martes, 29 de septiembre de 2009

El laberinto alemán

DAS WEISSE BAND, de Michael Haneke
Después de una terrible bronca familiar por el comentario acerca de Isabel Coixet y su Mapa de los sonidos de Tokyo (que la familia fue a ver fatalmente)-es cierto que la exigencia baja y baja para el que va mucho, demasiado, al cine y a veces lo único que deseas es no ser injusto con las mujeres que no lo hacen tan mal y desmontarles ese interesado complejo persecutorio que es el feminismo al mismo tiempo que se les anima a dar la otra media visión de las cosas- he ido a ver al lento (y eso es lo mejor que tiene) y museístico Tarantino en Austria, su típica mezcla de spaguetti, Ford y -ésta vez sí- Peckinpah, sin llegar a la altura de ninguno de ellos.
Y aquí, en Austria, he descubierto que se toman a Tarantino como lo que es. Un escritor de comedias de acción, un director, no de palomitas, sino, aquí, en Austria, de litros de cerveza Radler para hacer su cine más llevadero. Algo totalmente infantil, pero no tan peligroso. Algo que hay que tomarse a risa -por mucho que mate austríacos- dentro de una programación muy seria que no tiene nada que ver con la española y donde Hollywood está arrinconado a base de cultura y educación. Aquí quien no llega es el hortera de Tom Cruise.
Pero hablemos de algo muy distinto: A saber, la última de Haneke que tiene pinta de obra maestra, por mucho que -el alemán nunca es lengua materna, es madrastra- yo la entendiera a veces a medias.
Michael Haneke ha escrito una Gertrud sin el milagroso ritmo de Gertrud (Gertrud es algo que va propiamente contra la flecha del tiempo), ha hecho una película diabólicamente lenta, pero con una fotografía impresionante y muy bien interpretada por unos actores metidos de lleno en su propia piel pálida, pura y llena de punctum y acné nazi.
A ver: Los "alemanes" (meto aquí también -y sé que no es lo mismo- a los austríacos) están enterados, están muy enterados de todo, especialmente de lo que se dice de ellos y contra ellos. Que nadie se llame a engaño. Y eso aunque las respuestas vayan contra la misma esencia de su ser (¿Martín Lutero?).
Haneke se ha hecho la pregunta: "¿Por qué? ¿Por qué lo hicieron los alemanes, un pueblo inclinado como ningún otro a la piedad y a la moral pública, un pueblo que es la misma escultura de la pietas, escultura que además conocen bien?" La cuestión, seguramente, nos supera, y más planteándola de una forma tan sencilla, pero eso no significa que no se le pueda dar alguna respuesta.
Haneke, austríaco, -está en medio, pues- opta por el luteranismo y la religión, la disciplina, la maldad "natural" que mancilla la banda blanca y, sobre todo, por el espirititualismo, pero también, como suele ser habitual en él, deja una película abierta (como muchas otras suyas) en la que los pecados no se dicen, se hacen y se castigan, al mismo tiempo que se muestra una moral impotente y, alguna vez, una emocionante sencillez infantil y bondadosa. Eso también es el hombre.
Haneke, eso sí que es violencia. Y no Tarantino.
Haneke dispara hacia el Norte. Pero quizá olvida que las elites nazis eran católicas, que Hitler era austríaco, que el partido se fundó en Baviera, que Tiso fue un monje católico, que también estaba Mussollini (y otros con mayor o menor grado de culpa), que tan luteranos como algunos alemanes también eran los norteamericanos que desembarcaron en Normandía con la Biblia agujereada en el bolsillo del pecho.
Haneke pasa de la microhistoria a la macrohistoria. Y también se apoya en que los primeros nazis fueron poetas luteranos que hicieron una interpretación nacionalista e irracional de la ya irracional y peligrosa Biblia luterana y, más concretamente, del Apocalipsis.
Las preguntas son, de nuevo, más que las respuestas. ¿Por qué la fascinación por el otro de los alemanes, ese cotilleo continuo, como si no lo conocieran en absoluto? ¿Por qué esa incapacidad de ponerse en el lugar del otro? ¿Por qué esa moralidad sublime? ¿Por qué ese sadismo?
Platón decía en Las Leyes que quien es capaz de lo peor es también capaz de lo mejor. Y viceversa, habría que añadir.

lunes, 31 de agosto de 2009

Una Samuel Peckinpah femenina


MAPA DE LOS SONIDOS DE TOKYO, de Isabel Coixet
Tenía pereza por ver la última de Isabel Coixet siendo la anterior algo así como una sinfonía inacabada, correcta, asustadiza e incompleta.

Pero Mapa de los sonidos de Tokyo fascina desde la primera escena, desde el primer fotograma, mejor dicho, que eso es lo que es, una magnífica colección de fotogramas claros, ambiguos y elusivos, japónicos.

La Coixet probablemente no sabe escribir una historia demasiado bien (por ahora) y el guión no es su fuerte, tampoco llega a dar un sentido a la época, a la extravagancia por Oriente, como Fellini, pero cada detalle de cada foto cuenta. Por otro lado, la historia sí es perfectamente congruente y tiene esa fuerza emotiva que remite a Fassbinder y a la literatura homosexual, casi grotesca, pero que funciona como todo lo grotesco.

Los planos llegan a ser filosóficos (la noria del mal en la que se paga el asesinato y en la que no paramos de girar, que quizá también es una referencia a El tercer hombre), pero son ante todo esteticistas y se llenan de velos.

No, la Coixet no critica todo. No da el paso de introducir la ideología, de ideologizar las cosas. Las cosas son lo que son, su propio noúmeno. Aún así, la sensibilidad está puesta la día como la sangre en el mercado. Y todo se queda en una auténtica Love Story con lo femenino (Japón) y los masculino y burdo (Occidente). Una Love Story, que ahí parece que ellas nos dan el merecido que los psicólogos dicen que no sabemos aceptar. Pues que conste.

Un crítico español muy influyente (en el ministerio) tuvo la ocurrencia de no callarse que el cine español no era capaz de filmar Billy Elliot. Pero se ve que sí es capaz de hacer Mapa de los sonidos de Tokyo, que es mucho mejor y que llega a la altura "japonesa" (sin serlo) de Hiroshima mon amour, aunque con peor guión, que aquél lo firmaba la Duras.

Incluso la banda sonora del ipod de la Coixet, estilo Manhattan Transfer por Occidente y estilo copla japonesa por Oriente, se soporta.

Habrá que preguntar a mi amigo Yoichi si esto está a la atura de un japonés (creo que a la altura de un oriental como Kar Wai sí lo está, y lo supera) o si esto en realidad es surimi para extranjeros, pero yo creo que es un pez globo que hay que tragarse. Me lo dice el respeto por los muertos que tienen la película y la Coixet.

viernes, 17 de julio de 2009

Autobiografia de un fotografo

TETRO, de Francis Ford Coppola
Coppola, el motto (es italoamericano y orgulloso de ello) de tantas camisetas de blandengues adolescentes, antes de que se la cambien por la chaqueta de representantes con toda naturalidad (y hacen bien), ha querido rodar un Ciudadano Kane (con la luz-éxito y todo) y le ha salido un Stalker pero, ¡ojo!, sin moraleja.
La película arranca bien, pero pronto empiezan a despuntar los tópicos y la estupidez del orondo director. Y el menor de tales tópicos no es el del famoso intelectual hemingwayano exiliado en París. "¿Pero qué coño hace un intelectual en el exilio?" Siempre me lo he preguntado.
Después la película -exiliada en sí misma- se pega una pasada por la senda que abrió Woody Allen consistente en halagar al espectador y a su tierra como en el cine de Cifesa. "¡Aquí La Alhambra! La pueden fotografiar." "¡Clic!" Finalmente se introduce gravemente en el tema de la antipsiquiatría de La Colifata, en versión yankee (del éxito), que consiste -basically- en darle la razón y varios premios al loco a ver si se le pasa (se habló ya de ello en el post sobre La Colifata): Panero ya dijo que les iban a hacer formar un día en el patio del manicomio para cantar "El negro no puede, el negro no puede..."
Los problemas de guión -Aarón Rodríguez lo ha reconocido- son innumerables: Las escenas del teatro son shakespearianas y pasables, pero para cuando hay que caracaterizar a un amargado, hay algunos trucos de la abuela: Goethe, sin ir más lejos, repite mil veces que Werther estaba triste, que Werther se quería matar, pero que odiaba con toda su alma a la gente que siempre estaba de mal humor.
La película está indudablemente muy bien rodada, tiene una gran fotografía, y es muy cinematográfica (de ahí la fascinación que ha suscitado en Aarón). Pero el tema es manido, aunque está "en la onda" (la esquizofrenia de una juventud que no se expresa), y se hunde poco a poco con un guión que no acompaña y que comete sacrilegios de tan mal gusto como el de los parentescos ocultos.
Tetro es, pues, un maremágnum de muchas cosas, Tetro se podría decir que habla cinematográficamente de todo, como la Enciclopedia Británica. El estilo operístico le favorece, algunos tiros de cámara en picado también, los personajes tomados prestados de otros directores (Welles, la Carmen Maura grotesca de Almodóvar), no.
Coppolla demuestra en la escena del funeral que es tan bueno con la cámara como Fellini, pero sin el talento de el de Rímini. La película apenas tiene dirección, como Coppola, y a lo que se dedican los que no tienen dirección es mayormente
a competir, que en direcciones no se compite.
Aarón dice que se va a ver la película tres o cuatro veces. A mí también me entraron ganas, pero dudo que encuentre algo que no haya visto ya. Los yankees son, por definición, la esfinge sin misterio. Y en cuanto a la desintegración del relato, eso mejor no lo tocamos. Terminaré este post (tan típico de la Red) con una apelación insultante típica de Internet: "A dedicarse al vino, coño. No tienes talento (de escritor)."

viernes, 10 de julio de 2009

La Catalunya profunda


TRES DIES AMB LA FAMÍLIA, de MAR COLL

He ido al cine con ganas de meterme con el Doctor Aarón Rodríguez (¡no pierdas jamás el título ni te olvides del escalafón!, intégralo en tu firma) por eso de que ridiculizar a los amigos es uno de los placeres de la vida, que decía el cabrón de Nietzsche. Para ello confiaba en entrar a Aarón por donde más falla, que es por el folletín bergmaniano y los sentimientos y además contaba con que esta película que defiende en su blog (Creadores de imágenes) fuera una catalanada tan sutil como las faldas de mucho vuelo que en su día se manufacturaban en Terrasa (cuando allí había industria).

Pero nada de lo uno ni de lo otro. Mar Coll ha retratado la Catalunya profunda, que también existe, y eso, más allá del retrato familiar, me ha resultado lo más interesante de la película: la masía, el hereu, el dinero y la familia.

Lo que es sorprendente es que le hayan dado un premio al guión. Supongo que el jurado habrá leído sólo las lágrimas y no ha leído del todo el esquivo y subversivo guión soterrado de Mar Coll.

El capitalismo puede destruir la familia aún más que ningún otro sistema. Ya ha cambiado la familia extensa por la nuclear y ahora va a por la nuclear. La defensa de la familia es tan hipócrita como la de la naturaleza o eso que llaman "medio ambiente".

La película no es masiva, sino ligera, suave, femenina -las mujeres no son un ataque masivo (hoy)- y eso hace que se haga un poco más pequeña cuando se sale de la sala. Pero no nos engañemos: está dirigida a la perfección y con un gusto exquisito. Los encuadres, el montaje y el ritmo lento son siempre los que deben ser. Aunque quizá, ¡ay!, es demasiado redonda y cerrada para mi gusto.

Mar Coll ha rodado una Gritos y susurros (ojo por ejemplo con la sirvienta) catalana con menos rojo, algo más de ironía y también más barata, con menos pela. Que le den más dinero, que lo agradecerá.

miércoles, 24 de junio de 2009

Todos liados

LA BELLE PERSONNE, de Christophe Honoré

Los franceses han hecho de los cuernos una cuestión de honor nacional. ¡Eso es curarse en salud! Julian Barnes decía que en los pueblos franceses el de la boucherie está liado con la de la police, el de la mairie con la de la boutique y así sucesivamente. Recuerdo, en uno de esos momentos gloriosos de la TV, a una francesa que se confesaba en el canal Arte sobre con qué aplomo entraba en las habitaciones raspando el techo (Quevedo dixit). La mujer decía: "Elle est seulement la princesse. Mais je suis la reine, la vieille reine." Yo me encontré con las siguientes palabras en la boca: "Enhorabuena por el programa."
Los franceses no son normales. Y ojo, les entiendo, que hay que comprenderlo todo. Hasta el vudú. No vayamos a parecernos -y menos con quien nos da mil vueltas- a esa chica que me decía: "Estados Unidos no me gusta: No rebajan las aceras para que pasen los paralíticos." Pero Francia -le continent- va más alla de eso. Es un reto. Los franceses son chinos para el resto de los europeos. Francia es una enfermedad mental. Una enfermedad mental que no vamos a comprender, al menos en lo referente al amor, por nuestro final de La Celestina. Y que tampoco vamos a entender en lo político por lo referente al jacobinismo. Los franceses son veletas alrededor de Juana de Arco y a mí me gustaría saber por qué. Y Azcona diciendo que eso del amor se pasa en París (por las putas y la promiscuidad). El bueno de Azcona, como buen español, no entendió nada.
Vayamos con la lista: La belle personne es una colección de tronchantes billetes amorosos que no han sido reescritos por un Nabokov talentoso e irónico, de libertinaje de a euro (por mucho que esté basado en un clásico libertino de Madame de La Fayette), es una serie de triángulos que nunca caen en la cama redonda, que es más castiza. Todo muy seizième arrondissement y parc Monceau. Como si fuéramos capaces de tener en la cabeza los miles de affaires que recordaba aquella portera parisina que vivía como en una escalera sin fin. Y a mí no me da la cabeza para esas cosas.
La belle personne parece un ejemplar más del "cine de extras" europeo del que ya hemos hablado aquí haciendo un decálogo sobre la dejadez del mismo. Desaparece en seguida la visión irónica que podría tener un Godard, al que dejan revolviéndose en su, por ahora, desocupada tumba.
La carpintería de la película es de la La Fayette y no se ven las costuras. Pero el director ha pensado que su trabajo consiste en cortar el pelo a lo romántico a cuatro jóvenes de la montaigne, al estilo Antonin Artaud, que para eso está el genio, y a correr. ¡A la Academie con él! (Y es que los franceses se siguen cortando el pelo como Marat. El bastón de Artaud que echaba chispas lo han dejado para otra ocasión.) La belle personne es grotesca. Es una Vacaciones en el mar del XVII con Godard revolviéndose en la tumba y una Mariana en tetas. La belle personne es romanticismo sin negros ni tortilleras, que ésos le quitan mucha fusta al romanticismo y aumentan el cachondeo. Y por supuesto, con maricones. Lo mejor es la moraleja, que es una estela en el mar. ¡Eso es una despedida a la francesa!

lunes, 15 de junio de 2009

Presenterar...

MILENIUM 1. LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES, de Niels Arden Oplev

Thomas Bernhard acusaba a los austríacos de ser unos capitalistas avariciosos y al mismo tiempo de fingir enfermedades para cobrar el dinero del subsidio social. Ése es Bernhard. Pero yo -¡menuda vanidad!- no quiero parecerme a Bernhard y en estas cuestiones políticas me parece que hay que afinar un poco más. Hay que afinar todo lo que sea posible.
Yo opino que la política es una escopeta de dos cañones y con ella no se puede disparar por el cañón del socialismo sin disparar al mismo tiempo por el de la democracia, porque si no el tiro sale por la culata. Esto es: Podemos avanzar por el camino del socialismo sólo si al mismo tiempo avanzamos por el de la democracia (directa y a través de internet).
Yo soy admirador de Hayek como el que más y opino que lleva razón cuando dice que la labor del político no es ni mucho menos la del artesano que fija en la sociedad una idea que tiene en su mente, sino la del jardinero, que pone las condiciones para que el jardín pueda florecer y crecer sin que nadie le exija cuentas.
Pero, al mismo tiempo, creo a pies juntillas en eso que dice Chomsky de que si el socialismo es democrático genera una sociedad mucho más habitable que el capitalismo. Una sociedad mucho más confortable y también menos autista y más abierta al prójimo, que es ése a quien le debemos siempre algo desde el mismo momento en que llegamos a este mundo (la hembra humana es el único animal que no puede dar a luz sin ayuda).
Todo esto viene a cuento de que yo no sé lo que ha estado pasando en Suecia, pero me parece que cierta familia de allí ha estado haciendo demasiado dinero triunfando por los centros comerciales de medio mundo y que los suecos han pasado de engañar al subsidio a la avaricia individualista. Sí. Los suecos ya no engañan al subsidio. Ahora el subsidio les engaña a ellos. Y de ahí el triunfo de la última novela negra sueca: Henning Mankell y Stieg Larsson.
La novela negra es flor nocturna que florece en épocas de cambio y honda decepción: En la transición española se enseñoreó Vazquez Montalbán y a Berlusconi le ha salido una tal Donna Leon. Recuerdo un diálogo de Carvalho en el que éste le preguntaba a un vendedor de perros que cuánto costaba un pastor alemán y el vendedor le contestaba que no se lo vendía porque de un tiempo a esta parte había mucha mala sangre en España y no sabía para qué lo quería. Eso es la novela negra.
"Los hombres que no amaban a las mujeres" es una mala película bastante comercial, que es lo que le corresponde también a la novela negra. Y lo verdaderamente escalofriante no es lo que cuenta (que no es creíble y está lleno de las muletas del género) sino ver los escenarios de Bergman sin la película de Bergman y a las nuevas y tatuadas actrices suecas sin la bella juventud de Liv Ulmann, de Ingrid Thulin o de Bibi Andersson.
Niels Arden Oplev retrata una Suecia vieja. Hasta la protagonista joven carece de esa belleza sana y recién estrenada de las actrices de los sesenta, que tenían la piel recién encalada como el piso de una pareja de recién casados. Pero ya digo, lo que realmente asusta es ver el "mítico" -éste sí de verdad- "presenterar" del cine sueco presentando la adaptación de una novela negra, y lo que es peor, presentando a una mala película bien hecha. Eso sí que es cine negro.

jueves, 11 de junio de 2009

El vampiro rampante

DÉJAME ENTRAR, DE TOMAS ALFREDSON

Aarón Rodríguez (tecleen Creadores de imágenes y verán) ya dijo en abril (lo que tarda una película de viajar de Madrid a Bilbao puede venir a ser un mes, no importa) una serie de "muy medidas y ajustadas palabras" acerca de esta película. Decía que la película tenía "vocación de blockbuster, no perdamos la perspectiva". Eso es, no perdamos nunca la perspectiva.
No la perdamos porque la perspectiva es el quid de la cuestión, la prima philosophia, la aduana que unos pasan y otros no. No la perdamos de vista porque la perspectiva es lo que nos puede salvar el pellejo en estos tiempos que vivimos.
Unos tiempos en los que todo aquello en lo que creyó una generación se va al traste al mismo ritmo con el que los kibutz pierden agua y los sindicalistas visten de Armani. Y la culpa no es de nadie o es de todos un poco, no lo sé.
Los suecos nos tenían acostumbrados desde Pippi Langstrump a una psicología nórdica y liberal en la que los niños tomaban el mando guiados por los adultos, como siempre, pero con sentido y mesura, lo cual no era óbice para que no se subieran siempre al tejado con el catalejo o el globo. Unos niños que exigían más libertad sin ponerse tarascas, echar mano del monedero ajeno ni desear la muerte del vecino. Bueno, pues ahora (hay momentos en los que nada sale bien) a eso también le aparece su envés.
Este tal Alfredson nos presenta el envés de lo que todos pensábamos que podía ser una buena idea: la educación libertaria. Alfredson no entiende nada y retrata a padres viejos como niños frustrados, exalta a niños de autismo provocado colgados de los eternos columpios y por ahí. Alfredson retrata sin saberlo el fin de una idea que aún quizá no ha sido probada, pero que le da igual como les da igual a todos, pero que ahí está, terca y llena de sabiduría y embriología.
A este tal Alfredson hay que decirle que los viejos son sus niños, no los padres, que las cosas estaban mejor antes, que la película parece que la paga la psicología administrada sueca que crea problemas al mismo tiempo que cobra para solucionarlos. Que Pippi Langstrump estaba mejor. Y ésta es la perspectiva. No la perdamos.
Uno, al salir del cine, se ha imaginado por consolarse a una guapa, airada y joven madre sueca que salía también del cine con su hijo de la mano explicándole que lo que han estado viendo es lamentable. "¿Esto tampoco?", protesta el hijo, cobarde e integrado como todos los niños. "Esto tampoco", contesta ella.

miércoles, 10 de junio de 2009

Bien


GOOD, de Vicente Amorim
Uno ya se conforma con poco. (Uno habla de sí mismo en tercera persona, como el Papa o como Maradona.) Y es que uno, a pesar de que le llamen cinéfilo (que no sé lo que es, pero suena a algo tan rancio como "aficionado al teatro", y no, no soy aficionado al cine ni al teatro, sino a una parte ínfima de lo que se proyecta y de lo que se representa) no aspira a verse la cartelera entera, pero a veces se la acaba viendo. (Ser "cinéfilo", digo, es algo tan conservador como ser "aficionado al teatro". "El Cirilo es aficionado al teatro, y va hasta ahora que le han quitado la vejiga, con la sonda en la mano, hecho un jabato." "La Jacinta con menopausia, sí, y sofocos, pero sigue yendo al Español." Bueno, pues lo mismo con gente sólo supuestamente más joven y una linterna mágica llena de sombras chinescas en vez de con cuatro comicastros de muchas tablas y con mucha cara.)
Iba diciendo que uno a veces se ve casi toda la cartelera. Y entonces hasta se acostumbra a ver escenas que sabes de dónde vienen y a dónde van. "Una escena de flirteo. Bien. Simplemente -masculla uno como el viejo que es- que se han liado, sólo eso. Eso y las piernas. ¿Las has visto? Sí. Ya está. A ver la siguiente."
Esto viene a cuento -si es que todo tiene que venir a cuento de alguna otra cosa- de que la película de Vicente Amorim me ha gustado, a pesar de que se mueve en el modo de representación que todos conocemos, el más plano que imaginarse pueda. Pero la obra de Amorim está entre la cobardía y el arrojo, el tópico y la realidad, lo comercial y algo nuevo o no tan viejo. La película avanza a velocidad de mula. No es un gran tren de vagones, tampoco es un tren de mercancías, es un cercanías que llega a su destino.
Avanzamos a ritmo de productor lento. O a ritmo de régimen totalitario. Y ahora un productor ha sido lo suficientemente valiente como para tratar el holocausto último desde una perspectiva algo, un poco, una miaja más valiente e interesante.
C.P. Taylor (tiro de Wikipedia), el autor de la obra de teatro en la que se ha basado la película, fue un judío marxista que (Wikipedia dixit) murió en el 81 (año de la obra) por escribir en pleno invierno en la cabaña del jardín de su casa. C.P. Taylor, dice mi humilde fuente, fue, como buen marxista, un poco irónico con el título de la obra, pero ahora eso ha cobrado, en nitrato de plata, otra dimensión más emocional que, supongo, no tenía en el teatro. (El nitrato de plata es catalizador de los sentimientos.) Eso es lo que está bien, eso y que el final tiene algo del "Yo sólo quiero que me quieran", de Fassbinder.
Taylor escribió sobre un Fabrizio del Dongo nazi. Y es una idea que merece la pena. Eso sí, estamos poniendo las obras del 81. ¿Alguien quiere echar arena a los raíles? A este paso no vamos a subir el repecho.

domingo, 19 de abril de 2009

EL Punctum


VALS CON BASHIR
Aarón, en Creadores de imágenes, me ha llevado de la muñeca -mediante una recomendación suya- a ver esta película del israelí Ari Folman. Con gripe y todo.
La película parece en un principio la típica película israelí que prepara una paz condescendiente. Uno tiene la impresión de que los israelíes siguen viendo lo que han hecho con los palestinos como tras un cristal, sin emoción, como si lo hubieran hecho por necesidad (lo cual no está tan claro). Luego, la cinta de Folman va tomando el cariz de pertenecer a la nueva ola de pacifismo que ha surgido como consecuencia de la guerra de Irak.
Pero al final, el cristal (e incluso el pacifismo) saltan hechos pedazos. Y aparece el punctum, la piel purulenta de la realidad que no queremos o no podemos ver. Y el espectador sale del cine con una certeza muy sana: la imagen piensa.
Ari Folman ha hecho una película valiente acerca de las cosas que realmente interesan, más allá de cualquier verdad óntica, acerca de las ciencias del hombre: la memoria (que, como decía Salvador Pániker, funciona con el presente), la historia y la política. Y se ha quedado sin el Óscar, por supuesto.
Nota Bene: Se nos ha pasado de largo la segunda parte de Che, de Steven Soderbergh, al que hay que agradecer una silueta sobria, valiente, honesta y admirada del revolucionario argentino. No es cierto que la película no tenga planos o estructuras interesantes. Y está rodada sin ninguna concesión al efectismo, con verdadera austeridad comunista.

martes, 14 de abril de 2009

La leyenda negra de ellos


EL ENCUENTRO DE DESCARTES CON PASCAL JOVEN, de Jean-Claude Brisville
La labor de un escritor no es siempre ir en busca de la verdad. A veces el escritor se puede apostar al borde de la carretera no porque sea un buen sitio ni porque la carretera lleve a ningún otro buen sitio, sino porque si no se mueve puede que la liebre acabe pasando por allí. Para seguir la verdad están los filósofos. Ningún escritor es inmune a la mentira absoluta, ni siquiera Valle (Nietzsche tenía mal estilo en sus poemas), pero a gente como Umbral, con la consigna de "el hombre no se merece la verdad", les fue francamente bien.
¿Entonces qué hay que echarle en cara al académico, al artero, al francés, al esnob, al valium de Jean-Claude Brisville? Una cosa que no se le perdona a un escritor: la cobardía. El escritor que está en primera línea no puede permitirse el no disparar contra el más fuerte. Aunque sea por hacer blanco.
Y Brisville crea una leyenda negra inversa de los luternos o criptoluteranos galos, algo que queda muy bien en Francia (que fue zona de debate y campo de batalla de las dos facciones) y en otros países latinos dedicados al carpe diem, mayormente. Brisville, ¿por qué va a optar? Por lo evidente, por lo que todo académico, por darle caña a la Alemania espiritual y a su representante en suelo nacional: Pascal.
Bien, no digo que no. Pero uno ya está bastante harto de las culturas que no se entienden y no dialogan no tanto porque "hablando no se entiende la gente" sino porque no les da la real gana. Ojo: De Agustín, de Lutero, de Pascal se llega a Heidegger. Y Heidegger podrá haber sido nazi, pero también ha abierto el debate como ningún otro filósofo en este mundo.
Uno antes, hace sólo unos años, para horror de amigos filósofos, usaba de un positivismo a prueba de bombas que venía a ser que "aquí no hay más cera que la que arde". Yo, lo que no estaba claro y no se entendía, no me molestaba ni en echarle una segunda ojeada. Aarón - Creadores de imágenes- fue testigo mudo de alguna de esas contestaciones mías. Cosas de mi filosofía a distancia. Pero ahora valoro más que nunca la apertura del discurso.
A lo que iba es que uno ya no se cree que los luteranos sean tan fanáticos, tan subjetivos y tengan tan pocas virtudes, que sean algo así como el padre de Bergman (ni que los españoles se dedicaran todos al Santo Oficio). Uno está ya decidido al diálogo entre las dos culturas, cada una con sus aciertos y errores, y no al combate como quieren algunos y algunas. ¿Pero qué cabe esperar de un académico?
En cuanto a Flotats, el día en que se trabe, sube al camerino y se descerraja un tiro.

domingo, 12 de abril de 2009

Antropologia homosexual


LOS ABRAZOS ROTOS, de Pedro Almodóvar
A pesar de todo he ido a ver la última de Almodóvar. Y digo "a pesar de todo" no porque me avergüence de ello (como les ocurre a algunos) sino porque, como decía Pound -y ya es mucho, mezclar a Pound con Almodóvar- un autor es su público y el de Almodóvar está compuesto por menopáusicas que suspiran cuando las luces se apagan porque lo van a pasar mal, por divorciadas poco soportables y socialistas de cualquier pelaje que no se dan por enterados de la demasiado sutil ironía de su director.
Digo a pesar de todo porque Almodóvar es un Fassbinder (coge de él los enormes affiches en las paredes, por ejemplo, o los primeros planos) sin tanta crítica social, un Fasbinder cobarde, si es que eso es posible.
Digo a pesar de todo porque Almodóvar ya se nutre de las historias de su propia trouppe, ya no se nutre de lo que suelta él, sino los demás, y eso es decadencia.
Pero lo que hace Almodóvar es cine. Puro cine.
Almodóvar es un anti-kantiano que opina -"modestamente", como suele decir en público- que Kant está equivocado y que en vez de verlo todo desde el punto de vista del deber, hay que verlo todo desde el punto de vista del deseo, y entonces todo se ilumina, todo resulta compresible y es mucho más divertido. El deseo sería así al menos como el primer imperativo para poder entender lo que está pasando.
Almodóvar es un poeta -poeta grotesco, pero ya he hablado muchas veces a favor de lo grotesco en este blog- para el que la poesía es lo incaptable, la visión de un ciego, la sinestesia.
Y así he visto pasar por la pantalla sus arcos iris, la prostitución más o menos por sentimientos, a sus hombres extraños y poderosos, a enfermos y enfermeros, a esperanzadores y fuertes cambios de personalidad y a la escuela negativa de la vida, que nadie retrata como él.
Almodóvar ve el arte como una exaltación sentimental y por ahí iba la definición que Truman Capote daba de su obra. Almodóvar te hace recordar lo que decía Nabokov: "Yo, literariamente, soy homosexual."

domingo, 5 de abril de 2009

Valle slapstick


LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA, de Ramón María del Valle-Inclán
Tituló El Mundo -ése moderno pliego de cordel- hace unos años, que ya van siendo por cierto siempre demasiados, que España no había cambiado, y fundamentaba la opinión, como siempre, en una foto de las propias: la que cerraba la boda de una marquesa con un torero que era el cuñado de un boxeador que era el marido de una folclórica. "España no ha cambiado", sentenciaba la prensa canalla.
Umbral, por otro lado, pero en el fondo el mismo, se burlaba de Cándido porque éste se había sincerado en los optimistas sesenta y había dicho que Valle estaba "muerto, muerto, muerto".
Bueno, pues yo les doy la razón a todos, a Umbral, a El Mundo y al bueno de Cándido, que en paz descansen los tres, por cierto: Hay épocas -cuando se firmó la Declaración de Independencia norteamericana, por ejemplo- en que nos miramos en un espejo iluso y Valle desaparece. Pero esperen un poco, no hará falta ni que la tinta del insigne Tratado se seque, para que las aguas humanas vuelvan a su cauce natural y biológico y Valle, en su inmensa valentía (Valle no se esconde en burladeros morales), vuelva a resurgir. Éste es el caso hoy.
He escrito aquí, en esta gavilla, que para cantar a Kurt Weill no hace falta parecer puta, hace falta serlo. Para representar a Valle hay que tener mucha calle, y hambre de calle y hambre de la otra. Y los actores (no todos) la tenían, pero el montaje, no.
Por eso no me ha gustado del todo el Don Friolera que se ha paseado por Barakaldo estos días.
La Doña Loreta que yo guardaba en mi magín era incitadora, seductora, nunca inocente (en Valle no hay nadie inocente). Por contra, han puesto un Valle de blancos decorados, con actores ceremoniosos, sin la negrura del gallego, y el resultado es previsible: carece de fuerza.
El texto ha aparecido sin dobleces (nada de lo que dicen los personajes de Valle se puede creer), sin retranca ni ironía. Han hecho de él un sainete sin trascendencia, una sit-com en la que Don Friolera se abandona a los "momentos de la verdad" de las teleseries. Hay chistes de bodevil -repetitivos- disparos, petardos y hasta un desnudo.
Y, además, Valle, por mucha pólvora que haya perdido, no es Fo. Se parece, pero no es Fo. Valle es Nietzsche, para Valle todo es justo o casi justo. Lo que pasa es que aquellos de los que se ríe Valle ya no tienen poder, tienen incluso demasiado poco poder. Pero eso se arregla desde la dirección con una Doña Loreta más morena, más incitadora, más colgada de la reja, más puta. Y repito, la culpa no ha sido -nunca es- de los actores, pero han representado un Don Friolera con colorines. Un Friolera que se ha convertido a ratos en un Don Mendo con Raúl Sender. En Barakaldo siempre triunfa lo mismo.

sábado, 28 de marzo de 2009

Romeo y Julieta en Albuquerque

LEJOS DE LA TIERRA QUEMADA, de Guillermo Arriaga
En pleno apagón contra el cambio climático me pongo a escribir en mi blog (Arriaga con su maniqueísmo hubiera hecho un rasgo psicológico de esto, y no un rasgo de cansancio, que es lo que es, Arriaga hubiera hecho un drama) acerca de lo que veo:
1. Las dos culturas americanas de Guillermo Arriaga van camino de ser una gracias a él. Esto es algo que suele pasar. En el fondo lo que ha escrito y rodado, malgré lui, es una película de cristianismo puritano contra la promiscuidad y a favor de la fidelidad en el matrimonio. Es en lo que, al parecer, está quedando Cristo versus Arizona. Arriaga es uno de esos que viaja desde su casa, un hombre-maleta que ha visitado Estados Unidos y no se ha enterado ni de Lutero ni de la dialéctica libertad (Lutero)-razón (Santo Tomás, catolicismo) a la que tanto partido podría sacar. Y en vez de eso, en vez de profundizar algo o en algo se agarra a la dialéctica negativa y conservadora de las minorías.
2. En el plano estético, Arriaga siempre ha sido un desastre considerable. He hablado antes aquí (en la entrada "transcripción") de las recurrentes mañas de los guionistas globalizados que juegan siempre con la transcripción del guión a la película. Y la estética para Arriaga es algo muy canónico: decir una cosa mediante otra a la vez que se juega con dos ambigüedades. El espectador piensa mal y la película le muestra que estaba equivocado.
3. Y, por supuesto, de lo que se puede sacar petróleo es de los rasgos psicológicos, de la antropología de Arriaga. El hombre según Arriaga es plano: es continuamente deseo de algo o sexo o culpa por el sexo o por el deseo de algo, lo que, en este último caso, es amor o genera amor. El utilitarismo es total. La única interioridad que hay es cuando callan, no cuando hablan. Con un yo tan potente, la sociobiología hollywoodiense acecha tras la esquina. ¿Les suena el concepto típicamente americano del "sex" como algo que está entre las piernas? Frío, calor, deseo, sexo sí, sexo no, son las teclas que toca Arriaga con maestría.
4. Las ideas de Arriaga son tan norteamericanas y tan poco mejicanas que parecen sacadas de la sección de pintura de la Institución Smithsoniana: la comida donde se descubre que el extranjero también es humano, el desayuno donde Dios padre proveé por su rebaño, como el desayuno del mormón antes de salir a trabajar en la granja y durante el que se escucha al niño-juez, al niño almibarado, iluminado y puro, sin experiencia que le manche.
5. La tesis política de Arriaga es la comunión universal en la globalización, a saber, que lo que pasa en el Sur afecta al Norte y lo que pasó ayer nos afecta hoy. Una especie de red o comunidad comunicativa ideal de Habermas al servicio de la paz perpetua. Estoy de acuerdo. Pero Arriaga se ha puesto la camiseta de la cultura equivocada, al menos artísticamente, cinematográficamente.
6. Y la Poética. Eso que no falte. El fascismo formal. Hay una Poética gay (Sexo en Nueva York), una Poética macho (Clint Eastwood) y una Poética chicano-resentida de Guillermo Arriaga. Así nos entendemos todos.
Finalmente decir que Arriaga nos concede desnudos psicológico-exhibicionistas para atraer al espectador-porno. Brindo por ellos. Por la Theron y por la Basinger. Hollywood es lo que tiene.

domingo, 22 de marzo de 2009

... y a toro presente

EL LUCHADOR, de Darren Aronofsky y GRAN TORINO, de Clint Eastwood
Y a toro presente. Otra modalidad muy en boga. Pero nunca "a toro futuro", que es lo que correspondería.
Aronofsky coge lo mejor de la vanguardia que no hay -nos referimos a los más arriesgados-, mete un par de recursos buenos (hurtar la cara del actor principal y un flash back durante un combate para seguir hablando del combate) y nos lo vende. Pero carece de mundo propio. Como carece de mundo propio todo el cine norteamericano con la excepción de Peckinpah y, quizá, Tarantino, su discípulo. Por eso admiro tanto al indio violento.
Aronofsky abandona los planos cortos -y le sale bien- pero da la sensación de que la razón es la de Prince cuando abandonó los sintetizadores, simplemente el llevar la contraria. No hay nada más.
Aronofsky ha vuelto a rodar The lusty men, de Nicholas Ray, y resulta deprimente pensar que no se han movido de ahí, que en el fondo es una película de rodeo -rodeo político, claro-, de decadencia del far west y de Estados Unidos. Una película de rodeo en la que, en vez de sobre el toro se salta sobre el contrario.
Clint Eastwood se caracteriza por una honda preocupación por los problemas de los Estados Unidos sin ninguna cabeza para captar las claves de los mismos.
Eastwood ha rodado un clásico de Clint Eastwood. El protagonista/coche (nos reconocemos en los objetos de consumo, en la ropa, en el tocadiscos y en un armario, de Ikea) es uno de esos norteamericanos que, como decía Umbral, follan con una lata de cerveza. Los paradigmas del guión tienen también la pega de que objetizan, con lo cual la objetivación de los personajes es doble.
Pero la película es grotesca y ya he escrito en este diario que hay una relación entre lo grotesco y el arte, cuando lo grotesco se sostiene con fuerza en pantalla el tiempo necesario. Ya dije aquí que Shakespeare (la frase no es mía) está a un paso de lo grotesco (por no hablar del cansino Almodóvar). Tengo, pues, la teoría de que mostrar las debilidades propias en la historia ("sí, es grotesco, pero es real") apuntala los finales de forma sorpredente. Y emocionante.
Eastwood ha rodado un canto etológico. Si unos escriben a toro pasado y otros a toro presente, Eastwood es, simplemente, y disculpen el eslogan, que también es grotesco, el toro. Y uno se queda ya al menos con el riesgo involuntario de lo grotesco.

A toro pasado...

EL LECTOR, de Stephen Daldry y R.A.F., de Uli Edel
Siguiendo con el símil de "a toro pasado", la verdad es que el cine actual hace unas películas magníficas de esta modalidad de a toro pasado, que es como poner el Barroco a parir panteras, igual de ridículo.
Construye historias planas, de lenguaje apofántico, ésta es la clave, puramente asertivo, y nos deja con nostalgia de algo chapucero, cogido como el rábano por las hojas y escrito por algún vago europeo iluminado. Lo que hizo Fassbinder con la R.A.F. a su debido tiempo, sin ir más lejos.
Hablando de Fassbinder y la R.A.F., recuerdo la escena de los terroristas haciendo rabiar a otro pobre terrorista -alguien "sin amigos"- cuando suena el teléfono de forma surrealista y contesta uno de los terroristas: - "Haus Mann? Ja." (¿Casa del hombre? Dígame.) Eso sí que es cargarse a la R.A.F. y no el guión cobarde y ecuánime que les ha salido, muy al gusto de la SPD (que es quien pone el dinero), pero también de la CDU. El personaje del policía comprensivo está hecho muy a propósito y acaba diciendo de todo, una cosa y la contraria.
En cuanto a El lector (que tiene un final truncado), parece que ya nos han sacado a pasear a sus impresionantes directores de arte. Lo que más me ha gustado es la relación entre los baños (¿el higienismo nazi?), el sexo y la lectura. Esto me ha recordado que de pocas cosas vive el hombre, que la cultura puede ser un complejo de muy pocas cosas, sólo de tres o cuatro magníficamente combinadas.
Por lo demás, El lector tiene ya la cursilería de todo lo que tiene que ver con "los campos", y ciertas falsedades históricas muy a propósito también. Pero todo esto es demasiado evidente.
A toro pasado. Es increíble lo bien que escribimos a toro pasado. Es como en "Amanece que no es poco", cuando uno escribe El ruido y la furia, de Faulkner. Puro plagio. Unos plagian de los libros y otros de la realidad.

domingo, 15 de marzo de 2009

They are the world


EMMA, de Howard Zinn
Howard Zinn escribió Emma todo lo contrario de a toro pasado. A toro eterno, se podría decir. Con esa eternidad que dicen tener los anarquistas, Chomsky discutiendo con Foucault, sin ir más lejos. Y es que Hegel con la historia les desarma bastante el cotarro, no, nunca del todo, pero sí al menos en lo referido a su radicalidad.
Howard Zinn, para el que no lo conozca, es un historiador claro y ameno, un divulgador de lo que se ha venido en llamar "la historia secreta de los Estados Unidos", que es la leyenda negra inversa que decía Umbral que se estaba formando. De él leí "A people´s history of the United States", que aquí lo publica, cómo no, el Hiru de Alfonso Sastre y de la Eva Forrest que en paz descanse (me refiero a Eva, no a la editorial, que sigue viva y existiendo).
A mí las leyendas negras no me gustan nada, pero hay que reconocer que las historias secretas son mucho más amenas.
Y la Goldman, Emma, es uno de los mitos de mi juventud de anarcoide moderado. Que si sus amores desgraciados, líos y discusiones con Alexander Berkman (el autor del Abc del anarcosindicalismo, que me hicieron leer en la CNT de Bilbao) por nietzscheana, etc. La ideología entra mucho mejor con el Hola! de los intelectuales, que son los únicos que se acuestan según piensan.
Lo de nietzscheana -a todo le ponen los intelectuales un nombre intelectual- no es otra cosa que que la Goldman era bastante ligera de cascos, cosa que, al parecer y según me contaron, hacía sufrir al anarquismo cristiano de Berkman.
Zinn ha escrito esta obra como una sucesión de spots publicitarios perfectos, en música y texto. Todo muy americano y todo muy common sense. Cada escena, por cierto, con sus puntos de giro teatrales, que son más discretos que los cinematográficos. Los americanos, en arte, tienden a la perfección. Creen en ella.
Dejando de lado la puesta en escena, que me ha parecido muy buena (transparencias y proyecciones que al menos no ofenden), uno se debate en las casi tres horas de representación entre creerles y no creerles. Uno piensa, para empezar, que los pobres son muy mentirosos (Umbral criticaba mucho esta afirmación). Después uno opina que lo de Sacco y Vanzetti fue algo así como lo de Lady Di pero en anarquista, ojo, todo se puede dar. Uno cree también que el sexo no debería nunca ser revolucionario (en esto quizás estaría de acuerdo con la Goldman). Y uno no ve apenas un par de personajes auténticamente nietzscheanos, realistas, informativos, esto es, que superen la superación, que eso es lo que es Nietzsche. Pero ha llegado el final. Y he aplaudido a rabiar. La eternidad del anarquismo, la eternidad del amor. Y, como después de una obra de Darío Fo, me he tenido que parar a preguntarme: ¿Qué me ha gustado? ¿La estética? ¿La política? ¿Qué es verdad y qué no?
Mientras escribo este post suena el We are the world en la radio. "We are the world, we are the children", cantan un atajo de rentistas americanos. Emma, tú sí que eras el mundo.

martes, 10 de febrero de 2009

Saudade


FADOS, de Carlos Saura
No lean este post. No vayan a Portugal. No lo estropeen. No lo juzguen con ese pragmatismo español que (Panero lo cuenta) ve en Venecia un magnífico criadero de percebes y en la luz de Lisboa, qué sé yo, ahorro en bombillas. Dejen a los portugueses en paz con su honestidad, su pobreza y su sentido común. En fin, dejen en paz a esos nuestros buenos vecinos que tantas verdades piensan de nosotros.

Los portugueses, en vez de abandonar a las "suecas", son abandonados por ellas y las lloran durante años-luz. En Portugal, como dice la película, se hereda el lirismo y la sífilis. Y de eso trata el fado. Eso es el fado.

Carlos Saura ha rodado un capítulo más de su voluntariosa y efectiva enciclopedia cinematográfico-musical, el del fado: gitanas, pescaderas, poetas da rua, penas desfloradas, "margaritas azules de la libertad" (que equivalen a Lisboa), guitarras, amantes canallas... que nos demuestran que no tenemos canción popular española más allá del magnífico flamenco y que los boleros sudamericanos, como todos sabemos, son infames y apócrifos comparados con el sufrimiento verdadero de un fado.
A mí los fados que más me gustan son los más ortodoxos, como siempre. Y en cuanto a letras ha habido de todo en la película: "Tengo el destino marcado desde la hora en que te vi. Oh, gitano adorado, vivir abrazada al fado, morir abrazada a ti." "Regresa vida vivida para que pueda ver aquella vida perdida que no supe vivir."

En cuanto a Saura, lo consabido: Saura es un fotógrafo. Y de estudio, además. Y ser fotógrafo marca: abuso de las pantallas, del ciclorama, de los focos en forma de paraguas y de un extraño sentido estético hipertrofiado en cuanto a las formas pero subdesarrollado en cuanto a la ética o la trama. Por ejemplo, cuando participan todos en el baile la cosa parece un desfile folclórico comunista. Cosas de ser fotógrafo y de haberse acostumbrado uno al placentero placer instantáneo, al hedonismo vacío, al clic de la máquina.

La película ha sido proyectada en el País Vasco sobre una pantalla descentrada y desenfocada, con toda la soberbia que nos gastamos para con ellos, los portugueses. El proyeccionista no la estaba viendo. Y ustedes no lean este post.

lunes, 9 de febrero de 2009

Tricky Dick

EL DESAFÍO, de Ron Howard
Apenas dos palabras acerca de El desafío (Frost contra Nixon), que en tantos y tantos conceptos se parece a La guerra de Charlie Wilson, de Mike Nichols. Ambas tienen esa alta densidad icónica de los anuncios que los cineastas norteamericanos dominan tan bien. Ambas maquillan muy convincentemente episodios imperdonables de la política norteamericana (La guerra de Afganistán y la toma del poder de los talibanes y la presidencia de Nixon, respectivamente) y ambas administran bien esa ecuanimidad y ese conservadurismo políticos que los españoles que se dedican al cine se niegan a dominar y que tan artístico resulta cuando nos metemos en harina histórica. (El hombre es animal nostálgico y ninguna época -ningún dirigente- es lo suficientemente mala, ni siquiera ésta.) Y, finalmente, ambas películas son "perfectas".

Pero empezaré con las dos palabras. La primera acerca de Nixon: Nixon cometió crímenes y delitos y, lo que es más importante, había indicios firmes que lo demostraban. Y nunca fue juzgado. Nixon fue indultado. Ningún juez movió un dedo para imputarle un delito. La separación de poderes no funcionó, tampoco en Estados Unidos. Lo que le hizo dimitir a Nixon fue (Chomsky dixit) la opinión pública, no el aparato del Estado, ni siquiera en un país tan kelseniano como los Estados Unidos.

La segunda es acerca de las actividades de Nixon: En la misma época del Watergate se descubrió que Nixon había creado una vasta red de espionajes y asesinatos (especialmente de activistas de los Panteras Negras) que nunca apareció en televisión ni en ningún periódico respetable.

Por supuesto, la película no refleja ninguna de estas dos circunstancias. De hecho el lenguaje popular nos da un indicio de por qué le juzgó la opinión pública: En Estados Unidos se le conoce como Tricky Dick, Dick el tramposo, no Dick el asesino de negros o el espía de contribuyentes. Y es porque aquello que han conseguido que el norteamericano medio le eche en cara fue que hiciera trampa en "un juego", en un juego cualquiera, el que fuera, que hiciera trampas a "los demócratas", al Estado, a las reglas de juego. Pero jamás a ellos mismos, a la democracia.

domingo, 8 de febrero de 2009

Mendes y Eastwood


Sam Mendes nos hace unas películas monísimas y sin saltarse una regla. Sam Mendes tiene algo de ridículo anacronismo porque hace las obras maestras que Hollywood debió haber rodado en los años veinte, en los cincuenta, incluso en los atribulados treinta, pero que,como diría Godard, "las cámaras no estuvieron ahí para grabar". Es como entrar en el cine y encontrarte Metropolis firmada por otro. Y sin embargo funcionan bastante bien. Y eso, que funcionan bastante bien, es lo que, como lo estético es todo, también la rabia que me causa el apócrifo éxito de Mendes, da al traste con todas las películas de Mendes, tan canónicas.
Me explicaré: El buen arte no da rabia porque el que lo hace siempre sale perjudicado. (El gran arte, diría Panero, es siempre una tauromaquia, y nadie ni nada envidia al que se acerca mucho al toro.) Y Sam Mendes nunca sale perjudicado. Mendes, un torero con mucho oficio y algunas arrobas de más, un Spielberg con algo más de vergüenza, nada más que un profesional de la cosa, quizá un marrano portugués que conoce bien la regla de que el que sabe hacerlo en Europa sabe hacerlo en Estados Unidos, nos tiene sentados en la butaca esperando su icono final (que antes fueron unas velas, luego unos disparos al aire y ahora un grotesco puño de sangre) algo más cómodos que quien espera al autobús. Un poco más.
Mendes cree que hacer cine es terminar visualmente arriba de la misma forma que los dramaturgos acaban textualmente arriba. Y, como es él, tiene razón. Y, sobre todo, sin saltarse nada, ni el desenlace ni la catarsis (debe ser que cobra por metraje).
Las ideas de su guionista, no mucho más que un Casona sajón, no van más allá de una colección de tópicos (la mujer veleta de los cambios, el loco, la infidelidad...) y desde ahí no se puede hacer la revolución ni buen arte ni siquiera situándote en los años cincuenta, que es más cómodo, ni siquiera "plagiando" al Bergman más folletinesco.
Digamos sólo en su descargo que rueda con elegancia, dejando la cámara fija o con suaves desenfocados.
Mendes ha rodado un Quien teme a Virginia Woolf, pero, claro, sin fuerza. Con la fuerza justa para el debate en la cafetería o en el teleclub de Fraga Iribarne. La película se demora, se revuelca, retoza y hoza (hay que salvar los diálogos de la cocina de familia de clase media en los que los personajes arreglan el mundo con los armarios estilo rústico de fondo) -y ahí está su mediocridad- alrededor del carpe diem. Cuando se ponen revolucionarios no pasan del carpe diem. Como me decía invariablemente todos los lunes una compañera de trabajo acerca de sus heroínas cinematográficas: "¡Si sólo quiere ser feliz!"
Los fariseos, decía Nabokov acerca de la clase media americana, son igualmente divertidos en Estados Unidos que en Europa. Quieren las mismas cosas. Se acomodan en el Peugeot, se ponen el cinturón de seguridad con un suspiro, se ponen los cuernos con chicas más jóvenes, pero la vieja cornuda se considera "la vielle reine" (lo ví en TV, cómo no), le echan en cara con educación a una dependienta no saber hacer un paquete. Y lo más importante: no hay tragedias en ellos.

Vayamos, pues, con Eastwood: Eastwood no es un marrano (disculpen, pero el bombardeo de Gaza y, lo que es peor, las acusaciones de antisemitismo están muy cercanas). Eastwood tiene las manos curtidas de talar sequoyas y es insultantemente sincero y honesto. Con Eastwood, que no es ningún genio, sabes a lo que vas. Y uno sale más contento.
Adorno decía que Hollywood era "Adáptate", pero en realidad es "Sé bueno", y eso es Eastwood: "Sé bueno". (Y, por cierto, los negros allí son iguales: "Do the right thing".)
Eastwood es el consabido retrato yankee del Estado y sus guardianes, de su poder, de la pena de muerte (sin erección del ahorcado, por supuesto) y del psiquiatra. Y la realidad -ruedan con espejos- superando a la ficción. Pero Eastwood te tiene sentado en la silla, como quien espera una orden, hasta que al final parpadeas más rápido para no llorar. Eso es Hollywood. Y lo otro, también.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Otro parricidio fallido

LA CLASE, de Laurent Cantet
No es mucho lo que sabemos de pedagogía como no es mucho lo que sabemos de política. Así que no quiero criticar duramente esta película francesa, Entre les murs, que, sí, se mueve dentro del tradicional y parece que ya eterno giro conservador.
Pero algo sí sé sobre el tema, aunque seré un poco críptico al exponerlo (no son cosas que se puedan explicar tan fácil al que no las entiende o siente por sí mismo). Lo que sé es que no he visto jamás una huelga de estudiantes (que comportara no una manifestación sino el abandonar las clases) en ningún país al norte del Rhin. Sin embargo son muchas las que hemos visto al sur de este río. Dicha frontera, por cierto, coincide con la existente entre católicos y luteranos. No digo más. Los católicos parecen no saber moverse sino entre Cero en conducta y La clase, sin ningún género razonable de término medio.
Y a esto añado que no se pueden tomar decisiones a este respecto sin conocer este hecho.
Como que también hay que conocer el enorme desastre educativo (he visto las cifras y son impresionantes) que llevó a cabo el gobierno Aznar.

La película, que carece de cualquier atractivo formal -se puede estar con los ojos abiertos o con los ojos cerrados, tanto da-, es el asesinato de Marshall McLuhan en los suburbios de París. Y uno ha leído la maravillosa El aula sin muros. Bien, otro parricidio fallido con el que no estoy del todo de acuerdo, mientras el pensamiento negativo va desapareciendo cada vez más. Me temo que mi próximo libro va a ser la Dialéctica del iluminismo de Adorno (y eso que nunca he sido frankfurtiano).

Terminaré este post tan triste con un recuerdo para los profesores, que son los grandes perdedores de todo. Creo que poner a alguien en la tesitura de tener que enseñarle a otro lo que no quiere aprender y decirle que haga lo que no quiere hacer es inhumano. Y que no hay por qué obligarles a hacer eso si no se confunde la Beneficencia -a la que en mayor o menor grado estamos obligados todos- con la Libertad -que nos obliga antes y más fuertemente que ella-. Su posición me recuerda la opinión de Unamuno acerca de la pena de muerte: "No a la pena de muerte, porque no quiero que haya verdugos."

sábado, 10 de enero de 2009

Un anuncio de Coca-Cola perfecto

MI NOMBRE ES HARVEY MILK, de Gus Van Sant

Dice un amigo (el filósofo Federico Santamaría) que algunos son "tan tardíos como un diseñador de moda". Sin ir más lejos, Spielberg y su genocidio (que luego te informas y es uno más de los diez más importantes, pero no va ni siquiera a la cabeza de esos récords que dice Woody Allen "están para batirse"). Y como diría nuestra novia: "Llegar tarde es no llegar". Van Sant se muestra también muy tardío en esta cinta sobre la discriminación de la minoría homosexual. Y es que las cámaras son muy pesadas y nunca llegan a tiempo para grabar lo que toca grabar.
Por otro lado, uno no está seguro (es lo habitual que mientan en estos casos) de que ese tal Harvey fuera el primero en presentarse a unas elecciones desde fuera del armario, sino que cree más bien que Gore Vidal pudiera haberlo intentado antes ("Get more with Gore"), aunque ahora que lo pienso no sé si desde dentro o desde fuera del armario. Por cierto, la metáfora del armario me parece psicoanalíticamente falsa, pero iba diciendo que lo habitual en estos casos es elegir al hombre de la calle, que paga la entrada más religiosamente que un intelectual como Vidal.

El Van Sant es un centauro que se dedica al cine comercial y al de vanguardia sin solución de continuidad, como si fuera posible hacer la Revolución desde la piscina. Lo único que introduce en el film es alguna ironía en la banda sonora (el "lalalá" en la escena del cortejo), la ironía en la mujer buenorra como enemiga y la ironía de algún plano sacado de la publicidad pero dado la vuelta (lo hetero que se vuelve homo). La suave ironía norteamericana de Van Sant, en fin.
Por lo demás, el autor dispara desde el MRI y siempre en la misma dirección. Por ejemplo, la trama (una situación homosexual) era inmejorable para que desapareciera el tópico de la pareja sacrificada por el hombre que triunfa y que ni se le esperara de vuelta, pero éste se mantiene. (Propongo reflexionar sobre este tópico. Yo sostengo que se basa sólo en el resentimiento.)

En definitiva, Van Sant ha rodado una épica homosexual -en Hollywood lo que se les da bien es la épica y hagan lo que hagan siempre están rodando Ben Hur, aunque sea un Ben Hur maricón- que se parece o bien a un happening o a un anuncio de Coca-Cola o, es obvio, a las dos cosas. Y éstas son las películas americanas de tesis, que sacan al final la marca de cerveza boicoteada al principio por los activistas, para que los pobres no vendan menos.

¿Qué echamos en falta? (Alguien se preguntará qué sentido tiene echar en falta algo en una película de la urbanización hollywoodiense, pero ya puestos en marcha, seguimos.) Echo en falta la frase de Cela: "Estoy deseando que les den el derecho a adoptar para que eduquen a sus hijos a ser maricones." O lo que decía Umbral: "Han ganado derechos, pero han perdido luz de gas." Los judíos -y tampoco digo que sea de extrañar- también han perdido luz de gas últimamente. Y ambas cosas parece ser que son para siempre, definitivas. ¿Tenemos algo de lo que alegrarnos?