domingo, 20 de julio de 2008

La critica imposible


YO SERVÍ AL REY DE INGLATERRA, de Jirí Menzel

Conviene ser sinceros. No he leído nada de Bohumil Hrabal, pero sí recuerdo que fue él -el autor de la novela en que se basa esta comedia- el que le dio la bienvenida a Clinton en Praga en su cervecería favorita diciéndole que "sólo" llevaban esperándole 50 años. Esto da una idea de la catadura del personaje. ¿Se puede esperar a cualquiera de los Clinton siquiera 5 minutos? Resulta indignante. Ningún autor del núcleo duro del samizdat hubiera dado la bienvenida a Clinton así, moviendo la cola como un perro zalamero. La verdad es que ningún autor del samizdat le hubiera dado ninguna bienvenida a alguien como Clinton (al que además las circunstancias y sólo las circunstancias ya daban la bienvenida). Hrabal se retrató.

Y así, Yo serví al rey de Inglaterra arranca con fuerza, pareciendo ser un compendio muy consecuente de todo lo que más jode a los comunistas: aprovechar las potencialidades del cuerpo, el dinero, la comida y el sexo, todo ello mediante un realismo mágico muy agradable, ratos de slapstick y guiños a Chaplin (como me indica Eduardo). Pero cuando llega el comunismo, Hrabal se baja del tren y aún mucho antes convierte la película en un manual de historia checa y hace que la crítica al régimen sea imposible. Nadie nunca ha podido criticar a los comunistas desde dentro. O se estaba fuera -como lo estaba el samizdat- o no se criticaba nada.

Al final, el director sirve una austera comida al espectador (una comida comunista) que se supone que ambos han de acoger al menos con una media sonrisa. Y éste era el disidente.

Auden, como dijo Brodsky, expresó muy bien lo que era vivir bajo el comunismo. Escribió: "... they lost their pride/And died as men before their bodies died." Perdieron su orgullo/y murieron como hombres antes de morir sus cuerpos. ¿Le pasó a Hrabal?

jueves, 17 de julio de 2008

El humor del koljos

PROMÉTEME, de Emir Kusturica

De acuerdo, Kusturica es un provocador (lo que ya es bastante malo en sí), pero no hace gracia. Su humor oscila entre el humor del koljós (burdo y una miaja temeroso, que es probablemente de donde viene) y el humor nacionalista, chauvinista, que siempre tiene algo de francés, como de Luis de Funes, que es probablemente a donde va. Y ninguno de los dos tienen gracia.

Cuentan los que leen libros de cine que los norteamericanos se enfadaron mucho con Lubitsch porque éste incluyó el siguiente chiste en Ser o no ser: Un nazi dice de un actor: "Lo que está haciendo él con Shakespeare es lo que vamos a hacer nosotros con Polonia." Lubitsch negó que fuera un chiste de mal gusto. Es bien sabido que los norteamericanos ven la moral en todas partes porque son unos puritanos. La frontera es permeable. El sentido del humor es y no es moral. El sentido del humor también es salvaje. Y si es salvaje ha de revelarse contra el buen tono de forma igualmente salvaje, cosa que Lubitsch hizo y por eso se negó a pedir disculpas.

El humor de Kusturica, o su no humor, es ofensivo en su vitalidad desbordante, es un humor del porrazo y tente tieso, más que de slapstick. Pero lo único que nos enseña es que Serbia acaba de salir de una dictadura, o cosa parecida, una dictadura de campesinas recias, como aquella bailarina de ballet a la que Stalin puso sobre sus rodillas después de haber bailado para él para decirle: "Come, bonita, que estás muy flaca".

Lo mejor de la película es la música, pero es gitana. Y es que Kusturica es alguien que quiere ser gitano pero no se entera de nada.

martes, 15 de julio de 2008

La pequeña narrativa


ALEKSANDRA, de Alexander Sokurov
¿Cómo habría que denominar estos ejercicios del último cine europeo? Son povera, hipnotizantes y un poco desoladores. Atrás quedaron las grandes apuestas -E la nave va, Ludwig, Stalker, Fanny y Alexander-, los grandes órdagos de unos locos que tenían los cojones de oro y el cerebro repleto de nitrato de plata y ahora tenemos a un regimiento de tímidos que se han guarnecido detrás de las cámaras. Atrás quedaron las grandes narrativas, como ballenas baradas y en proceso de extinción, según dejó dicho Umbral, y ahora no tenemos una propuesta artística clara y nos refugiamos en el mensaje más o menos ecléctico y sin convicción. Y esto es un error. Hay que sacar a estos brillantes cobardes de sus cuarteles de invierno y hay que volver a hacer películas con mucho dinero y con mucho valor. Hay que combatir. El gran cine, más allá de La hamaca paraguaya, siempre ha sido la novia cara de Bergman. (Quizá la culpa la tenga la magnífica Signos de vida, de Herzog.)

Las nuevas apuestas cotizan a la baja y son realistas y costumbristas, que eso siempre está ahí, el realismo y el costumbrismo. La Babushka con su trenza, el soldado con su kalashnikov. Pero con el costumbrismo ocurre como con la definición de "filosofía" (amor por el saber), esto es, que a un griego no le dice nada porque ya sabe lo que es. A un ruso esta película tampoco creo que le diga mucho.

Pero estoy cargando las tintas. Sokurov esta vez no ha intentado filmar el plano secuencia más largo ni otros records del mundo. Ha demostrado que -si no se es yankee- se puede hacer una película de guerra tan sólo dosificando la tensión. Y ha narrado los tiempos muertos, esas muertes en vida que son peores que las muertes de verdad -como decía el oficial de Riso Amaro- de un ejército aislado. Pero Sokurov también está acuartelado y rara vez entra en combate.

Pero quizá esté cargando las tintas. Hay un par de planos bellos y austeros. Y también algo valientes, un peu.
Aleksandra: su nombre quizá pueda querer decir "la que odia a los hombres". La que los odia un poco, en algo, en algún sentido, que no están los tiempos para generalizaciones.

martes, 8 de julio de 2008

Demasiado eterno para mi gusto


ALIENTO, de Kim Ki-Duk

"La historia de una mujer despechada que encuentra consuelo visitando a un condenado a muerte." Y escrita por el ingrávido Kim Ki-Duk. Las crónicas no podían sonar mejor, pero la verdad es que he salido de la sala y no sé qué decir, no sé qué escribir y no sé qué pensar. Y no voy a dejar pasar la noche porque mañana seguirá sin ocurrírseme nada.

Kim Ki-Duk es un tramposo. Aísla todo lo perturbador con ese aspecto de ejercicio de fin de carrera para dominar el universo diegético mediante lo minimal y crear una fábula con un Dios bondadoso que no puede terminar mal. Lo minimal se ha convertido ya en realidad en el recurso para dominar el mundo de la ficción que ha creado. Para situar sus "intervenciones", porque, más que como minimal, hay que verlo como a un artista moderno con gran talento para las manualidades con los objetos de uso cotidiano.

Pero Kim Ki-Duk debe ser mucho más. Dioses, celdas, el tiempo, las estaciones..., hay algo puramente coreano que se nos escapa. Kim Ki-Duk, en su Corea natal debe sonar a algo así como a Almodóvar, en el sentido en que Almodóvar también pretende retratar, sobre todo y ante todo, su país natal, y lo moderniza, lo pone al día. Kim Ki-Duk es budismo para una sociedad con una inmensa soledad, una soledad rayana en el absurdo. Una sociedad para la que la naturaleza es el fondo de una pantalla de ordenador.

Kim Ki-Duk ya se repite (la película se parece mucho a otra suya anterior) y es eterno, demasiado eterno para mi gusto. Es eterno como una de las breves aventuras de Charlot, y así se le verá. Aunque quizá tanta eternidad le haga envejecer mal. Al menos no es ésa la vejez que yo espero, es una vejez sin arrugas, una vejez que no ha vivido la vida.
Kim Ki-Duk es congruente -perfectamente congruente- pero más con su propio estilo minimal que con la realidad, con el mundo.

viernes, 4 de julio de 2008

Retrato de la ultima frontera


LA ESTRELLA AUSENTE, de Gianni Amelio

Si hay algo bonito es el arranque de La caída de los dioses (me refiero a la película de Visconti, no a la de Wilder, cuyo comienzo además fue censurado por él mismo, así que vaya lo uno por lo otro) en la que el director italiano retrata toda la belleza del mundo del trabajo –un alto horno- con esa sensibilidad de alguien a quien le horroriza el trabajo.
Otro genio retratista del mundo del trabajo y su influencia sobre el homo faber ha sido Antonioni, en El desierto rojo, por ejemplo.

Gianni Amelio ha cogido todas estas referencias y ha hecho una película muy salvable y ecuánime acerca de la última frontera, acerca de ese enigma que es la China. Y no nos extraña nada que, con estos maestros, sea un italiano el que haya llevado a buen fin una de las grandes películas acerca de la modernización de aquel país: paisajes áridos para los sentimientos, a lo Stromboli, niños y bicicletas para los momentos alegres, el mejor McGuffin en mucho tiempo (que incluso se lo perdonamos) para la trama principal... Y una China que huele a tiendas de campaña del Oeste, a caravana, a optimismo, a lo que dicen los chinos que huele. Ellos sabrán.

La película exprime cada plano. Cada camión aparece cuando tiene que aparecer. Cada carricoche aporta toda la expresividad que el guión necesita. La producción no es de extrañar que sea de un De Laurentiis. Los planos están llenos de esos trucos visuales, de esos trampantojos italianos que demuestran que todo es un juego, que rompen la transparencia y te hacen sonreír. Y uno sale del cine con la esperanza parcialmente recuperada y pensando que La estrella ausente es una buena película europea, la primera desde que comenzó la "era de los obituarios".

jueves, 3 de julio de 2008

Juventud sin ideologia


Al hilo de AN AMERICAN CRIME, de Tommy O´Haver
Asomarse a la juventud norteamericana desde Europa, desde las películas juveniles de Godard, da la sensación de ser asomarse a un abismo en el que no cabe la ideología, sino sólo cascos vacíos de Coca-Cola. En este abismo no cabe la heroicidad, que vendría dada por la ideología, por el pensar a la contra, por la gracia situacionista y juvenil, sólo cabe el aburrimiento o la colisión con la ley de un sistema perfecto.
Quizá es que lo sea. Me explicaré: Hegel dice que nos es imposible criticar algunos aspectos de nuestro tiempo porque vivimos inmersos en ellos. Quizá el sistema americano (lo dudo) sea toda la perfección a la que podemos aspirar hoy en día y por eso ellos no se ven sus defectos. Quizá les haya pasado por encima la apisonadora del chauvinismo, del comfort, de la máquina de propaganda más arrolladora del siglo XX, del imperio.
La película, sin ser gran cosa, describe un crimen plano, sin ideología, frío, un crimen por veinte dólares a la semana, un crimen puro, americano.

Y es un buen peep-hole para ver una de esas siluetas perfectas, uno de esos perfiles que, tijera en mano, recorta Hollywood (nada más que un pueblo de actores) con maestría, a saber, el de Ellen Page. Si Fellini decía que el abuelo Barrymore era el rostro perfecto, Ellen Page es el rostro y la estampa perfectos de la sensibilidad moral, esto es, de la inteligencia.

La película, decía, no es gran cosa, pero cuenta una historia que me ha gustado.