miércoles, 24 de junio de 2009

Todos liados

LA BELLE PERSONNE, de Christophe Honoré

Los franceses han hecho de los cuernos una cuestión de honor nacional. ¡Eso es curarse en salud! Julian Barnes decía que en los pueblos franceses el de la boucherie está liado con la de la police, el de la mairie con la de la boutique y así sucesivamente. Recuerdo, en uno de esos momentos gloriosos de la TV, a una francesa que se confesaba en el canal Arte sobre con qué aplomo entraba en las habitaciones raspando el techo (Quevedo dixit). La mujer decía: "Elle est seulement la princesse. Mais je suis la reine, la vieille reine." Yo me encontré con las siguientes palabras en la boca: "Enhorabuena por el programa."
Los franceses no son normales. Y ojo, les entiendo, que hay que comprenderlo todo. Hasta el vudú. No vayamos a parecernos -y menos con quien nos da mil vueltas- a esa chica que me decía: "Estados Unidos no me gusta: No rebajan las aceras para que pasen los paralíticos." Pero Francia -le continent- va más alla de eso. Es un reto. Los franceses son chinos para el resto de los europeos. Francia es una enfermedad mental. Una enfermedad mental que no vamos a comprender, al menos en lo referente al amor, por nuestro final de La Celestina. Y que tampoco vamos a entender en lo político por lo referente al jacobinismo. Los franceses son veletas alrededor de Juana de Arco y a mí me gustaría saber por qué. Y Azcona diciendo que eso del amor se pasa en París (por las putas y la promiscuidad). El bueno de Azcona, como buen español, no entendió nada.
Vayamos con la lista: La belle personne es una colección de tronchantes billetes amorosos que no han sido reescritos por un Nabokov talentoso e irónico, de libertinaje de a euro (por mucho que esté basado en un clásico libertino de Madame de La Fayette), es una serie de triángulos que nunca caen en la cama redonda, que es más castiza. Todo muy seizième arrondissement y parc Monceau. Como si fuéramos capaces de tener en la cabeza los miles de affaires que recordaba aquella portera parisina que vivía como en una escalera sin fin. Y a mí no me da la cabeza para esas cosas.
La belle personne parece un ejemplar más del "cine de extras" europeo del que ya hemos hablado aquí haciendo un decálogo sobre la dejadez del mismo. Desaparece en seguida la visión irónica que podría tener un Godard, al que dejan revolviéndose en su, por ahora, desocupada tumba.
La carpintería de la película es de la La Fayette y no se ven las costuras. Pero el director ha pensado que su trabajo consiste en cortar el pelo a lo romántico a cuatro jóvenes de la montaigne, al estilo Antonin Artaud, que para eso está el genio, y a correr. ¡A la Academie con él! (Y es que los franceses se siguen cortando el pelo como Marat. El bastón de Artaud que echaba chispas lo han dejado para otra ocasión.) La belle personne es grotesca. Es una Vacaciones en el mar del XVII con Godard revolviéndose en la tumba y una Mariana en tetas. La belle personne es romanticismo sin negros ni tortilleras, que ésos le quitan mucha fusta al romanticismo y aumentan el cachondeo. Y por supuesto, con maricones. Lo mejor es la moraleja, que es una estela en el mar. ¡Eso es una despedida a la francesa!

lunes, 15 de junio de 2009

Presenterar...

MILENIUM 1. LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES, de Niels Arden Oplev

Thomas Bernhard acusaba a los austríacos de ser unos capitalistas avariciosos y al mismo tiempo de fingir enfermedades para cobrar el dinero del subsidio social. Ése es Bernhard. Pero yo -¡menuda vanidad!- no quiero parecerme a Bernhard y en estas cuestiones políticas me parece que hay que afinar un poco más. Hay que afinar todo lo que sea posible.
Yo opino que la política es una escopeta de dos cañones y con ella no se puede disparar por el cañón del socialismo sin disparar al mismo tiempo por el de la democracia, porque si no el tiro sale por la culata. Esto es: Podemos avanzar por el camino del socialismo sólo si al mismo tiempo avanzamos por el de la democracia (directa y a través de internet).
Yo soy admirador de Hayek como el que más y opino que lleva razón cuando dice que la labor del político no es ni mucho menos la del artesano que fija en la sociedad una idea que tiene en su mente, sino la del jardinero, que pone las condiciones para que el jardín pueda florecer y crecer sin que nadie le exija cuentas.
Pero, al mismo tiempo, creo a pies juntillas en eso que dice Chomsky de que si el socialismo es democrático genera una sociedad mucho más habitable que el capitalismo. Una sociedad mucho más confortable y también menos autista y más abierta al prójimo, que es ése a quien le debemos siempre algo desde el mismo momento en que llegamos a este mundo (la hembra humana es el único animal que no puede dar a luz sin ayuda).
Todo esto viene a cuento de que yo no sé lo que ha estado pasando en Suecia, pero me parece que cierta familia de allí ha estado haciendo demasiado dinero triunfando por los centros comerciales de medio mundo y que los suecos han pasado de engañar al subsidio a la avaricia individualista. Sí. Los suecos ya no engañan al subsidio. Ahora el subsidio les engaña a ellos. Y de ahí el triunfo de la última novela negra sueca: Henning Mankell y Stieg Larsson.
La novela negra es flor nocturna que florece en épocas de cambio y honda decepción: En la transición española se enseñoreó Vazquez Montalbán y a Berlusconi le ha salido una tal Donna Leon. Recuerdo un diálogo de Carvalho en el que éste le preguntaba a un vendedor de perros que cuánto costaba un pastor alemán y el vendedor le contestaba que no se lo vendía porque de un tiempo a esta parte había mucha mala sangre en España y no sabía para qué lo quería. Eso es la novela negra.
"Los hombres que no amaban a las mujeres" es una mala película bastante comercial, que es lo que le corresponde también a la novela negra. Y lo verdaderamente escalofriante no es lo que cuenta (que no es creíble y está lleno de las muletas del género) sino ver los escenarios de Bergman sin la película de Bergman y a las nuevas y tatuadas actrices suecas sin la bella juventud de Liv Ulmann, de Ingrid Thulin o de Bibi Andersson.
Niels Arden Oplev retrata una Suecia vieja. Hasta la protagonista joven carece de esa belleza sana y recién estrenada de las actrices de los sesenta, que tenían la piel recién encalada como el piso de una pareja de recién casados. Pero ya digo, lo que realmente asusta es ver el "mítico" -éste sí de verdad- "presenterar" del cine sueco presentando la adaptación de una novela negra, y lo que es peor, presentando a una mala película bien hecha. Eso sí que es cine negro.

jueves, 11 de junio de 2009

El vampiro rampante

DÉJAME ENTRAR, DE TOMAS ALFREDSON

Aarón Rodríguez (tecleen Creadores de imágenes y verán) ya dijo en abril (lo que tarda una película de viajar de Madrid a Bilbao puede venir a ser un mes, no importa) una serie de "muy medidas y ajustadas palabras" acerca de esta película. Decía que la película tenía "vocación de blockbuster, no perdamos la perspectiva". Eso es, no perdamos nunca la perspectiva.
No la perdamos porque la perspectiva es el quid de la cuestión, la prima philosophia, la aduana que unos pasan y otros no. No la perdamos de vista porque la perspectiva es lo que nos puede salvar el pellejo en estos tiempos que vivimos.
Unos tiempos en los que todo aquello en lo que creyó una generación se va al traste al mismo ritmo con el que los kibutz pierden agua y los sindicalistas visten de Armani. Y la culpa no es de nadie o es de todos un poco, no lo sé.
Los suecos nos tenían acostumbrados desde Pippi Langstrump a una psicología nórdica y liberal en la que los niños tomaban el mando guiados por los adultos, como siempre, pero con sentido y mesura, lo cual no era óbice para que no se subieran siempre al tejado con el catalejo o el globo. Unos niños que exigían más libertad sin ponerse tarascas, echar mano del monedero ajeno ni desear la muerte del vecino. Bueno, pues ahora (hay momentos en los que nada sale bien) a eso también le aparece su envés.
Este tal Alfredson nos presenta el envés de lo que todos pensábamos que podía ser una buena idea: la educación libertaria. Alfredson no entiende nada y retrata a padres viejos como niños frustrados, exalta a niños de autismo provocado colgados de los eternos columpios y por ahí. Alfredson retrata sin saberlo el fin de una idea que aún quizá no ha sido probada, pero que le da igual como les da igual a todos, pero que ahí está, terca y llena de sabiduría y embriología.
A este tal Alfredson hay que decirle que los viejos son sus niños, no los padres, que las cosas estaban mejor antes, que la película parece que la paga la psicología administrada sueca que crea problemas al mismo tiempo que cobra para solucionarlos. Que Pippi Langstrump estaba mejor. Y ésta es la perspectiva. No la perdamos.
Uno, al salir del cine, se ha imaginado por consolarse a una guapa, airada y joven madre sueca que salía también del cine con su hijo de la mano explicándole que lo que han estado viendo es lamentable. "¿Esto tampoco?", protesta el hijo, cobarde e integrado como todos los niños. "Esto tampoco", contesta ella.

miércoles, 10 de junio de 2009

Bien


GOOD, de Vicente Amorim
Uno ya se conforma con poco. (Uno habla de sí mismo en tercera persona, como el Papa o como Maradona.) Y es que uno, a pesar de que le llamen cinéfilo (que no sé lo que es, pero suena a algo tan rancio como "aficionado al teatro", y no, no soy aficionado al cine ni al teatro, sino a una parte ínfima de lo que se proyecta y de lo que se representa) no aspira a verse la cartelera entera, pero a veces se la acaba viendo. (Ser "cinéfilo", digo, es algo tan conservador como ser "aficionado al teatro". "El Cirilo es aficionado al teatro, y va hasta ahora que le han quitado la vejiga, con la sonda en la mano, hecho un jabato." "La Jacinta con menopausia, sí, y sofocos, pero sigue yendo al Español." Bueno, pues lo mismo con gente sólo supuestamente más joven y una linterna mágica llena de sombras chinescas en vez de con cuatro comicastros de muchas tablas y con mucha cara.)
Iba diciendo que uno a veces se ve casi toda la cartelera. Y entonces hasta se acostumbra a ver escenas que sabes de dónde vienen y a dónde van. "Una escena de flirteo. Bien. Simplemente -masculla uno como el viejo que es- que se han liado, sólo eso. Eso y las piernas. ¿Las has visto? Sí. Ya está. A ver la siguiente."
Esto viene a cuento -si es que todo tiene que venir a cuento de alguna otra cosa- de que la película de Vicente Amorim me ha gustado, a pesar de que se mueve en el modo de representación que todos conocemos, el más plano que imaginarse pueda. Pero la obra de Amorim está entre la cobardía y el arrojo, el tópico y la realidad, lo comercial y algo nuevo o no tan viejo. La película avanza a velocidad de mula. No es un gran tren de vagones, tampoco es un tren de mercancías, es un cercanías que llega a su destino.
Avanzamos a ritmo de productor lento. O a ritmo de régimen totalitario. Y ahora un productor ha sido lo suficientemente valiente como para tratar el holocausto último desde una perspectiva algo, un poco, una miaja más valiente e interesante.
C.P. Taylor (tiro de Wikipedia), el autor de la obra de teatro en la que se ha basado la película, fue un judío marxista que (Wikipedia dixit) murió en el 81 (año de la obra) por escribir en pleno invierno en la cabaña del jardín de su casa. C.P. Taylor, dice mi humilde fuente, fue, como buen marxista, un poco irónico con el título de la obra, pero ahora eso ha cobrado, en nitrato de plata, otra dimensión más emocional que, supongo, no tenía en el teatro. (El nitrato de plata es catalizador de los sentimientos.) Eso es lo que está bien, eso y que el final tiene algo del "Yo sólo quiero que me quieran", de Fassbinder.
Taylor escribió sobre un Fabrizio del Dongo nazi. Y es una idea que merece la pena. Eso sí, estamos poniendo las obras del 81. ¿Alguien quiere echar arena a los raíles? A este paso no vamos a subir el repecho.