jueves, 3 de abril de 2008
La homicida pasion por el mercado libre
ORO NEGRO, DE NICK Y MARC FRANCIS
Oro negro es un documental acerca del mercado mundial de café que acaba de ser estrenado, cómo no, en los Multicines de Bilbao, que son los únicos que se vienen especializando en este renacer del cine documental en nuestro entrañable agujero.
Desde un punto de vista formal el documental es lento y sereno aunque, no obstante su lentitud, se mueve de un lado a otro -Londres, Trieste, Nueva York- sin mucho sentido. Pero al final puede la serenidad sobre el alarde de movimiento y algún montaje tramposo ("Todo montaje es una mentira") y el mensaje se hace muy efectivo.
Y eso que el problema que trata -el del mercado libre, libre para los pobres, pero subvencionado para los ricos- está lleno de aristas. Aristas o contradicciones (no insalvables) como que los mismos movimientos antiglobalización que defienden las subvenciones agrarias en los paises ricos son los que defienden a un mundo pobre asfixiado por esas mismas subvenciones.
Pero, si bien el documental no profundiza mucho, estoy con los directores. Estoy por unos precios dignos de las materias primas y en contra del "libre comercio" tal y como lo entienden algunos liberales. Pero no todos los liberales son de la misma opinión anti-estatalista: "A mí esto de no dar de comer a la gente me parece una barbaridad", escribió Cela con muchos reflejos en cuanto surgió lo de Chiapas.
Pero uno lleva conocidos en su vida muchos niños bien liberales que no son de esa opinión, el uno que no se hablaba con hijos de funcionarios, el otro que quería acabar con el derecho laboral, el de más allá que quería privatizar las playas... En internet los hay -Dios nos coja confesados- a patadas. Tomemos al segundo, el que quiere integrar el derecho laboral en el derecho civil, como ejemplo: Hacer lo que propone -o más bien exige- es tanto como negar que haya leyes económicas. Pondré un ejemplo. Hay muchos profesores que lo que querían, allá por los años setenta, era hacerse traductores, pero que no han podido dedicarse a ello porque, con el aumento del número de estudiantes de idiomas, bajó a plomo la remuneración por traducción (y la calidad de las mismas, pues éstas apenas se preparaban). Es, pues, natural que el Estado fije ciertos precios mínimos y, al hacerlo, calidades mínimas, para el esencial trabajo de traducir, como también lo es que encargue del bolsillo de todos traducciones especializadas y de referencia de, digamos, La guía de perplejos o El collar de la paloma. Esto no lo hace el mercado por sí solo ni el derecho civil, lo hacen el Estado y el derecho laboral. Subsumir el derecho laboral a un mero contrato entre personas que se presuponen libres ("¿Si lo quiero hacer más barato por qué no voy a poder firmar el contrato?") es hacer oídos sordos a estos fenómenos y una barbaridad que nos acaba perjudicando a todos. Pero finiquitar a la economía (me refiero a la teoría económica) y al buen gobierno es una vieja aspiración de ciertos neoliberales barbilampiños.
Bueno, pues en Etiopía pasa esto mismo, pero en vez de aguantar una apresurada traducción de Mariano Antolín Rato, se mueren de hambre todos los niños de una aldea. Es lo que Noam Chomsky llama -y se me sabrá disculpar que acabe rizando el rizo de la reseña también con un tema así- "la pasión por el mercado libre".
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