LOS PERSAS, DE ESQUILO
De muchos de los elementos de esta pseudo-versión traidora de Los persas ya hemos hablado en este blog: del arte con material de derribo (todos los libros de Nabokov nos advierten respetuosamente que está pasado de moda), del espectáculo sin un subtexto firme, de la obsesión -que nos llega de la cultura victoriana- por las clases bajas, que quizá se esté también haciendo anacrónica conforme la sociedad se va haciendo más justa (si es que eso es posible)...
Pero esta traducción grosso modo, esta bersión con be, este espectáculo kultural de Calixto Bieito muestra signos de subvención y agotamiento. Para empezar, es el típico caso en el que el director de escena (que se traviste usualmente de demagogo) se extralimita y extiende fatalmente su fuero al texto, al autor. El resultado previsible es que se potencia uno, tan solo uno de los elementos que Aristóteles cita en la Poética como necesarios en toda obra, el que al director de escena se le da mejor: el espectáculo, en detrimento de otros que deberían predominar. Tanto es así que la obra limita con el happening antes que con el teatro. Para ello, Calixto Bieito no duda en sacar kalashnikovs de verdad, encender bengalas o hacer cantar a los actores a voz en grito el precioso himno de la legión. Pero parece ser que con sólo intenciones y excesos no se hace arte.
En cuanto al subtexto, la tesis es que la guerra es una extensión de la natural agresividad humana y que el ejército se nutre de lo peor de la sociedad (una especie de gran hermanos suburbanos llenos de piercings que aspiran sólo a la playstation o a un plasma; "Os quiero como a mis tortugas", les dice una soldado a sus camaradas.)
Pero el subtexto es erróneo. La guerra es la continuación de la política mediante otros medios, no proviene sólo de la agresividad humana, por mucho que ésta le sirva como base. Los soldados no son agresivos, hacen un trabajo. Y así no podremos darnos con un canto en los dientes si esperamos una condena totalmente racional de la guerra. También es verdad que tampoco nos podremos dar con un canto en los dientes si nos sentamos a esperar una condena totalmente racional de algo, de cualquier cosa, de lo que sea.
lunes, 12 de mayo de 2008
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