martes, 29 de abril de 2008

Clasismo

LA NOCHE ES NUESTRA, DE JAMES GRAY

Este infame telefilm policíaco sólo tiene de acertado la magnífica selección de fotos en blanco y negro del arranque y el placer de poder ver a una Eva Mendes de tamaño natural. Lo demás, un remedo de historia acerca de hermanos enfrentados (los norteamericanos deben ver algo así como los Karamazov en cualquier pareja de hermanos rusos), unos alardes de ambientación y una trama deliberadamente anticuada -de TV movie de los ochenta-, no vale absolutamente nada.

Pero me sive para hilar un par de pensamientos: Gabriel Albiac, un gran lector de novela negra norteamericana, parecía asombrarse en un artículo reciente de que la forma de ocio moderna sea ojear o leer una de esas piezas narrativas que cuando las acabas, y si están bien manufacturadas, te dan la sensación de llevar las manos manchadas de sangre. Cosecha roja sería un buen ejemplo. Pero ésta no es la única tara de este entretenimiento venido de Inglaterra y los Estados Unidos.

Se da muy frecuentemente, en el cine y la novela policíacos, en los malos, en los que no emparentan con la novela social, un enfermizo placer por culpar al pobre de su propia desgracia, de asociar pobreza y crimen y no dejar que el pobre se disculpe jamás. El papel despintado de las paredes lleva irremisiblemente al crimen. Y este placer se ve en la forma en que están rodadas algunas escenas de esta película, regodeándose en la pobreza. Cuanto más sórdida, mejor. La pobreza es impura y la casa del pobre es la casa del crimen, no de la injusticia. Debe ser verdad que para Shakespeare no era lo mismo el sufrimiento de un príncipe que el de un siervo. Nada más.

sábado, 26 de abril de 2008

El futbolista artero


LA TORTUGA DE DARWIN, DE JUAN MAYORGA, en el teatro Arriaga

Mayorga es un demagogo, queda dicho, y yo voy, como un tonto, a ver la última que ha sacado, su nueva obra fácil, su función para niños grandes y hooligans, su nueva astracanada moderna para un público infantiloide y de vuelta de todo. Mayorga, esta vez huérfano de Animalario, ese gran soporte de su obra del que ya hemos hablado aquí. Mayorga, esta vez sobre una historia del "pueblo europeo" vista desde abajo, a lo Howard Zinn, pero sin profundizar demasiado. Y con un humor a lo Ítalo Calvino.

Mayorga tiene el talento tartamudo, como si no nos lo quisiese dar todo el rato. ¿Estará ahorrando? A Mayorga le salva por los pelos una escena, un adjetivo (como a Umbral), una intuición, lo que en televisión se llama "un momento dulce", dentro del universal feísmo de su obra. Y yo estoy cabreado con los que no lo dan todo, con los tercos, los recalcitrantes del talento, los insistentes como Juan Mayorga, los Paloma San Basilio que no cantan ni bailan pero lo intentan sin cesar. Subirse al tío vivo del teatro para esto. ¿Para cuándo un Dostoyevski? ¿Para cuándo de una vez un clímax alto como el Everest y un anticlímax profundo como la fosa de las Marianas?

Pero viene Juan Mayorga y contrata una buena organización dramática, ficha una buena y demorada carpintería para el universal desastre de su obra, contrabandea música clásica que se filtra entre las rendijas del decorado y salva la obra después de haberle dado al público -burgués o postburgués- exactamente lo que quería, no vaya a ser que le echen, que eso nuestra generación no lo soporta. Mayorga.

Y se salva por última vez del imposible pateo generalizado, cuando hemos visto una obra que se ha pasado más tiempo con el escenario apagado -durante las desastrosas transiciones- que encendido.

Mayorga se apoya en la ciencia y la filosofía -malo-, trastavilla a la verdadera poesía y nos da bisutería -peor-, zancadillea al sentido común de Plauto, de Moliere -lástima-, se aúpa en la política -peligroso- y remata en la cara de la belleza. Pero, como un futbolista -le gustaría el símil- artero y zascandil, maneja los tiempos de juego como nadie. Y en el último minuto, en el último segundo sobre la escena, salva la noche. Comunica. Gana. Vence. Y convence. Y al volver a pasar por la desierta taquilla del teatro tienes el tic de ir a comprar la entrada para la siguiente de Juan Mayorga.

Taraceado pacifista


EXPEDIENTE ANWAR, DE GAVIN HOOD, en el infame centro comercial de turno

Expediente Anwar, que en realidad se llama Rendition, es la penúltima película sobre la guerra de Irak y el mundo árabe. Peor que Redacted y bastante mejor que, pongamos por caso, Un corazón invencible, Rendition es el último taraceado de guión, la última deconstrucción para llegar a donde ya sabíamos que íbamos a llegar.

Todas estas películas sobre Irak, o sobre la tercera guerra mundial (Chomsky dixit, pero no nos lo acabamos de creer) con el mundo árabe, sus cabras, sus pipas de agua y sus mezquitas (por eso no nos lo acabamos de creer), tienen algunas características en común, a saber: la misma banda sonora de thriller magrebí las recorre a todas de punta a cabo, utilizan actores indígenas, una variedad de escenarios naturales y un Babel de idiomas, dan protagonismo a la mujer, nunca esconden el conflicto cultural, sino que más bien inciden en él, pero, a pesar del abismo cultural, opinan que la paz es más que posible y, no obstante lo anterior, buscan un equilibrio en el debate para no resultar adoctrinadoras. También son todas, por supuesto, típicamente americanas (las preguntas inocentes del niño, los encuentros sexuales frustrados...)

Expediente Anwar, sin ser gran cosa, no está exenta de belleza formal, de una belleza otra -indígena o persa, en cuanto a los primeros planos- y tiene algunas escenas memorables, con auténtica fuerza icónica. A lo que iba: muestra ciertas imágenes prohibidas en alguna que otra secuencia de montaje. Y, ¡oh, pecado!, deja flecos, tiene el buen gusto de no cerrar absolutamente todas las subtramas, como ocurre en la vida real, en la que muchas, demasiadas veces, te despides a la francesa.

Al final habría que sacar la tabla de logaritmos para saber si el guión está bien trabado, si es consecuente, cosa que a mí me importa poco. Lo importante es que, paso a paso, una a una, estas piezas cinematográficas se van convirtiendo en auténticas obras maestras dentro del agit-prop pacifista. Alguien está haciendo dinero manteniendo además un aura de rive gauche. Me parece muy bien porque alguien también les está inspirando.

viernes, 25 de abril de 2008

Umberto D. oriental


MIL AÑOS DE ORACIÓN, DE WAYNE WANG, en los Cines Renoir de Deusto

Además de el premio a la mejor película en el devaluado y ya casi gastronómico Festival de San Sebastián, esta película se ha llevado el premio de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación. A esto iba. A los religiosos les van quizá los comedidos chinos. Expongo la idea, tiro la piedra, de que los chinos tienen algo católico, o creyente, algo ambiguo en este sentido que hace que los malinterpretemos de esta manera que digo.

Se trata de una película con moralina, que no moral, un Umberto D. sentado en el consabido banco de la soledad, con gags cómicos para desatascar, convencional en el mensaje y muy, muy conservadora. Hasta en el mensaje, que es el que tanto motivaba a Tennessee Williams: el del confesionario. Como decimos, éstos parecen católicos como parecen muchas cosas, pero no lo son.

La película está rodada con una rembrandtiana luz natural y perfectamente interpretada en un precioso y armónico chino. Fluye, se desenrrolla al mismo ritmo que la banda sonora, es naturalista y, como suele ocurrir con el cine oriental, un punto de giro es una mirada, un mayor ritmo de tecleo al ordenador, nada más. (A esta cultura hay que desvestirla.) La película termina, tiene el buen gusto de acabarse, antes de que América, con su sola presencia, lo arregle todo (Estados Unidos puede destruir finales muerto y atado a su caballo, con su misma mismidad). Pero quizá no nos estemos enterando. "¿Qué quieren decir cuando dicen que "una mujer buena no sale de noche"? Sigo pensando que los chinos tienen que ir por otro lado.

jueves, 24 de abril de 2008

Si le sobran dos horas para el patetismo


LA EDAD DE LA IGNORANCIA, DE DENYS ARCAND, en los Multicines de Bilbao

Voy a ver a regañadientes esta película canadiense -pensando que es una producción francófila con dinero del Canal plus pour le Quebec sécessionniste, cuando lo que tendrían que hacer es traernos es a Atom Egoyan y dejarse de comedias (ya se trae bastante cachondeo el armenio con el lío de la identidad y el multiculturalismo)- pero salgo bastante contento e incluso con ganas de ver la anterior película de Arcand, Las invasiones bárbaras.

Parece que Arcand va a caer en el recurso facilón del sexo -que es como el recurso del fútbol pero peor- o que va a enfangarse en el humor francés, que es algo muy triste (el humor negro de nuestros vecinos no llega ni a lo uno ni a lo otro), pero la película ni siquiera es una comedia, es un patchwork confeccionado con esqueches de humor negro bastante conseguido y algunas influencias de Fellini. Y además sale bien parada hasta de las lágrimas, que en comedia o cosa parecida son algo muy delicado porque dan la impresión de que el director aspira a la omnipotencia (hacer reír y llorar).

La película vive de la actualidad y no pretende trascenderla demasiado. Es pura actualidad hasta que con un giro cambia de tono y de color y evoluciona hacia, ¿cómo decirlo?, la naturaleza muerta y Ozu (el pelar la manzana de Primavera tardía) en un final bello que le da las únicas notas eternas a todo el metraje. Pas mal.

viernes, 18 de abril de 2008

Le cinisme dure longtemps


SHINE A LIGHT, DE MARTIN SCORSESE
Un director de género y una banda de holligans. El director de género no lo sé ni me importa, pero la banda de holligans nunca ha hecho una canción con una problemática y eso hay que agradecérselo. Ni tampoco ha hecho caridad. O han hecho caridad -hacen caridad con Clinton en esta película- con un punto de cinismo. Uno sólo se los imagina con el corazón deshecho por las inundaciones de Bangladesh o por la matanza en la plaza de las tres culturas. El cinismo envejece bien, aunque ya no sea cinismo y se preocupen por el mundo. Los crucifijos que llevan son invisibles.

Y si aportan dinero a la fundación Clinton, eso le añade interés al documental: les debe mantener lo que ellos hacen, entonces, lo que ellos son. Porque como dice uno de ellos: "En el escenario no piensas. Eres lo que eres." Y lo hacen muy bien: Jagger es la idea hipostasiada, la forma pura del delincuente. Analicemos cómo se mueve. A primera hora de la mañana es el tonto que corre calle abajo a coger el autobús para ir a trabajar, luego lo pierde, sube cansado calle arriba, pisa el cigarrillo, se asusta por no saber de dónde vienen las réplicas de las gogós, mejores y más fuertes que su voz, y luego, después del susto que le dan los negros del coro o después del gallo que suelta él, viene el crimen: Jagger dispara al público una pistola de manos sin convicción, Jagger dispara con un dedo artrítico y al azar... Jagger es el ballet de la rehabilitación, la tarantella del asistente social. Y desorientado se come el micrófono y no pierde ni por un momento su acento oxoniense. Ni el british wit.

Siguen juntos porque son muy educados, entre sí y con el público: el respect. Otro secreto de su triunfo es que semiológicamente no han cambiado. Se han quedado en los sesenta, que es donde se dejó el debate. No hay que moverse ni un ápice del punto en el que se quedó la discusión. Porque todo lo que viene después es desorientación. Otro secreto es que la sinceridad les guía siempre (cuando desafinan, cierran inmediatamente los ojos). Y el último y doloroso secreto es que los ingleses siguen yendo muy por delante.

En cuanto al ataque de histeria del director de género (alguien habló de él) al principio de la película, es puro teatro. Hay hasta tres cámaras por ángulo haciendo una ronda que no acaba nunca. No hay ningún peligro de perder un fotograma. La mentira del director se suma a la mentira del montaje (es un documental basado en el montaje -y perfectamente montado, además-) y se convierte en una doble mentira.

Su música me sigue pareciendo inaudible. Uno es demasiado kantiano para tanto desorden. Pero reconozco que hacen jazz y suena bien, tocan country y lo integran y meten trompetas crooner-burguesas y les sale. Están viejos y dejan las cervezas a medio acabar. Pero son los únicos a los que los americanos dejan fumar en un teatro.

lunes, 14 de abril de 2008

Naturaleza muy muerta


CASHBACK, DE SEAN ELLIS
Ha sido todo un purpurrí de esperanzas el que me ha llevado a ver Cashback. Que trata de un supermercado y quería saber lo que se podía hacer con el pladur "herreriano" (Umbral) de los híper, de esos centros comerciales que tenemos plagados de neandertales apasionándose por la alta tecnología. Además, que me hacía gracia el título, mezcla quizá de casbah y cash-back, ese auténtico himno anglosajón: "¡I want my money back!" Y, de nuevo, me he llevado una desilusión. Suele ocurrir. Sobre todo conociendo las frustradas buenas ideas de las que, a veces, las películas están plagadas.

La idea en que se basa la película es inatacable. Lo que critico es el excipiente: gags de sitcom, paralelismos de manual, romances de fotomatón y jóvenes de pelo casualmente desordenado que preguntan continuamente ¿estás bien? Demasiado The catcher in the rye. Cuando los jóvenes muestran lo que para ellos es importante, comparas con otras épocas y te entra un escalofrío. Lo que quieren es el arte para conseguir a una chica, no para nada más. Es de una privacidad miserable. Eso y acabar la faena con el strip-tease de turno, la obsesión del mundo, despelotarse.

Pero la idea es simplemente genial. Y, si no se enseñoreara la autocensura, en vez de convertirse en fuente de inspiración para una payasada global (lo de quedarse quieto en las estaciones de tren, cosas -disculpa Aarón- de capitales) podría ser una buena obra, una obra más importante por lo que calla que por lo que dice, además de que tiene todas las buenas características de la novela norteamericana actual: es poética con los productos de consumo y crea su propio léxico, su propio diccionario. Nada hay más infantiloide y decadentemente barroco. Nada es, por tanto, más subversivo si se le aplica ironía. Pero Ellis todo lo que saca lo tiene pensado. Todo es de escuela de arte. Y el funambulismo no es lo mismo desde que se enseña.

¿En qué podía haber desembocado esta fábula sobre imágenes que se congelan? ¿En budismo? ¿En la jarra que Mahoma ve derramarse durante una eternidad o en modernísimo miedo al tiempo? Ellis no concreta.

Algo no ha permitido que la película sea una auténtica obra maestra, quizá un productor que da más miedo del que debe dar o quizá (el capitalismo planea trampas infernales y justísimas y todo tiene para él su solución simétrica) el miedo de un director que es él mismo su propio productor. Para diagnosticar lo que ha obstaculizado esta película, salgámonos un poco de esta generación. Y digamos, simplemente, que han sido los pocos cojones.

sábado, 12 de abril de 2008

Lope de Vega y Carpio


Me he dado cuenta de que Félix Lope de Vega no es el verso fácil, ni el soneto a Violante, ni el enredo ni la capa ni la espada. Lope de Vega es el subtexto barroco y actualísimo, tanto en La dama boba, como en Los locos de Valencia. El de La dama boba, el de una mujer que aprende a ser inteligente enamorándose, que aprende por amor (desde mi punto de vista, toda una tesis pedagógica), el de los locos de Valencia, un enamorado que entra en un manicomio siguiendo a su amada (otra tesis).

Es con estas obras de Lope de Vega con las que te das cuenta de que Lope no es el monstruo, el Fénix de Feria que nos han contado y simplificado en la desastrosa asignatura de literatura española, sino que es tan grande porque es humano, inteligente, enamorado.

Y ve mucho, no esconde la realidad. Lope es realista. Vladimir Nabokov asegura que la primera aparición de un homosexual en la literatura es allá por debajo de un puente del siglo diecinueve. Pero a uno le da la impresión de que Lope de Vega podría haber presentado la primera loca en sociedad un par de siglos antes. Lope ve mucho, ya lo he dicho. (Más que Shakespeare, quien, por su lado, es mejor escritor que él.) E, independentemente de los juegos oportunistas y tardíos de los montajes actuales, ahí están casi los afeminados en los embozados con demasiadas plumas de otras obras de Lope y en sus finezas y chanzas sobre el valor en los duelos.

En Las bizarrías de Belisa -que es una obra muy menor de su senectud- está también a punto de tocar el menos frecuente problema de las mujeres hombrunas (mujeres-hombres, una de cincuenta; hombres-mujeres, se pierde la cuenta, se dice), puesto que Belisa escribe versos llenos de finezas, media en duelos y tiene luces. El personaje de Belisa debería quedar más perfilado, pero, ay, eso Lope no lo hace y además no la deja sola por sus atrevimientos sino que al final la casa. Pero es que Lope es comercial.

jueves, 10 de abril de 2008

La fuerza


JOE STRUMMER, VIDA Y MUERTE DE UN CANTANTE, DE JULIEN TEMPLE
Pienso que el ideal sería que no existieran tribus ni movimientos (quizá yo forme parte de uno y no lo sepa), pero sin embargo voy a ver el documental sobre Joe Strummer, el cantante y jefe (no le gustaba el dinero, pero sí la fama, se nos explica) punk de los Clash. Y lo hago lleno de preguntas. ¿Quién creó el punk? ¿Las armas nucleares? ¿El trabajo? ¿El aburrimiento inglés? Quizá todo ello a la vez.

La sala se llena de gorras suburbiales, patillas y botas doctor Martens con puntera de acero. Huele a calcetín usado y me empiezo a sentir incómodo con tanto imperdible. No me gusta autodestruirme, quizá porque yo eso me lo tomo muy en serio. No deseo -en esto estoy de acuerdo con Cela- ni la muerte que tuvo Rainer María Rilke, simplemente no la deseo, pero el documental me va enganchando desde el principio. Está lleno de buenos modos: utilizan películas antiguas -alguna del free cinema- en sustitución de imágenes de archivo, hacen una animación cuidada y discreta con los dibujos originales del cantante, la ambientación es adecuada (alrededor del fuego), los sonidos eligen las imágenes, no dicen quién es el que habla, por si no los conoces... Y además algunas letras del grupo parecen poesía de Allen Ginsberg: (Con mayúsculas de punk) LA ERA DEL HIELO SE ACERCA, EL SOL SE HACE MAS FUERTE, SE AGUARDA UN COLAPSO, Y EL TRIGO APENAS CRECE...

Pero el bueno de Joe, que parecía indomable, cae al final en la trampa en la que caen todos los anglosajones. No en vano son el pueblo que ha instaurado el planteamiento, nudo, desenlace y, al final, la moraleja constructiva. ¿Pero qué tiene que ver la moral con la música? Nuestro Joe, en plena decadencia, se dedicó a intentar encontrar la inspiración con la moral de por medio, como paracaídas, cuando el único grupo que queda de la época es el más cínico de todos. Eso -el poner la moral en primer plano, cuando estaba convenientemente ocultada por la estética- y las entrevistas a los testigos norteamericanos, que consiguen hacer el culto de la personalidad de un punk, es lo sorprendente del documental, si es que hay algo que pueda sorprender todavía de ellos. (Son como los japoneses. Ven sólo lo que son.)

Ahora queda por saber si me he vuelto o no me he vuelto punk. No, no lo soy. Pero reconozco que tienen fuerza. Y que, como dice el documental, los necesitamos. Los macarras tienen más futuro que los números uno.

P.D.: Y el punk, además, es un canto al amateurismo.

martes, 8 de abril de 2008

Rafael Azcona: ¡cuidado con los mansos!


Leo de el comienzo de El pisito: "La silenciosa y fétida atmósfera, remansada durante la noche en la oscuridad de la habitación, fue alborotada de pronto por una serie de ruidos encadenados que, al destrozar el silencio, provocaron también un oleaje, un flujo y reflujo de dulzarrones hedores a anciana encerrada, a gato satisfecho de la vida y a corrompidas hierbas medicinales. El escándalo comenzó con el fragoroso gemir de un jergón oriniento..." ¡Y el autor que lo escribió tenía fama de animal manso y dulce! ¡Líbrenos el destino de la amargura de los mansos! Animal manso, pero veraz. Veraz y profético como aquél niño pelirrojo del que abusaban durante todo un día al final del "Retrato del artista como un cachorro", de Dylan Thomas, pero al que, ya de noche y después de un bullying sin nombre y masivo, le brillaba la cabeza a la luz de la hoguera. Y a los otros no. Rafael Azcona Fernández.

Uno se lo imagina así, el niño que no encajaba en Logroño, que no quería arriesgarse a cruzar el Ebro a nado -como él mismo contaba-, el único no socio del Club Deportivo Logroñés. Pero le brillaba la coronilla a la luz de la hoguera, de la hoguera de los flechas. Una hoguera que sigue brillando, que nunca se apaga, que sólo crece y crece. La hoguera de los flechas (perdona, Rafael) se nos antoja ahora, por puro contraste, ya lo sé, no radiactiva, un hatillo de sarmientos, una asamblea de sabañones.

Las películas de Azcona y Berlanga son ahora absolutamente irrepresentables (que es como el franquismo clasificaba las obras de Valle que no quería estrenar y que hoy representan nueve actores aficionados y un enano). Simplemente nadie iría a verlas. O serían acusadas de reaccionarias y anti-progresistas, o de hacerle el juego al procurador en Cortes del otro bando. Ya lo decía Orwell en el prólogo inédito a Animal Farm: Lo que las dictaduras consiguen con malos modos, lo consigue Inglaterra (las democracias, un productor de Mediapro) con mejor educación y más efectividad. Me lo decía también una amiga: "En Ucrania no se habla de Chernobyl. Y en el comunismo se luchaba más por nuestros derechos." Los abogados del anti-franquismo, si es que lo fueron, (que han devenido en procuradores en Cortes y miembros de consejos de administración de la banca), con ese don que tienen para halagar lo que peor ha envejecido y esconder lo que sigue siendo actual en tus películas, han triunfado.

Todo triunfador verdadero, fracasa. Lo tuyo y lo de Berlanga han sido dos formas de fracasar. Recuerda: en Ucrania no se habla de Chernobyl.

viernes, 4 de abril de 2008

¡Dios te salve, demente!


LT22 RADIO LA COLIFATA, DE CARLOS LARRONDO
Cuenta Leopoldo María Panero, en una cita que hacía de prólogo a uno de sus poemas, que en el Londres del XVIII la visita a los manicomios era una forma de ocio. "La visita de esa casa de locos era una de las grandes diversiones dominicales de los londinenses. Los visitantes pasaban por esas verjas llamadas "penny gates", porque la entrada costaba muy poco. El visitante tenía derecho a recorrer todas las divisiones, las celdas, hablar con los enfermos, y burlarse de ellos. A cambio de sus agudezas dábales en ocasiones algo de comer, o bien les hacía beber alcohol para estimularles a seguir divirtiéndole". Hoy la entrada me ha costado cinco euros y el espectáculo ha sido promocionado por una bebida gaseosa americana -una bebida humillante, como las llamaba Cela-, pero tanto da lo uno como lo otro porque es lo mismo.

Radio La Colifata es pura antipsiquiatría, es decir, puro Laing. Laing, dejando de lado su meritoria lucha por los derechos de los pacientes mentales, fue un psiquiatra socialista inglés que llevaba a cabo sus terapias mediante un método muy sencillo: Les daba la razón a los locos. En la medida de lo posible les restituía el objeto de su deseo. Y se curaban. A una paciente modélica la convenció de que era una gran pintora. Y funcionó. (Hasta que alguien le dijo que no.)

Radio La Colifata funciona mediante el mismo método. ¿Pero es moral? Me viene a la memoria el final de La cripta de los capuchinos, del genial Joseph Roth. El decadente protagonista, un artistócrata de orígenes judíos, vuelve a Viena después de la guerra, retorna a su familia, ahora arruinada por los bonos de guerra, y se encuentra con que su antigua mujer se dedica a vender abalorios como si fueran obras de arte. Desesperado, se lo confiesa a un amigo y éste no ve motivo para tanta alarma. "¡Es que no son obras de arte!", le grita.

En el manicomio de La Colifata, el José Tiburcio Borda, a los locos se les pone a pintar y se les dice que todo lo que hagan está bien, como en el jardín de infancia. En el José T. Borda rige el tabú de no llamarles locos o el de ni siquiera citar la locura. Allí la culpa es de la sociedad. Pero los hechos son que los únicos cuerdos del documental son los que no están locos. No se les recuerda que vencerá la psicosis, que al final vence siempre, ni se les aconseja que la razón gobierne todo eso, lo suyo, que el secreto está en estar absolutamente cuerdo. LT22 Radio La Colifata incide siempre en los locos como seres angélicos, cuando los hay visionarios, puros como las sábanas de Ordet, y los hay oscuros, muy oscuros.

¿Y en qué queda todo? Manu Chao parece que está haciendo buena música con ello. Porque nadie les ayuda a hacerla por sí mismos, nadie cree en las (algunas) buenas intenciones de la enfermera de Alguien voló sobre el nido del cuco (vuélvase a ver la película y analícese ese personaje que por un lado les lobotomiza, pero por otro les dice que sus fantasías son mentira).

¿Por qué hemos puesto tanto énfasis en los derechos civiles de los locos y tan poco en lo apócrifo de su vida? Porque lo primero nos afecta (el suyo es un encarcelamiento por ideas, con todo lo que eso conlleva) y lo segundo no. "Dios te salve, demente", escribió Arrabal. "Galopas inconsciente montada sobre Freud/O sus vacuos discípulos de clases sin novillos/Herederos del potro, y del amor purgados/Sus sesos casi hundidos en la gregaria norma." Cierto. Dios les salve. ¿Pero alguien intenta, alguien se anima a intentar la incómoda, la inoportuna síntesis entre razón y locura, entre psiquiatría y antipsiquiatría? La síntesis, siempre la síntesis...

jueves, 3 de abril de 2008

La homicida pasion por el mercado libre


ORO NEGRO, DE NICK Y MARC FRANCIS
Oro negro es un documental acerca del mercado mundial de café que acaba de ser estrenado, cómo no, en los Multicines de Bilbao, que son los únicos que se vienen especializando en este renacer del cine documental en nuestro entrañable agujero.

Desde un punto de vista formal el documental es lento y sereno aunque, no obstante su lentitud, se mueve de un lado a otro -Londres, Trieste, Nueva York- sin mucho sentido. Pero al final puede la serenidad sobre el alarde de movimiento y algún montaje tramposo ("Todo montaje es una mentira") y el mensaje se hace muy efectivo.

Y eso que el problema que trata -el del mercado libre, libre para los pobres, pero subvencionado para los ricos- está lleno de aristas. Aristas o contradicciones (no insalvables) como que los mismos movimientos antiglobalización que defienden las subvenciones agrarias en los paises ricos son los que defienden a un mundo pobre asfixiado por esas mismas subvenciones.

Pero, si bien el documental no profundiza mucho, estoy con los directores. Estoy por unos precios dignos de las materias primas y en contra del "libre comercio" tal y como lo entienden algunos liberales. Pero no todos los liberales son de la misma opinión anti-estatalista: "A mí esto de no dar de comer a la gente me parece una barbaridad", escribió Cela con muchos reflejos en cuanto surgió lo de Chiapas.

Pero uno lleva conocidos en su vida muchos niños bien liberales que no son de esa opinión, el uno que no se hablaba con hijos de funcionarios, el otro que quería acabar con el derecho laboral, el de más allá que quería privatizar las playas... En internet los hay -Dios nos coja confesados- a patadas. Tomemos al segundo, el que quiere integrar el derecho laboral en el derecho civil, como ejemplo: Hacer lo que propone -o más bien exige- es tanto como negar que haya leyes económicas. Pondré un ejemplo. Hay muchos profesores que lo que querían, allá por los años setenta, era hacerse traductores, pero que no han podido dedicarse a ello porque, con el aumento del número de estudiantes de idiomas, bajó a plomo la remuneración por traducción (y la calidad de las mismas, pues éstas apenas se preparaban). Es, pues, natural que el Estado fije ciertos precios mínimos y, al hacerlo, calidades mínimas, para el esencial trabajo de traducir, como también lo es que encargue del bolsillo de todos traducciones especializadas y de referencia de, digamos, La guía de perplejos o El collar de la paloma. Esto no lo hace el mercado por sí solo ni el derecho civil, lo hacen el Estado y el derecho laboral. Subsumir el derecho laboral a un mero contrato entre personas que se presuponen libres ("¿Si lo quiero hacer más barato por qué no voy a poder firmar el contrato?") es hacer oídos sordos a estos fenómenos y una barbaridad que nos acaba perjudicando a todos. Pero finiquitar a la economía (me refiero a la teoría económica) y al buen gobierno es una vieja aspiración de ciertos neoliberales barbilampiños.

Bueno, pues en Etiopía pasa esto mismo, pero en vez de aguantar una apresurada traducción de Mariano Antolín Rato, se mueren de hambre todos los niños de una aldea. Es lo que Noam Chomsky llama -y se me sabrá disculpar que acabe rizando el rizo de la reseña también con un tema así- "la pasión por el mercado libre".

miércoles, 2 de abril de 2008

Nostalgias

REGRESO A NORMANDÍA, DE NICOLAS PHILIBERT
La nostalgia, salvo que sea nostalgia de algo -de la infancia, de una novia o del zarismo-, es absurda porque se repite una y otra vez, generación tras generación, conforme avanza el tiempo. Y en el caso de Regreso a Normandía sin duda alguna lo es.

He ido a ver Regreso a Normandía porque estaba basada en otra película rodada en 1975 y quería ver cómo había cambiado el mundo desde entonces, cómo nos habíamos vuelto más sensibleros, más neuróticos, más cursis y decadentes. Pero la película en la que se basa -una pelicula basada en otra, sofisticación muy francesa sobre la que vuelven una y otra vez- estaba a su vez inspirada por las memorias de un criminal muerto hace 140 años, con lo que Regreso a Normandía se queda sin argumento, salvo el gusto warholiano (los cinco minutos de gloria, que en este caso son dos horas) de los antiguos figurantes por aparecer delante de la cámara con sus insulsas teorías acerca del rodaje que tuvo lugar en 1975.

Simplemente no hay imágenes de 1975. Y sería interesante, porque en 30 años cambia hasta la naturaleza. En 1975 aún se hacían películas acerca de temas sacados de estudios de Foucault, de oscuros peritajes criminológicos (el francés es un idioma hecho para el peritaje estatal y quizá también para la criminología) de André Gide, etc, etc. En cambio ahora nos ha quedado la nostalgia sin objeto, Warhol y el implacable empeño francés por teorizarlo todo a partir de nada, su talento para las metáforas insulsas, para la poesía ambiciosa, para jugar a los intelectuales hasta formando parte del agro y no parar de exagerar. Ya se sabe, pero es una cosa muy extraña: los extranjeros exageran. Los acomplejados también exageran porque gracias a la exageración parece que estás teorizando algo. Toda teoría tiene algo de exageración.

¿Por qué se relaciona el cine con lo sublime lloroso? ¿Por qué el cine ha de ser lacrimógeno o nostálgico? José Luis Guerín tiene mil imágenes mejores que Regreso a Normandía para explicar lo que Nicolas Philibert no ha empezado ni a preguntarse. Véase Tren de sombras o Innisfree. Pero nos hemos vuelto muy franceses. Se ve en las bitácoras, se ve en los diarios. Hay que exagerar, exagerar. No hay que ser naturales. Hay que ser nostálgicos, tener una espina clavada. No saben que la nostalgia es, simplemente, la condición humana, que decía el otro.