miércoles, 18 de junio de 2008

El cuerpo barroco


LA RONDA DE NOCHE, de Peter Greenaway
Entro en el cine medio borracho por varias ocasionales latas de cerveza, como corresponde, pienso luego, para ver al hoolligan de Greenaway. A Greenaway le conozco de una conferencia y, como persona, me pareció que tenía que caer fatal en Lavapiés, en Madrid, por refinado y por inglés altivo, al menos antes del culto al arte y a la pedantería. Pero Greenaway no es pedante exactamente. Greenaway habla de nuestra sociedad, porque vivimos en el Barroco y ojo, quizá no salgamos nunca del tratado teológico-político de Spinoza. O del Leviatán. Las películas de Greenaway, en el fondo, son un frío espejo que pasa por la pantalla y que nos refleja a nosotros. A mí, mientras no se ponga caligráfico, como le dio una temporada, me gusta y mucho.

La ronda de noche tiene además la característica suya de que no se ve el guión, no piensas en él porque no se ven las costuras por ninguna parte. Es puro cine. Y eso que el guión es literario de verdad. Los diálogos se imponen gritando sobre una música que no abandona la pantalla jamás. Por cierto, una de cada dos frases remiten al cuerpo (¿Spinoza?). El repugnante uso de bebés llorosos y naturalmente insatisfechos e insaciables es típico de él, como lo es un sadismo que no aburre nunca.

Greenaway utiliza enormes escenarios-mundo para realizar representaciones barrocas que se meten unas en otras, como las muñecas rusas o las esferas celestes de las estrellas fijas: la realidad remite al cuadro-teatro y el cuadro-teatro al teatro-película para terminar cerrando las esferas en una cascada de reverencias, como en El niño de Macon. Reverencias y aplausos bien ganados, pues Greenaway es uno de esos directores que agotan y exprimen, que destruyen al actor, que convierten la interpretación al género épico, y al cómico al rol de magnífico sirviente.

¿Y qué hace con Rembrandt? Greenaway no se limita a filtrar la luz por una ventana como si fuera el comisario de una exposición o el diseñador del merchandising de un museo que se dedique a vender baratijas sobre Rembrandt. La película es dueña, como siempre en Greenaway (fue pintor), de una imponente fuerza visual. Los planos fijos -como un lienzo- pueden llegar a aburrir y hacer que la película pierda continuidad y corre el peligro de que se convierta en una sucesión de sketches históricos, pero cuando mete el zoom in como pidiendo atención para las magníficas frases la cosa cambia por completo.

Greeanaway es refinado, es capitalista, es obsceno y es cruel. Como somos ahora. En La ronda de noche hasta los ángeles quieren cobrar por realizar un milagro. Son ángeles calvinistas.

1 comentario:

krisish dijo...

Hola Iban. Esta película no podía perdérmela y la vi el sábado pasado. Se nota que a Greenaway le encanta el arte y además de pintor ha comisariado exposiciones.
Disfruté viendo esas escenas pictóricas y barrocas. Pero también con las declaraciones de Rembrandt cara a cámara, Martin Freeman está soberbio.
Temía no poder con demasiada intelectualidad (eso me ocurrió con Los libros de Próspero lo admito) pero salí plenamente satisfecha.
Un saludo