sábado, 29 de marzo de 2008

Un pais de secundarios y un pais de desgraciados


LA BATALLA DE HADIZA, DE NICK BROOMFIELD
Irak ya es un género. Irak ha entrado en el parnaso de los cineastas al mismo tiempo que se iba al diablo. La cosa pasa a menudo. Le pasó a Cuba, le pasó a Vietnam, le pasó a Europa. Entrar en la historia es algo muy duro para los contribuyentes. Los suizos ahí están, fuera de la historia.

Con esta película nos encontramos ante un nuevo y descafeinado Redacted, pero perfectamente filmado e interpretado aún mejor, sobre todo en su "parte" norteamericana. El cabo Ramírez, por ejemplo, (Elliot Ruiz) se empeña en bordar un papel redondo con un arco de transformación muy amplio que nos recuerda insultantemente que Estados Unidos es una nación de actores: todo estadounidense es un secundario. (Y si no vean Las uvas de la ira, de John Ford.) En cambio, la parte árabe está mucho peor interpretada y es mucho más discutible porque adoctrina y, además, de forma incongruente. Uno no se imagina a los islamistas con citas marxistas, del estilo de "Todo empeorará antes de que empiece a mejorar" (por cierto, ¿es una cita marxista?). Los islamistas se los imagina uno con turbante y haciendo poesía (eso de Allah levantó el cielo sin columnas) mientras le revanan la aorta a un contratista.

El argumento es el de siempre en una película sobre Irak. Pero cabe hacer algunas apreciaciones acerca del modo en que recurrentemente se nos presenta el ejército norteamericano. Nunca, que yo recuerde, he visto el miedo de la guerra retratado en una película bélica anglosajona (no así en el cine soviético). Los estadounidenses tienen el defecto de confundir el deber del soldado con la etología y la guerra con la agresividad. Guerra y agresividad, supongo, no tienen nada que ver, no se relacionan en la vida de un soldado. Son instancias perfectamente separadas. El soldado -lo muestran todos los documentales que recibimos desde Irak- hace el trabajo -el triste y lamentable trabajo- y se va cuanto antes. El soldado no es agresivo. La guerra no tiene nada que ver con la agresividad natural humana porque, como recuerda Howard Zinn, si no fuera así, los gobiernos no tendrían que gastarse el dineral que se gastan en propaganda para la guerra. La guerra tiene que ver con la política, que es lo que los norteamericanos no muestran. La guerra no tiene nada que ver con una pelea de barrio, pero es en estas excepciones en las que se concentra el cine de denuncia anglosajón. Porque nadie nunca se critica a sí mismo ni se acaba de ver a sí mismo.

La batalla de Hadiza, en fin, no nos dice nada nuevo. Que Irak es un país miserable y polvoriento, que los norteamericanos, evidentemente, se confundieron, que con Hussein se vivía mejor. Pero los actores miran fijos a la cámara mientras suena la banda sonora (la especie de Vangelis árabe habitual) y no parpadean. Ni uno.

jueves, 27 de marzo de 2008

Ñoña, pero japonesa


EL BOSQUE DEL LUTO, DE NAOMI KAWASE
Tras un interregno en el que no ponían nada (es bueno "despantallizarse", que diría Berlanga), vuelvo a la bitácora con esta película japonesa de cine-documental.

Digamos que El bosque del luto es el tren de Cuentos de Tokyo pasando todo el rato: puro budismo. Y uno cada vez cree más en el budismo y se toma más en serio aquel castigo que Allen Ginsberg imponía a los senadores americanos a los que cogía mintiendo: una hora de meditación al día. De los budistas se dice -dicen los cristianos, mejor dicho- que no hacen nada por el prójimo. ¿Pero qué hacemos ya realmente por los demás? Si sólo deseamos paz. Y en la película, en vez de pegarse (hay dos escenas de maltrato), se lanzan ramos de flores a la cabeza, lo que se agradece. Se golpean a ramillazos. Arigato.

El bosque del luto, estaba diciendo, utiliza un socorrido estilo documental que facilita mucho el rodaje y que, por eso, hoy se lleva mucho. La película es exótica en el más estricto sentido de la palabra (aunque otra cosa es que la espiritualidad japonesa se parezca mucho a la nórdica), y por eso no aburre gran cosa. Porque el asilo japonés que describe (caligrafía, jardinería y lenguaje de las flores) no tiene nada que ver con el "Etxe maitea" (fútbol, la Cope y crucigramas), el apestoso geriátrico en las traseras del cine en el que se proyecta la película y que uno se imagina lleno de televisiones vacías y vacías sonrisas de asilo. Y Japón nos interesa. Pero no todo es exotismo: está la laguna Estigia, la barca de Caronte, hay también descafeinadas apariciones bergmanianas de muertos, todo fluye y nada permanece, ecología, la gran catedral de la naturaleza y el gran árbol de la muerte... Y ahora me acuerdo de que esta mezcla para los japoneses no es un problema porque son sincretistas.

La película es japonesa, pero también es ñoña. El protagonista es un viejo caprichoso y mandón, como uno se imagina la cultura japonesa y, de la misma manera, el tema impone cierto imperialismo sobre lo demás, lo que también es malo. Es un documental temático y epicúreo sobre la aceptación de eso que nos cuesta cada día más aceptar y que los psiquiatras llaman "los hechos de la vida". Ante la dureza de la vida nos espantamos como viejas devotas y entonces alguien nos viene a enseñar "el abc de los sentimientos", como si fuéramos alumnos de Educación para la ciudadanía, lo que, en resumidas cuentas, resulta bastante molesto. El bosque del luto -siguiendo con el tema de la creación de sentimientos- no es más que una sensación, que la creación de una sensación, es una idea, una etimología, un apunte que crece imprevisible, lineal como el tiempo y rápido como la vida, a partir de la nada. Es una campana budista a la que hace sonar el viento. "Let the wind speak, that´s paradise", decía Ezra Pound. El bosque del luto, la verdad, es poca cosa. Pero es japonesa. Hai.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Gerry en traje de calle


ENFRENTADOS, DE DAVID VON ANCKEN
Enfrentados, o Seraphim Falls, que es como se llama de verdad, no es sino un modelo de calle, un pret a porter, de Gerry, la película de Gus van Sant. Aquí van algunas de las cuestiones que me han venido a la mente mientras la veía:

1) Seraphim Falls es un western quizá ya post-crepuscular, pero mantiene el interés psicológico -algo desvaído- del western crepuscular y algunos elementos del spaghetti. A esto iba. El spaghetti ha influido muchísmo y Sergio Leone tenía al cabo razón al defenderlo y al decir que él no hacía spaghetti, que hacía westerns y que como tales había que verlos. La cultura popular y lo kitsch es cultura al fin y al cabo y nos invade por todos lados.

2) ¿Cuáles son las características de este western post-decadente? No lo sé. Quizá algún tipo de denuncia social, o una trama minimalista, pudiera ser que cierto manierismo (no seguiré por aquí porque se desvela el final). En aquel primer sentido, el enfrentamiento en un lugar ecológicamente desolado, puede tener alguna intención.
La película también tiene elementos clásicos y de hecho mantiene la tensión con la mirada de los personajes.

3) Seraphim Falls está claramente inspirada en Gerry, la película de Gus van Sant. La sucesión de paisajes todo a lo largo de Norteamérica es idéntica, y alguna escena está calcada. Primero va la vanguardia y luego la industria. Van Sant debería cobrar algo por esto y probablemente lo haga, que allí, en Estados Unidos, miden todo con balanza de farmacia.

4) La película me ha disgustado, además de porque es un tostón considerable, sobre todo por el final, que es muy tramposo y que se apoya en el proceso natural de identificación al que se ve sometido el espectador.
Vale.

martes, 11 de marzo de 2008

Excesos catedralicios del fin del mundo


PAISAJES TRANSFORMADOS, DE JENNIFER BAICHWAL
Cita de "Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo", de Diego Sánchez Meca: "Para Nietzsche, "chino" es alguien cuyas necesidades vitales se han reducido a un mínimo. Osea, es un modo de nombrar la exclusión de la idea de crecimiento: "... la adaptación, la modestia del instinto, la satisfacción en la repetición, una especie de estancamiento del nivel general del ser humano". Es el prototipo del funcionario para quien el cumplimiento diario de una rutina se ha convertido en condición de vida. Traduce esa actitud nihilista básica de replegarse en lo que manda la mediocridad, sin el menor deseo de crear algo o de transformar de algún modo su existencia. Se tiene además, haciendo eso, buena conciencia." (Nietzsche también habla, en otras ocasiones, de "ser un tornillo".)
Y con esta cita ya sabe mi lector dónde se encuentran, como si se tratara de una predicción macabra, como si el concepto de Nietzsche fuera racial, los paisajes transformados, la tierra baldía, el paisaje y el paisanaje del que hablo.

Jennifer Baichwal ha rodado un nuevo Koyaanisqatsi siguiendo al fotógrafo Edward Burtynsky por Oriente (especialmente por China) y dejando testimonio de la destrucción medioambiental y social. Ríos rojos como la sangre, esqueletos de barcos, pirámides de escoria que parecen sedes de un gobierno de hormigas, desiertos de silicio, ciudades destruidas por sus propios dueños a tanto el ladrillo para dar paso al progreso...
Pero lo que más impresiona son los trabajadores. Somos trabajo. Por eso, sobre la destrucción natural, es al ver las condiciones de trabajo que capta Baichwal cuando se te revuelve "el carácter de la especie" que decía Marx o "las leyes de nuestra propia naturaleza" de las que hablaba Bakunin, conceptos ambos creados por ellos para denunciar la alienación.

Los trabajadores. Los que son ricos y esclavos y los que son pobres pero libres. Los que no cantan mientras trabajan y los que todavía cantan. Los que hacen comentarios truncados, como sin moraleja, y los que se quejan (los que sólo pronuncian oraciones enunciativas ("Las cosas están así, o de esta otra manera"; los que tienen éxito en Occidente también hablan así) y los que resisten). Los que no creen en Dios y los que, al menos (hoy lo he visto claro) le conceden la libertad que no tienen a Dios. (Hay algo peor que darle todo a Dios y al hacerlo empobrecer este mundo: no ver la libertad de la voluntad ni siquiera en Dios, no concebirla siquiera, no regalársela ni a un ente de ficción.)

Hace cosa de un lustro se expuso en el museo Guggenheim una magnífica obra de Bob Rauschenberg: un amasijo de hierros y cromados que había recogido de la playa, un Niágara de parachoques con el que el mar había tocado la puerta de su casa y que el norteamericano enmarcó convenientemente. "Excesos catedralicios del verano", le llamó el irónico artista, siempre disfrutando del presente, siempre desdeñando "la actualidad", tan caduca. Pero la pieza no podía evitar destilar una tristeza última de desastre y denuncia. Me ha parecido verla en este documental.

viernes, 7 de marzo de 2008

Afganistan y el arte


La filosofía puede que no sea tan poliédrica como queremos nosotros o como quería Nietzsche, pero el arte a buen seguro sí que lo es. El arte es un poliedro del que sólo vemos una cara y los genios nos enseñan la cara escondida, la que, por razones obvias, no queremos ver, situándose más allá de polémicas, esto es, de Orientalismos o de Occidentalismos. Ése es su deber, si no quieren morir sepultos, lapidados por lo políticamente correcto y por una enorme masa de falsísima materia gris.

Y uno se pregunta: ¿Si el arte es poliédrico, si como decía Nietzsche la voluntad de sistema es una inmoralidad, si la universalidad le hace el trabajo fácil a todo el mundo, a los débiles de alma, a los pobres de alma, si la generalidad es pecado para esa mezcla de César y Cristo, de sabio y de amante que es el Superhombre, que es el artista, por qué no vemos la otra cara de Oriente ni siquiera desde un Occidente en plena crisis?

Lo único que hacemos es retratarles con una ética ya sabida, relamida, lo único que hacemos es halagarnos y mirar repugnantemente de reojo a las lapidaciones, a las tablas del alfabeto ajadas y rotas y a oir un par de veces "por el amor de Dios", que ya no se oye. Como los misioneros que se emocionan con los juguetes primitivos de los miserables. Pero nada más.

¿Y cuál es la razón de esta multiplicación de nuestra propia figura en todos los espejos? ¿Cuál es la razón de que sólo nos veamos a nosotros mismos cuando les miramos a ellos? Tenemos miedo. Miedo de no tener ya nada que exportar. Miedo de perder la guerra.
Mientras tanto lo que hacemos es volcar sobre los generales vencedores una cascada de mierda y confetti prematuro. Y así estaremos hasta que venga Un Artista a retratar la difícil belleza y la calma de Afganistán. Sí, hasta que venga a retratar su espiritualidad. La espiritualidad de los afganos, de los libaneses, de los árabes, de los turcos y de los marroquíes.

martes, 4 de marzo de 2008

Prescindiendo del texto


ABSOLUTE WILSON
Proyectan en el Teatro Social de Basauri, con siete personas dentro, "Absolute Wilson" (programado dentro del absurdo y heterogéneo ciclo de cine hecho por mujeres en el que se incluyen obras de mujeres sobre hombres), un documental sobre el director de escena Robert Wilson. (Me permito, en represalia por el ciclo, éste sí, anti-natura, omitir el nombre de la directora.)
El Teatro Social de Basauri es un remozado y amplio teatro rojo en el que aún cubren las puertas con cortinas para conseguir una oscuridad total y me da qué pensar acerca de la arquitectura de la margen izquierda y de la margen derecha de la ría del Nervión (o del Ibaizábal, que también reclama su "ciclo").

La verdad es que los nacionalistas -que dominan más la margen derecha- han respetado más la arquitectura previa y han sido menos dados a la arquitectura faraónica y estatalista (excepción hecha de la feria de muestras con su vacía torre-moloch que les han colocado a los socialistas como un castigo o venganza). Los nacionalistas han estado más contra el Estado y han rehecho lo que ya estaba hecho antes que construir algo nuevo. Se han basado más en la historia, quizá porque son historia. Lástima que no se pueda decir lo mismo de su política con la red de carreteras que me ha llevado hasta Basauri.

Pero pasemos a Robert Wilson. ¿Qué decir? La verdad es que Wilson es una de esas personas que explican por sí mismas muchas ideas que circulan por ahí. A veces ocurre que escuchas algo extravagante como "Yo creo que hay que hablar de cosas concretas, como "zapato, mesa, coche..."" y luego te das cuenta de que en realidad quien lo dice está repitiendo una idea antiquísima -absurda y convenientemente radicalizada por el vulgo-, en este caso de algunos miembros antimetafísicos del círculo de Viena. Bueno, pues con Robert Wilson pasa lo mismo (pero en este caso el plagio es para bien): muchísimo de lo que se monta hoy -incluido Tomaz Pandur o el Marat Sade de Alfonso Sastre y Animalario- viene de el arte bruto de Robert Wilson. Y, por otro lado, a costa de Wilson se ha hecho mucho "teatro con mallas".

Sabido es que los estadounidenses pasan menos vergüenza que los europeos. Wilson, como buen yankee, ha hecho de su gris autobiografía y de sus problemas personales la materia de sus montajes, sin ningún síntoma de timidez o embarazo. Trabajó en los hospitales, trabajó con niños deficientes (siempre ayudando, como un buen americano, y siempre sacando provecho y explotando) para incorporar cualquier enfermedad de los nervios -como se las llamaba antes- a su obra.

¿Qué veo yo en Robert Wilson? Se ve algo de Chomsky, la absoluta imprevisibilidad del hombre y del lenguaje humano, la extravagancia, la moralidad del cuerpo del hombre, la enfermedad en nosotros, la enfermedad que somos, pues somos enfermedad mucho más que salud.
Y se ve, ay, que, como él mismo dice, "el lenguaje es la barrera de la imaginación", sobre todo el lenguaje textual. Y para aquellos a los que todavía nos gusta la narratividad -y no la danza o la arquitectura escénica- esto es un drama. Wilson prescinde del texto.

Wilson es uno de esos directores de escena natos (de él se dice: "Era una de esas personas que no querían ser directores de escena, es que lo era"). Uno tiene ya desde hace algún tiempo la impresión de que los directores de escena se seleccionan como las élites nazis, por pura fuerza. En este punto no sirven los sentimentales ni los indolentes, ni tan siquiera los lentos.
El documental finaliza con una cita suya: "A veces te preguntas qué te toca hacer lo siguiente. Yo pienso que es mejor pensar qué no debes hacer lo siguiente y hacer eso."

sábado, 1 de marzo de 2008

Una vieja reivindicacion


EN UN MUNDO LIBRE, DE KEN LOACH
He ido a ver la última de Loach, con todas las precauciones de siempre -la escafandra contra el broncón ideológico, el sarcasmo contra las recetas mágicas, el corte de mangas presto-, pero no puedo decir que me haya disgustado.

Ir a ver una película de Ken Loach es un ejercicio brechtiano de distanciamiento porque ya sabes lo que te va a contar. Pero a pesar de que los arcos de transformación de los actores son bastante planos y de que hay cierto dramatismo irreal, como siempre en Loach, la película está pasablemente escrita y rodada y lo que le interesaría más a su director: funciona.

El guión tiene ecos lejanos de Cassandra´s dream (sin los actores de Woody Allen), un Cassandra´s dream de Galerías Preciados y con el teñido fenomenológico de la protagonista. Aunque esta vez Paul Laverty, el guionista, no tira tanto de fenomenología, sino que fabula más, y por eso el resultado es mejor. Francisco Umbral decía que Bukowski era el cisne inclinado en el estanque del domingo. Ken Loach esta vez es el perro manco del parado. Y por ahí se va algo mejor que "viendo las cosas tal cual son" y anclando los personajes a una media estadística tan falsa como todas las estadísticas.

Desde un punto de vista ideológico, lo que siempre le tengo que reprochar a Loach (además de su obsesión romántica e interesada por España) es su fijación con la pobreza, cuando el problema en el primer mundo es -también en el caso de "los obreros"- la riqueza y el deseo de riqueza. Lo que tenemos que hacer es acostarnos todos en el tibio lecho de la pobreza, como dice Sánchez Dragó. Ahí Loach no está al día y por eso se dedica a retratar fenómenos cada vez más marginales, a personajes que "se le van acabando" conforme avanza el tiempo y la película.
Pero en esta ocasión el mensaje, el recado, es algo menos resentido que habitualmente, es una vieja aspiración anarquista y comunista.