viernes, 4 de abril de 2008
¡Dios te salve, demente!
LT22 RADIO LA COLIFATA, DE CARLOS LARRONDO
Cuenta Leopoldo María Panero, en una cita que hacía de prólogo a uno de sus poemas, que en el Londres del XVIII la visita a los manicomios era una forma de ocio. "La visita de esa casa de locos era una de las grandes diversiones dominicales de los londinenses. Los visitantes pasaban por esas verjas llamadas "penny gates", porque la entrada costaba muy poco. El visitante tenía derecho a recorrer todas las divisiones, las celdas, hablar con los enfermos, y burlarse de ellos. A cambio de sus agudezas dábales en ocasiones algo de comer, o bien les hacía beber alcohol para estimularles a seguir divirtiéndole". Hoy la entrada me ha costado cinco euros y el espectáculo ha sido promocionado por una bebida gaseosa americana -una bebida humillante, como las llamaba Cela-, pero tanto da lo uno como lo otro porque es lo mismo.
Radio La Colifata es pura antipsiquiatría, es decir, puro Laing. Laing, dejando de lado su meritoria lucha por los derechos de los pacientes mentales, fue un psiquiatra socialista inglés que llevaba a cabo sus terapias mediante un método muy sencillo: Les daba la razón a los locos. En la medida de lo posible les restituía el objeto de su deseo. Y se curaban. A una paciente modélica la convenció de que era una gran pintora. Y funcionó. (Hasta que alguien le dijo que no.)
Radio La Colifata funciona mediante el mismo método. ¿Pero es moral? Me viene a la memoria el final de La cripta de los capuchinos, del genial Joseph Roth. El decadente protagonista, un artistócrata de orígenes judíos, vuelve a Viena después de la guerra, retorna a su familia, ahora arruinada por los bonos de guerra, y se encuentra con que su antigua mujer se dedica a vender abalorios como si fueran obras de arte. Desesperado, se lo confiesa a un amigo y éste no ve motivo para tanta alarma. "¡Es que no son obras de arte!", le grita.
En el manicomio de La Colifata, el José Tiburcio Borda, a los locos se les pone a pintar y se les dice que todo lo que hagan está bien, como en el jardín de infancia. En el José T. Borda rige el tabú de no llamarles locos o el de ni siquiera citar la locura. Allí la culpa es de la sociedad. Pero los hechos son que los únicos cuerdos del documental son los que no están locos. No se les recuerda que vencerá la psicosis, que al final vence siempre, ni se les aconseja que la razón gobierne todo eso, lo suyo, que el secreto está en estar absolutamente cuerdo. LT22 Radio La Colifata incide siempre en los locos como seres angélicos, cuando los hay visionarios, puros como las sábanas de Ordet, y los hay oscuros, muy oscuros.
¿Y en qué queda todo? Manu Chao parece que está haciendo buena música con ello. Porque nadie les ayuda a hacerla por sí mismos, nadie cree en las (algunas) buenas intenciones de la enfermera de Alguien voló sobre el nido del cuco (vuélvase a ver la película y analícese ese personaje que por un lado les lobotomiza, pero por otro les dice que sus fantasías son mentira).
¿Por qué hemos puesto tanto énfasis en los derechos civiles de los locos y tan poco en lo apócrifo de su vida? Porque lo primero nos afecta (el suyo es un encarcelamiento por ideas, con todo lo que eso conlleva) y lo segundo no. "Dios te salve, demente", escribió Arrabal. "Galopas inconsciente montada sobre Freud/O sus vacuos discípulos de clases sin novillos/Herederos del potro, y del amor purgados/Sus sesos casi hundidos en la gregaria norma." Cierto. Dios les salve. ¿Pero alguien intenta, alguien se anima a intentar la incómoda, la inoportuna síntesis entre razón y locura, entre psiquiatría y antipsiquiatría? La síntesis, siempre la síntesis...
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