sábado, 26 de abril de 2008

El futbolista artero


LA TORTUGA DE DARWIN, DE JUAN MAYORGA, en el teatro Arriaga

Mayorga es un demagogo, queda dicho, y yo voy, como un tonto, a ver la última que ha sacado, su nueva obra fácil, su función para niños grandes y hooligans, su nueva astracanada moderna para un público infantiloide y de vuelta de todo. Mayorga, esta vez huérfano de Animalario, ese gran soporte de su obra del que ya hemos hablado aquí. Mayorga, esta vez sobre una historia del "pueblo europeo" vista desde abajo, a lo Howard Zinn, pero sin profundizar demasiado. Y con un humor a lo Ítalo Calvino.

Mayorga tiene el talento tartamudo, como si no nos lo quisiese dar todo el rato. ¿Estará ahorrando? A Mayorga le salva por los pelos una escena, un adjetivo (como a Umbral), una intuición, lo que en televisión se llama "un momento dulce", dentro del universal feísmo de su obra. Y yo estoy cabreado con los que no lo dan todo, con los tercos, los recalcitrantes del talento, los insistentes como Juan Mayorga, los Paloma San Basilio que no cantan ni bailan pero lo intentan sin cesar. Subirse al tío vivo del teatro para esto. ¿Para cuándo un Dostoyevski? ¿Para cuándo de una vez un clímax alto como el Everest y un anticlímax profundo como la fosa de las Marianas?

Pero viene Juan Mayorga y contrata una buena organización dramática, ficha una buena y demorada carpintería para el universal desastre de su obra, contrabandea música clásica que se filtra entre las rendijas del decorado y salva la obra después de haberle dado al público -burgués o postburgués- exactamente lo que quería, no vaya a ser que le echen, que eso nuestra generación no lo soporta. Mayorga.

Y se salva por última vez del imposible pateo generalizado, cuando hemos visto una obra que se ha pasado más tiempo con el escenario apagado -durante las desastrosas transiciones- que encendido.

Mayorga se apoya en la ciencia y la filosofía -malo-, trastavilla a la verdadera poesía y nos da bisutería -peor-, zancadillea al sentido común de Plauto, de Moliere -lástima-, se aúpa en la política -peligroso- y remata en la cara de la belleza. Pero, como un futbolista -le gustaría el símil- artero y zascandil, maneja los tiempos de juego como nadie. Y en el último minuto, en el último segundo sobre la escena, salva la noche. Comunica. Gana. Vence. Y convence. Y al volver a pasar por la desierta taquilla del teatro tienes el tic de ir a comprar la entrada para la siguiente de Juan Mayorga.

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