sábado, 24 de mayo de 2008

Videos caseros rusos


EL CASO LITVINENKO, DE ANDRÉI NEKRASOV, en el cine-club de Algorta
El Umbral anterior, el primer Umbral, el progre (palabra que para mí, como para él, carece de las connotaciones negativas que tiene ahora -antes sólo las tenía jocosas, que a él le van bien-), escribió desencantado acerca de una visita a la Rusia postcomunista -a principios de los noventa- y dijo que lo único que había visto eran putas, basura y plástico. Algo así. Pero entre esos plásticos había otro tipo de basura: uranio.

La historia que cuenta este documental, la historia de la Rusia postcomunista, la he visto desarrollarse como a cámara lenta. Me la predijeron con trágica exactitud, frase por frase, imagen por imagen, hace mucho. Contemos la historia desde el principio, que el caso Litvinenko, el caso Rusia, lo merece. Yo, allá por el año noventa y cuatro llevaba a un ruso, le llamaré N., a dar conferencias a la facultad de ciencias económicas. Se trataba de un doctor en ciencias químicas, un auténtico miembro de la intelligentsia rusa del momento. Éste me hablaba de cómo a las élites les convenía la guerra en Chechenia, de cómo vendían armas al enemigo checheno (compañías enteras siempre con el armamento más moderno), de cómo el estado envenenaba con elementos radiactivos a los que podían serle molestos, de las armas químicas, de las nucleares, de las biológicas y de la humillación que suponía que allá por el año noventa y dos tuvieran que darles de comer los alemanes (los rusos se acuerdan de esa humillación mucho más que de la guerra mundial). Todo esto salpimentado con sus reuniones en comisiones legislativas en el Kremlin con funcionarios que denunciaba que no eran sino los representantes de la mafia (él se mareaba). Y yo escuchaba y leía: a Ajmátova, a Tsvietáieva, a Mandelstham, a Brodsky, a Chentalinsky (salvando las distancias)... Incluso, en mi ingenuidad, pensé en comprarme un libro de Brosdky "A Urania" porque creía que no hablaba de la diosa de la astronomía, sino que era un juego de palabras y que Urania era otro nombre para Rusia. (Se ve que aún no calibraba el nivel de aislamiento de el que era capaz el indiferente y soberbio judío ruso-americano.) En fin. Para mí el Polonio más interesante era y es el elemento químico, y luego viene el personaje de Shakespeare.

Desde entonces los casos que N. pronosticaba se han ido produciendo -cosa rara- con precisión matemática (Berezovsky, Politovskaia, Litvinenko, Yuschenko) y la verdad se va conociendo también con precisión matemática ahora -cosa menos rara- que hace menos daño que entonces. N. se retiró, desapareció en su dacha en el campo, amenazado quizá, y por eso le llamo N. Me acuerdo mucho de él.

Nekrasov cuenta la historia de siempre allá en las Rusias: la de "la casa grande" (el KGB), la de la casa de los muertos, la de una guerra del estado ruso contra sus ciudadanos, la de las Razones de Estado, la de un país entero preso de su gran tamaño. Y lo hace con una cámara insegura, casera, presta para salir corriendo. Espías de labios estropeados le dicen a la cámara que temen por su vida. Un hombre justo agoniza del color de la madera, envenenado. Asesinos a sueldo oyen la llamada de la moral y de la religión y se convierten y te dejan, además de con la pregunta acerca de quién fue, con la respuesta de por qué tienen tanto teatro, tanta novela, tanto de todo.

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