miércoles, 10 de junio de 2009
Bien
GOOD, de Vicente Amorim
Uno ya se conforma con poco. (Uno habla de sí mismo en tercera persona, como el Papa o como Maradona.) Y es que uno, a pesar de que le llamen cinéfilo (que no sé lo que es, pero suena a algo tan rancio como "aficionado al teatro", y no, no soy aficionado al cine ni al teatro, sino a una parte ínfima de lo que se proyecta y de lo que se representa) no aspira a verse la cartelera entera, pero a veces se la acaba viendo. (Ser "cinéfilo", digo, es algo tan conservador como ser "aficionado al teatro". "El Cirilo es aficionado al teatro, y va hasta ahora que le han quitado la vejiga, con la sonda en la mano, hecho un jabato." "La Jacinta con menopausia, sí, y sofocos, pero sigue yendo al Español." Bueno, pues lo mismo con gente sólo supuestamente más joven y una linterna mágica llena de sombras chinescas en vez de con cuatro comicastros de muchas tablas y con mucha cara.)
Iba diciendo que uno a veces se ve casi toda la cartelera. Y entonces hasta se acostumbra a ver escenas que sabes de dónde vienen y a dónde van. "Una escena de flirteo. Bien. Simplemente -masculla uno como el viejo que es- que se han liado, sólo eso. Eso y las piernas. ¿Las has visto? Sí. Ya está. A ver la siguiente."
Esto viene a cuento -si es que todo tiene que venir a cuento de alguna otra cosa- de que la película de Vicente Amorim me ha gustado, a pesar de que se mueve en el modo de representación que todos conocemos, el más plano que imaginarse pueda. Pero la obra de Amorim está entre la cobardía y el arrojo, el tópico y la realidad, lo comercial y algo nuevo o no tan viejo. La película avanza a velocidad de mula. No es un gran tren de vagones, tampoco es un tren de mercancías, es un cercanías que llega a su destino.
Avanzamos a ritmo de productor lento. O a ritmo de régimen totalitario. Y ahora un productor ha sido lo suficientemente valiente como para tratar el holocausto último desde una perspectiva algo, un poco, una miaja más valiente e interesante.
C.P. Taylor (tiro de Wikipedia), el autor de la obra de teatro en la que se ha basado la película, fue un judío marxista que (Wikipedia dixit) murió en el 81 (año de la obra) por escribir en pleno invierno en la cabaña del jardín de su casa. C.P. Taylor, dice mi humilde fuente, fue, como buen marxista, un poco irónico con el título de la obra, pero ahora eso ha cobrado, en nitrato de plata, otra dimensión más emocional que, supongo, no tenía en el teatro. (El nitrato de plata es catalizador de los sentimientos.) Eso es lo que está bien, eso y que el final tiene algo del "Yo sólo quiero que me quieran", de Fassbinder.
Taylor escribió sobre un Fabrizio del Dongo nazi. Y es una idea que merece la pena. Eso sí, estamos poniendo las obras del 81. ¿Alguien quiere echar arena a los raíles? A este paso no vamos a subir el repecho.
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