que hace esta película, que es, además, un excelente retrato del catolicismo confrontado con el anglicanismo.

Evelyn Waugh fue un escritor, al parecer, excepcional. De nuevo no he leído nada de él, pero la objeción que Orwell puso a su obra -dijo que "Waugh escribía todo lo bien que se puede escribir teniendo opiniones insostenibles"- me lo hace aún más apetitoso que la película. (El cruce entre el intelectual y el escritor conduce infaliblemente al moralista que no hace literatura sino filosofía política o historia -véase si no al propio Orwell, que es plano.)

La película combina planos espectaculares con una trama (tomada, al parecer, del libro) y una dirección excelentes. El director hurta los rostros cuando lo tiene que hacer y realiza un trabajo que se puede calificar como impecable. Los actores están contenidos (esto lo dicen ellos siempre, quizá porque sueñan todos con el proscenio y sus excesos, pero esta vez es verdad) y el actor principal, Mathew Goode, que encarna al pisaverde y pintor Charles Ryder, está sencillamente excepcional (aunque interpretar a un inglés sea bastante más descansado que interpretar a un brasileño).
El reparto lo completa una ya anciana -¡vaya!- Emma Thompson en el papel de una Madonna católica que todo lo da y todo lo exige.

La cinta deja el sabor de unas impresionantes localizaciones y respeta varias perlas del texto de Waugh:
"A los profesores trátalos con indiferencia, como al vicario" (así le dan consejos antes de ir a Oxford).
"Estas amistades románticas se ven bien siempre que no duren demasiado" (así le llaman maricón al personaje principal).
"Tú no eres de la pandilla de nadie. Ése ha sido siempre tu problema" (así le llaman pisaverde).
O: "Catolicismo, una extraña religión, ¿verdad?"

Uno se queda al final con la pregunta de qué habría hecho Visconti -ese genio retratando el lujo, esto es, retratando al verdadero hombre, que no es sino el que vive en el lujo- con este libro. La simetría del plano final de "El inocente" es sólo una muestra que nos mortifica.

sábado, 27 de diciembre de 2008

L.A. con todas las colillas en el suelo


BUSCANDO UN BESO A MEDIANOCHE, de Alex Holdridge
Los amateurs -lo hemos dicho antes aquí- lo han hecho todo. Y en esta película demuestran que, bailando su vals de las imperfecciones y con sus guiones escritos "entre todos" (por mucho que el director sea el único guionista, este guión está "participado") llenos de flecos aquí y allí (lo que sólo demuestra que no se está haciendo un pret a porter), saben hacer hasta lo comercial (aunque el cine independiente americano nunca haya sido muy independiente, sino algo así como el producto de un intelectual americano que -lógico- no se toma a sí mismo en serio).

La película toma prestado el estilo documental, un estilo que, por el blanco y negro (el coffee and cigarrettes irreal de Jim Jarmusch que te mete en la diégesis) y el tema (la juventud) a uno le recuerda los documentales con sonido en directo del Free cinema inglés, al estilo de "Sábado noche y domingo mañana", de Karel Reisz, si la memoria no me falla. Y quedará por lo mismo que queda éste. Por pura sociología y por pura honestidad en el tratamiento.

No quiero hacer una apología de lo indie, entendiendo por indie lo independiente anglosajón, porque, como decía más arriba, los anglosajones, con el proyecto de salvaguardar la democracia, no se toman a sí mismos en serio y no ponen nada patas arriba, no vaya a ser que la gente deje de participar y de envolverse en la bandera cada cuatro años y de donar a Wikipedia en los tiempos muertos. "¿Y entonces qué hacemos?" Y no la hago porque el buen arte, como decía Vargas Llosa, es deicida. Y también cabría añadir que suicida. Pero sí se agradece una comedia como ésta en la que sale el negativo de Hollywood, en la que se incumple o al menos se diluye la Poética de Aristóteles, en la que salen todas las colillas de Los Ángeles, las que barren del suelo antes de comenzar un rodaje. Y esto por mucho que ya conozcamos lo que nos van a contar: quién es el amigo (básico en las indies), quién la novia, quién el extraño del que se va a reir todo el cine...

El final (uno esperaba que, quemando ya del todo la Biblia de la Poética, no hubiera desenlace) queda demasiado largo. Pero es que quedaba el turno de uno por escribir. Se les había olvidado.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Decadencia

Acerca de ESTÓMAGO, de Marcos Jorge
Estómago no es otra cosa que un guión previsible y mal escrito que halaga a cada uno de los países que participan en la coproducción. Lo que nos faltaba es que, una vez que el cine nacional sirve fielmente a los partidos que lo financian, el internacional organice product placements que hablen de las bondades de los productos de la tierra de los que han puesto el dinero.

La película deja un infalible sabor a decadencia: Juega a documental, pero carece de fuerza reivindicativa, es una comedia carcelaria, si es que hay algo más triste, y además utiliza ideas manidas como la conexión entre sexo y comida que ya plasmó, por ejemplo, Roland Topor en su abecedario.

Pero volvamos a la decadencia. Decadencia del cine brasileño que, por lo menos a juzgar por lo poco que ha llegado aquí, (Carandiru, Tropa de élite), no le llega a la suela de los zapatos a la antigua argentino-brasileña El beso de la mujer araña. Y decadencia de la Seminci de Valladolid (el único festival que quedaba a nivel nacional) que, cómo no, ha premiado este "Estómago". No haremos juegos de palabras de mal gusto con el título, pero sí se podría hacer un poema.
Porque la Seminci ha premiado, por ejemplo, con anterioridad a:
El niño salvaje,
Los comulgantes,
El manantial de la doncella,
El dulce porvenir,
Luis II de Baviera,
La ley del silencio,
El que debe morir,
Y el séptimo sello.

martes, 23 de diciembre de 2008

Desesperada musica de acordeon


FILANTRÓPICA, de Nae Caranfil
Cuenta Herman Weinberg, en "El toque Lubitsch", que los rusos tienen una bebida llamada kvass y que en el fondo del kvass hay una pasa que le da un sabor especial. "Los actores rusos -continúa Weinberg- solían decir: "Si encuentras la pasa, toda la botella es buena."" Todo esto viene a cuento de que Lubitsch solía encontrar su pasa.

La película rumana que nos atañe no tiene una pasa al fondo de una aristocrática botella de kvass de Mitteleuropa. Más bien se trata de la ordinaria pera que nació ya borracha metida en la botella de licor o de nuestra endrina del pacharán. Los rumanos son latinos -aunque también son centroeuropeos- y eso se les nota.
Filantrópica podría ser italiana y tiene una influencia clara del Azcona de las películas de Berlanga. Pero también tiene la música de acordeón (por cierto, la preferida de Baroja), la poesía y la desesperación del Este, y la fuerza de la prosa gamberra y triste del samizdat ruso (Moscú-Petushkí, sin ir más lejos). Y el director encuentra su pasa.

Me hago barruntos de que los rumanos llevan varios años haciendo el mejor cine europeo a golpe de miseria y de denuncia (véase el cine de Cristian Mungiu).
Filantrópica quizá no sea una película-mundo, pero sí es una película-mundillo, una película-nación, nacional, una película de postguerra o similiar que nos muestra todo lo que hemos perdido en España: el lecho tibio de la pobreza y los cafés desde los que un tuberculoso (el propio Caranfil) escribe guiones que ponen patas arriba un país.

Un ejemplo de la pera del licor o del melocotón en almíbar que ha encontrado Caranfil: Se presenta un niño mendigo. - Ese niño tiene Sida., dice alguien. - No importa, le contestan. En Rumanía no te mueres de Sida, te mueres de gripe.

Nuestras noches de video-clip


MY BLUEBERRY NIGHTS, de Wong Kar Wai
La noche, el amor perdido, la idealización del amor, el desarraigo, los coches y la basura (y los dulces) son los últimos reductos de una generación de treintañeros que combate el amor con bares (escenario de adolescencia aún) y tartas y que juega quedarse despierto cuando sus padres hace tiempo que ya les han dicho que se vayan a la cama. Son los estadios del calvario de una generación X malparada que no tiene mucho de qué quejarse y que idealiza el amor puesto que idealizar el amor (que es idolatrar a la juventud) es el último defecto del subhombre que no puede crecer.

Wong Kar Wai ha jugado a pintar un cuadro de Hopper, una colección de estampas navideñas de soledad -el abandono, el borracho, la amistad, la reconciliación...- cuya recaudación va dirigida a una asociación de autoayuda o algo así. Una asociación que, como suele ocurrir en la "vida real", explota la soledad más que denunciarla.

La película sólo adquiere sentido cuando insiste en los primerísimos primeros planos, en el exceso (la genialidad sigue estando desde Shakespeare a un paso de lo grotesco).
La película halaga al espectador con su buenismo y degenera en una especie de trama de Vacaciones en el mar o una road movie acrítica donde todo el mundo es bueno y tiene que emparejarse y donde lo único que se salva son esos lugares fuera del tiempo y lejos en el espacio donde nos conocimos, donde vivimos, donde nos vimos por última vez, como indican los acertados intertítulos: tantos días y tantos kilómetros. O el teléfono. Pero otros lo han hecho mucho mejor que él: Atom Egoyan, Wayne Wang , Kim Ki Duk...

La fotografía es soberbia, sí, pero virtuosista, inexpresiva, oriental, a un paso de la colorterapia de la que tan aficionados son los del lejano oriente. Pero uno no está, como decía Cela, para psicoanálisis, terapias olfativas ni para cualquier otro género de socorrida mariconería. A uno hay que decirle las cosas más claras. A uno hay, por lo menos, que decirle algo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Nazismo p.c.


LA OLA, de Dennis Gansel
Después de una larga época de barbecho arriba, llega, viene "La ola" de Dennis Gansel, una película que trasvasa -de forma un poco injustificada- un experimento social y pedagógico estadounidense a la Alemania actual.

De forma injustificada porque, conocido ya el fascismo alemán, estaría bien ver qué caracteres tiene el fascismo norteamericano y porque la caracterización de este fascismo americano hubiera sido una prueba de fuego para conocer de una vez la ideología de un guionista esquivo. Pues el fascismo norteamericano no podría ser jamás como el continental, esto no lo digo yo, lo dice Phillip Roth, que escribió una novela sobre el asunto, y enseñar lo que es el fascismo -ojo, el europeo- a un yankee sería tan difícil como describirle una catedral europea, una gran catedral invertida, a un ciego (Carver).

El telefilm se queda desgraciadamente en una fenomenología ambigua y cursi acerca del fascismo retratada por uno de esos pedagogos que creen que detrás de una clase con las mesas en fila se esconde Goebbels. El fascismo se refleja así como reacción contra la liberalidad o el libertinaje, nunca contra el liberalismo (Hayek), lo que sería más atinado y arriesgado. Además de que no estoy muy seguro de que la disciplina escolar influya tanto. Estas caricaturas del fascismo no ayudan mientras el socialismo se enseñorea en el mundo y los Estados crecen y crecen por nuestro bien aunque no se lo haya pedido nadie.

Uno cree más bien -contra la película- que el fascismo arraiga en los chicos porque no es sino la enfermedad juvenil del hombre. (Véase Jarhead, de Sam Mendes, que no es fascista, es juvenil y nada más, pero cuesta distinguirlo.)
¿Quién no ha pensado cuando le explicaron de joven, qué sé yo, la teoría de la justicia de Rawls que a ésta le faltaba algo? "Sí, coño, la fuerza. Eso es lo que le falta." Y eso es el fascismo.

Pero la película empieza siendo alemana y permanece alemana hasta el final. Los alemanes no pueden concebir que el modo continental de hacer filosofía -su modo de hacer filosofía- haya tenido algo que ver en lo de 1940-45. (Piensan que con la reforma de la educación en el período de posguerra -copiada de EE.UU.- ha sido suficiente.) Hay una regla fija en las mentes de los hombres: ninguna sociedad se critica a sí misma, ninguna sociedad se ríe de sí misma, sino a través de sus propias categorías.

En una escena de la película los chicos salen de copas y el director aprovecha para meter inopinadamente imágenes subliminales con cruces gamadas y otros símbolos del fascismo. Un intento desesperado por explicarlo.