martes, 29 de septiembre de 2009

El laberinto alemán

DAS WEISSE BAND, de Michael Haneke
Después de una terrible bronca familiar por el comentario acerca de Isabel Coixet y su Mapa de los sonidos de Tokyo (que la familia fue a ver fatalmente)-es cierto que la exigencia baja y baja para el que va mucho, demasiado, al cine y a veces lo único que deseas es no ser injusto con las mujeres que no lo hacen tan mal y desmontarles ese interesado complejo persecutorio que es el feminismo al mismo tiempo que se les anima a dar la otra media visión de las cosas- he ido a ver al lento (y eso es lo mejor que tiene) y museístico Tarantino en Austria, su típica mezcla de spaguetti, Ford y -ésta vez sí- Peckinpah, sin llegar a la altura de ninguno de ellos.
Y aquí, en Austria, he descubierto que se toman a Tarantino como lo que es. Un escritor de comedias de acción, un director, no de palomitas, sino, aquí, en Austria, de litros de cerveza Radler para hacer su cine más llevadero. Algo totalmente infantil, pero no tan peligroso. Algo que hay que tomarse a risa -por mucho que mate austríacos- dentro de una programación muy seria que no tiene nada que ver con la española y donde Hollywood está arrinconado a base de cultura y educación. Aquí quien no llega es el hortera de Tom Cruise.
Pero hablemos de algo muy distinto: A saber, la última de Haneke que tiene pinta de obra maestra, por mucho que -el alemán nunca es lengua materna, es madrastra- yo la entendiera a veces a medias.
Michael Haneke ha escrito una Gertrud sin el milagroso ritmo de Gertrud (Gertrud es algo que va propiamente contra la flecha del tiempo), ha hecho una película diabólicamente lenta, pero con una fotografía impresionante y muy bien interpretada por unos actores metidos de lleno en su propia piel pálida, pura y llena de punctum y acné nazi.
A ver: Los "alemanes" (meto aquí también -y sé que no es lo mismo- a los austríacos) están enterados, están muy enterados de todo, especialmente de lo que se dice de ellos y contra ellos. Que nadie se llame a engaño. Y eso aunque las respuestas vayan contra la misma esencia de su ser (¿Martín Lutero?).
Haneke se ha hecho la pregunta: "¿Por qué? ¿Por qué lo hicieron los alemanes, un pueblo inclinado como ningún otro a la piedad y a la moral pública, un pueblo que es la misma escultura de la pietas, escultura que además conocen bien?" La cuestión, seguramente, nos supera, y más planteándola de una forma tan sencilla, pero eso no significa que no se le pueda dar alguna respuesta.
Haneke, austríaco, -está en medio, pues- opta por el luteranismo y la religión, la disciplina, la maldad "natural" que mancilla la banda blanca y, sobre todo, por el espirititualismo, pero también, como suele ser habitual en él, deja una película abierta (como muchas otras suyas) en la que los pecados no se dicen, se hacen y se castigan, al mismo tiempo que se muestra una moral impotente y, alguna vez, una emocionante sencillez infantil y bondadosa. Eso también es el hombre.
Haneke, eso sí que es violencia. Y no Tarantino.
Haneke dispara hacia el Norte. Pero quizá olvida que las elites nazis eran católicas, que Hitler era austríaco, que el partido se fundó en Baviera, que Tiso fue un monje católico, que también estaba Mussollini (y otros con mayor o menor grado de culpa), que tan luteranos como algunos alemanes también eran los norteamericanos que desembarcaron en Normandía con la Biblia agujereada en el bolsillo del pecho.
Haneke pasa de la microhistoria a la macrohistoria. Y también se apoya en que los primeros nazis fueron poetas luteranos que hicieron una interpretación nacionalista e irracional de la ya irracional y peligrosa Biblia luterana y, más concretamente, del Apocalipsis.
Las preguntas son, de nuevo, más que las respuestas. ¿Por qué la fascinación por el otro de los alemanes, ese cotilleo continuo, como si no lo conocieran en absoluto? ¿Por qué esa incapacidad de ponerse en el lugar del otro? ¿Por qué esa moralidad sublime? ¿Por qué ese sadismo?
Platón decía en Las Leyes que quien es capaz de lo peor es también capaz de lo mejor. Y viceversa, habría que añadir.