martes, 27 de mayo de 2008

Receta

A propósito de EL ÚLTIMO VIAJE DEL JUEZ FENG, DE LIU JIE
Estas películas (o cabría decir bizcochitos) no son especialidad de ningún sitio, se hacen aquí y allá, Italia, Francia, China, pero son muy digestivas y van cubiertas, como algunos bizcochos, de un fino baño blanco. También llevan azúcar y canela, algo picante, no mucha. Y, de nuevo como algunos bizcochos, hay que consumirlos muy frescos, porque, en cuanto pasa el tiempo, desmerecen.

Las cantidades no han de ser abundantes. Basta un guión convenientemente aguado. Sirven cuatro escenas y cuatro transiciones que se adivinen. El procedimiento es el siguiente: Se trata de criticar la, por otro lado, muy criticable globalización. ¿Cómo? Por medio del carpe diem, y a este respecto vale exaltar el placer de comer, las aficiones descansadas del jubilado, la artesanía, el trabajo una vez que se convierte en rutina, lo que se entiende vulgarmente por tomarse la vida con filosofía...

Es conveniente que el guionista sea exótico, de hecho es conveniente que todos los ingredientes sean exóticos, por eso de que la traducción esconde y hace atractivo. Para que cuaje el multiculturalismo es preciso presentar a los indígenas como naïves permanentemente vestidos de gala y no tratar ningún conflicto real (nada de calentar el horno con conflictos como el suscitado en Colombia, donde se debate permitir a los indígenas sacrificar a un niño gemelo porque los gemelos destruyen las cosechas; este plato no tiene tampoco nada que ver con los servidos por la Tercera Ola a principios de los setenta). La justicia, si la hay, es siempre pragmática y buenista y defiende la tradición. La trama, como decimos, no da problemas y se resuelve fácilmente con cuatro paralelismos.

Para terminar basta un final abierto, de cine de autor. El plato se servirá en cine-clubs y festivales falsamente izquierdistas. De hecho, su olor puede recordar poderosamente al de una casta dirigente condescendiente con la estupidez del vulgo. El comensal saldrá del cine, conectará el móvil, se montará en el coche y, a la altura de la autopista, pensará en los buenos viejos tiempos antes de ponerse a pensar en su próximo viaje transatlántico a la rivera maya, donde, por cierto, también hay indígenas.

sábado, 24 de mayo de 2008

Videos caseros rusos


EL CASO LITVINENKO, DE ANDRÉI NEKRASOV, en el cine-club de Algorta
El Umbral anterior, el primer Umbral, el progre (palabra que para mí, como para él, carece de las connotaciones negativas que tiene ahora -antes sólo las tenía jocosas, que a él le van bien-), escribió desencantado acerca de una visita a la Rusia postcomunista -a principios de los noventa- y dijo que lo único que había visto eran putas, basura y plástico. Algo así. Pero entre esos plásticos había otro tipo de basura: uranio.

La historia que cuenta este documental, la historia de la Rusia postcomunista, la he visto desarrollarse como a cámara lenta. Me la predijeron con trágica exactitud, frase por frase, imagen por imagen, hace mucho. Contemos la historia desde el principio, que el caso Litvinenko, el caso Rusia, lo merece. Yo, allá por el año noventa y cuatro llevaba a un ruso, le llamaré N., a dar conferencias a la facultad de ciencias económicas. Se trataba de un doctor en ciencias químicas, un auténtico miembro de la intelligentsia rusa del momento. Éste me hablaba de cómo a las élites les convenía la guerra en Chechenia, de cómo vendían armas al enemigo checheno (compañías enteras siempre con el armamento más moderno), de cómo el estado envenenaba con elementos radiactivos a los que podían serle molestos, de las armas químicas, de las nucleares, de las biológicas y de la humillación que suponía que allá por el año noventa y dos tuvieran que darles de comer los alemanes (los rusos se acuerdan de esa humillación mucho más que de la guerra mundial). Todo esto salpimentado con sus reuniones en comisiones legislativas en el Kremlin con funcionarios que denunciaba que no eran sino los representantes de la mafia (él se mareaba). Y yo escuchaba y leía: a Ajmátova, a Tsvietáieva, a Mandelstham, a Brodsky, a Chentalinsky (salvando las distancias)... Incluso, en mi ingenuidad, pensé en comprarme un libro de Brosdky "A Urania" porque creía que no hablaba de la diosa de la astronomía, sino que era un juego de palabras y que Urania era otro nombre para Rusia. (Se ve que aún no calibraba el nivel de aislamiento de el que era capaz el indiferente y soberbio judío ruso-americano.) En fin. Para mí el Polonio más interesante era y es el elemento químico, y luego viene el personaje de Shakespeare.

Desde entonces los casos que N. pronosticaba se han ido produciendo -cosa rara- con precisión matemática (Berezovsky, Politovskaia, Litvinenko, Yuschenko) y la verdad se va conociendo también con precisión matemática ahora -cosa menos rara- que hace menos daño que entonces. N. se retiró, desapareció en su dacha en el campo, amenazado quizá, y por eso le llamo N. Me acuerdo mucho de él.

Nekrasov cuenta la historia de siempre allá en las Rusias: la de "la casa grande" (el KGB), la de la casa de los muertos, la de una guerra del estado ruso contra sus ciudadanos, la de las Razones de Estado, la de un país entero preso de su gran tamaño. Y lo hace con una cámara insegura, casera, presta para salir corriendo. Espías de labios estropeados le dicen a la cámara que temen por su vida. Un hombre justo agoniza del color de la madera, envenenado. Asesinos a sueldo oyen la llamada de la moral y de la religión y se convierten y te dejan, además de con la pregunta acerca de quién fue, con la respuesta de por qué tienen tanto teatro, tanta novela, tanto de todo.

lunes, 19 de mayo de 2008

La princesa Turandot


TURANDOT, DE GIACOMO PUCCINI
Pekín en tiempos legendarios. La princesa Turandot desposará al primer pretendiente que consiga resolver sus tres acertijos y decapitará a todos los que fracasen.

Recuerdo que hace algunos años se "desató una polémica" más acerca del caso de un hombre que había violado a una mujer durante quince segundos. Los hechos probados que juzgó el juez -creo recordar que como violación- fueron los siguientes: una mujer acostumbraba -se probó por propia confesión de la interesada- a decir que no al amancebamiento cuando quería decir que sí. Y un día le dijo que no a un hombre que la había satisfecho en varias ocasiones de esta manera. Pero ese día su no era no y no sí y el acusado la violó durante quince segundos, después de lo cual descubrió el equívoco y se disculpó.

Los periódicos prestaron atención, sobre todo, a los comentarios acerca de la mini-falda de cierto fiscal de la derecha, pero entre tanto se entabló una discusión entre el entonces filósofo del régimen -Fernando Savater- y un desconocido profesor de filosofía de un instituto. La argumentación del desconocido profesor era lógicamente impecable: Entre otros argumentos, razonaba que no podía haber violación porque ella daba su consentimiento estando en el lugar y en la situación en la que estaba y, como lo había hecho en otras ocasiones, diciendo que no. Pero Fernando Savater, el filósofo que nunca acaba una argumentación, el pensador de los razonamientos llenos de flecos, intervino y, con un argumento vitalista, cogiendo a Nietzsche como el rábano por las hojas, dijo que a él le parecía mucho más "sano" lo que había hecho el juez: juzgar el acto como violación. Y, como es habitual en él, dió una razón sorprendente que casi parece hecha a sabiendas, malintencionada: ¡que no juzgarlo como violación suponía acabar con el juego de la seducción! (Cuando el juego, para seguir siendo juego, no te puede costar una temporada en la cárcel en el caso de perder. Eso es precisamente lo que lo destruye.)

Desde entonces el juego de la seducción se ha convertido en uno de los acertijos de la princesa Turandot, desde entonces, como ocurre en la ópera, los ministros de la princesa deploran el excesivo número de ejecuciones y lamentan no poder disfrutar de sus apacibles vidas en el campo, cosa que podrían hacer si se supiera que la verdadera historia de la princesa es que su antepasada, la también princesa Lo-u Ling, fue violada y asesinada por unos soldados extranjeros. Desde entonces en la China de cartón piedra de la ópera se sueña con restablecer la calma en el país mediante un soldado extranjero que le diga por fin a la princesa: "¡Princesa de hielo, de tu trágico cielo desciende a la tierra! ¡Levanta ese velo...!"

viernes, 16 de mayo de 2008

Eso cursi tan argentino


LA ANTENA, DE ESTEBAN SAPIR
Los negocios al lado del cine son un café con internet, una tienda de informática, un club del Opus Dei -cerrado- y a su lado, acompañándolo simbólicamente (que cada cual piense lo que le dé la gana), el pub Rasputín. El dueño de la tienda de informática no te mira cuando te asomas por la puerta. Y tanto en el café como en el pub todos van a lo suyo. Aunque en el pub no estén en internet es como si estuvieran en internet. Te miran, sacan la máxima información, te retan y pasan de largo. Fuera, en la calle, todo está muy oscuro y es feo, suburbial, mal urbanizado, a diferentes alturas. Las balconadas del rascacielos frente al cine -unas cubiertas y otras no- son como nichos iluminados. La película que voy a ver no puede venir más a cuento.

La película tiene un silencio (es entera, si exceptuamos la soberbia banda sonora, un silencio, pues trata de la comunicación moderna) como de fieltro rasgado o de micrófono abierto. La película es una fábula muy densa y muda acerca de la comunicación, ya lo hemos dicho, pero lo que quiero decir es que es más densa aún por ser muda, ya que la mudez se compensa siempre haciendo que pasen con rapidez más y más cosas y no hay películas más densas que las mudas. (Y la rapidez en la pantalla no es otra cosa que la lentitud del reloj.)

La película tiene también esa cosa argentina y cursi que delata que lo que son en realidad los sudamericanos es franceses. Sudamérica (quizá Méjico sea la excepción), por puro esnobismo y por voluntad propia, se ha convertido en el imperio adoptado de una nación sin imperio. Los sudamericanos, cuando les van las cosas mal, maldicen en español y cuando les van bien, divagan en francés.

La película es una fábula que se lanza, que el autor ha lanzado y que cada cual entiende a su manera, más o menos sin muletas psicoanalíticas. Ignoro si Esteban Sapir tiene relación alguna con Edward Sapir, el lingüista, pero su tesis sí que tiene que ver con los dos planos separados del lenguaje (el interno (como ordenación de las ideas, las palabras) y el externo (como comunicación, la voz)).

A mí las fábulas me aburren, pero ésta me parece además especialmente tramposa. Porque, como buena fábula, tiene una estructura de planteamiento, nudo y desenlace, que copia los "Alimentos TV" que la propia película critica. Hasta tiene un eslogan para recordar a la salida: "Nos han quitado la voz, pero aún tenemos las palabras". El único, absolutamente el único director legitimado y capaz de hacer una película sobre la incomunicación moderna es Godard, si es que no la ha hecho ya. En vez de La antena podrian poner Alphaville y quitarle la voz.

jueves, 15 de mayo de 2008

La desaparicion del autor


ANTES DE QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO, DE SIDNEY LUMET
Voy a ver esta película a mi querido y triste Basauri, que es como un compendio cubista de todo el desastre urbanístico del País Vasco, pero que tiene un cine que merece la pena, un cine que aún se queda totalmente a oscuras haciendo caso omiso de las señales de emergencia, como debe ser. "Amatatu zure mobila" aconsejan en un euskera castellanizado fácil de entender, apago el móvil y empieza la película.

"Naturalista", es lo primero que pienso. Pero después comienza la deconstrucción y arriesgo la tesis de que los continuos flashbacks tienen un efecto nefasto: que desaparece el autor y lo único que haces es fijarte en la trama. La película pierde diálogos y por tanto pierde dramaturgia, pierde sabor (y de ahí viene sabio) y lastre subtextual cosificándose en lo más primitivo y bajo que posee: la trama.

El plagio de Allen y la influencia de Match point también son evidentes. Un Allen -ya lo dijimos al hablar de En un mundo libre, de Ken Loach- con peores localizaciones, castings más breves o tiros de cámara más tortuosos, un Allen grotesco que pierde el aliento hacia el final de cada escena y que por eso acude a los flashbacks y flashforwards rápidos: para cambiar de localización y pasar a otra cosa mientras tiene la mente del espectador entretenida con la trama (un recurso de trilero). Unos flashbacks que se justificarían si el autor nos fuera a dar distintas perspectivas acerca de la misma historia, como en El cuarteto de Alejandría, cosa que no hace en esta fábula sobre distintas generaciones que se tratan entre sí como sanguijuelas.

Al final, después del típico final americano incomprensible en Europa, salgo del cine intrigado acerca de qué oscuros becarios estarán, escuadra y cartabón en mano y con Allen en la cabeza, surtiendo a los viejos y desocupados directores como Lumet de estos guiones deconstruidos. Auskalo! (Literalmente: ¡(Vete) a buscarlo!)

lunes, 12 de mayo de 2008

Kultura adulterada

LOS PERSAS, DE ESQUILO
De muchos de los elementos de esta pseudo-versión traidora de Los persas ya hemos hablado en este blog: del arte con material de derribo (todos los libros de Nabokov nos advierten respetuosamente que está pasado de moda), del espectáculo sin un subtexto firme, de la obsesión -que nos llega de la cultura victoriana- por las clases bajas, que quizá se esté también haciendo anacrónica conforme la sociedad se va haciendo más justa (si es que eso es posible)...

Pero esta traducción grosso modo, esta bersión con be, este espectáculo kultural de Calixto Bieito muestra signos de subvención y agotamiento. Para empezar, es el típico caso en el que el director de escena (que se traviste usualmente de demagogo) se extralimita y extiende fatalmente su fuero al texto, al autor. El resultado previsible es que se potencia uno, tan solo uno de los elementos que Aristóteles cita en la Poética como necesarios en toda obra, el que al director de escena se le da mejor: el espectáculo, en detrimento de otros que deberían predominar. Tanto es así que la obra limita con el happening antes que con el teatro. Para ello, Calixto Bieito no duda en sacar kalashnikovs de verdad, encender bengalas o hacer cantar a los actores a voz en grito el precioso himno de la legión. Pero parece ser que con sólo intenciones y excesos no se hace arte.

En cuanto al subtexto, la tesis es que la guerra es una extensión de la natural agresividad humana y que el ejército se nutre de lo peor de la sociedad (una especie de gran hermanos suburbanos llenos de piercings que aspiran sólo a la playstation o a un plasma; "Os quiero como a mis tortugas", les dice una soldado a sus camaradas.)

Pero el subtexto es erróneo. La guerra es la continuación de la política mediante otros medios, no proviene sólo de la agresividad humana, por mucho que ésta le sirva como base. Los soldados no son agresivos, hacen un trabajo. Y así no podremos darnos con un canto en los dientes si esperamos una condena totalmente racional de la guerra. También es verdad que tampoco nos podremos dar con un canto en los dientes si nos sentamos a esperar una condena totalmente racional de algo, de cualquier cosa, de lo que sea.

viernes, 2 de mayo de 2008

Teorizaciones placenteras

ELEGÍA, DE ISABEL COIXET

Entro en el zaguán del cine con los nervios como miles de agujas a punto de estallar -lo que parece un anuncio para una crema para la piel, pero es cierto- por el continuo taconeo de las mujeres al andar, por su levedad tan densa, por su sí es no es, por su miopía permanente y terca, su autismo de milenios que no acaba de despertar. Me pasa a veces. Así que en la cola de la taquilla, esperando detrás de más mujeres, decido ver la nueva de Isabel Coixet, para exacerbarlo todo y ver qué pasa.

Isabel Coixet, una champagne socialist que diría Martin Amis, una defensora de las jóvenas entre pasarela y perfume que lo ve todo y a su manera a través de unas preciosas gafitas color fucsia pero de la que yo no veo nada de nada (hasta hoy). La belleza está en los ojos de quien la mira, se lee en el cartel de la entrada, pero seguro que la Coixet se guarda al menos un punto de giro para darle la vuelta al eslogan de la película. Así que entro.

La Coixet ha rodado una película que es una copia de Woody Allen, un Woody Allen sin ironía, que entonces se queda en los restaurantes de Manhattan con los personajes pidiendo la carta y poco más. La Coixet dicen que tiene fijación por los enfermos -también en esta película- pero hay que decirle a la mujer que eso no es una visión artística, una Weltanschauung, sino un rasgo curioso o una perversión inconfesable y así, sin cosmovisión fuera de los hospitales, una se queda sonando no a lo que es, sino a lo que lee o a lo que ve.

En cuanto al libro de Phillip Roth en el que se basa, muchos escritores buenos han escrito libros narcisitas y menores acerca de teorizaciones placenteras como la mujer. Alberto Moravia escribió el infumable El hombre que mira y Roth ha escrito este relato facilón y autobiográfico hecho de citas, unas famosas y otras nuevas, y lleno de puntos de giro por eliminación. Que el porvenir es largo, parece ser toda la sabiduría judía que Roth ha puesto en este libro.

Pero lo curioso de Elegía es que la Coixet ha vuelto a dar la visión masculina de la belleza femenina, ya que los desnudos femeninos de la tercera edad que pone siguen resultando desastrosos, mientras que la Penélope Cruz y Ben Kingsley salen pasables. Y esto es algo en lo que estaba autorizada a dar batalla. Pero parece que las feministas han bajado los brazos también en esto. Es lo que tiene que las ideologías se convirtieran en sensibilidades.

jueves, 1 de mayo de 2008

Poesia de tirano

BAB´AZIZ, DE NACER KHEMIR, en los Multicines de Bilbao

"La perfección, de cierta clase, era lo que buscaba/ y la poesía que inventaba era sencilla de entender", escribió W.H. Auden en Epitafio para un tirano. La perfección de cierta clase y, junto a ella, no muy lejos, los tiranos buscan la abnegación de cierta clase, cierta abnegación simple. Y ambas cosas las veo en el último producto del cine antiglobalización y por la paz, en la última película para cine clubs paseada por veinte festivales que al parecer no tienen nada mejor que hacer: Bab´Aziz.

Bab´Aziz, que se subtitula "El sabio sufí", es una colección de historias o fábulas financiadas por Irán, narradas por el típico sabio ciego y ambientadas en el desierto, una gavilla de episodios cuya espiritualidad se nos escapa quizá porque aquí a los ciegos se les despeña al más puro estilo del Lazarillo. Pero más allá de lo que se me ha escapado exóticamente me ha recordado fuertemente al cine franquista en el que el lloro de un protagonista también era una intromisión intolerable en la intimidad del espectador, en el que el amor era espionaje y la poesía lo que no puede ser jamás la poesía: intimidad violada, únicamente secreta, nunca pública, obscenidad.

Los cuentos -una exacerbación de cuentos contados por los unos a los otros, una exacerbación de las Mil y una noches, de la propia cultura- están llenos de la visión acrítica de las dictaduras y pretenden estar ambientadas a medio camino entre la Edad Media (también un antiguo y seguro refugio franquista) y la modernidad hippy (quién sabe si del turismo, como en nuestro caso), con lo cual chirría todo. Los iraníes, como los franquistas, hacen también aparecer al niño-adulto adoctrinado, al niño que no es niño, sino el ideal del régimen. Y todo este esfuerzo por mostrar la cara amable, todos estos enternecedores intentos por congraciarse y evitar el bombardeo dan en una propaganda nada flexible porque es gubernamental, porque no es algo vivido, como lo es la propaganda norteamericana (lo que, bien pensado, es peor).

Pero antes de matarnos tenemos que conocernos todo lo que podamos, al menos hasta que empecemos a conocernos mientras nos matamos, por lo que he apuntado en un cuaderno todo lo que nos unía, no vaya a ser, como parece, que nos estén engañando: nos unía la gacela cartesiana de Abentofail, una referencia a la anamnesis platónica o cosa parecida, otra, muy breve, en una canción, al atomismo y otra, en un cuento, a algo así como el espejo lacaniano. ¡No es poco! Racionalismo, física y Lacan. ¿Se necesita algo más? Con esto yo ya les pasaba el cáliz tibio de la amistad.