DÉJAME ENTRAR, DE TOMAS ALFREDSON
Aarón Rodríguez (tecleen Creadores de imágenes y verán) ya dijo en abril (lo que tarda una película de viajar de Madrid a Bilbao puede venir a ser un mes, no importa) una serie de "muy medidas y ajustadas palabras" acerca de esta película. Decía que la película tenía "vocación de blockbuster, no perdamos la perspectiva". Eso es, no perdamos nunca la perspectiva.
No la perdamos porque la perspectiva es el quid de la cuestión, la prima philosophia, la aduana que unos pasan y otros no. No la perdamos de vista porque la perspectiva es lo que nos puede salvar el pellejo en estos tiempos que vivimos.
Unos tiempos en los que todo aquello en lo que creyó una generación se va al traste al mismo ritmo con el que los kibutz pierden agua y los sindicalistas visten de Armani. Y la culpa no es de nadie o es de todos un poco, no lo sé.
Los suecos nos tenían acostumbrados desde Pippi Langstrump a una psicología nórdica y liberal en la que los niños tomaban el mando guiados por los adultos, como siempre, pero con sentido y mesura, lo cual no era óbice para que no se subieran siempre al tejado con el catalejo o el globo. Unos niños que exigían más libertad sin ponerse tarascas, echar mano del monedero ajeno ni desear la muerte del vecino. Bueno, pues ahora (hay momentos en los que nada sale bien) a eso también le aparece su envés.
Este tal Alfredson nos presenta el envés de lo que todos pensábamos que podía ser una buena idea: la educación libertaria. Alfredson no entiende nada y retrata a padres viejos como niños frustrados, exalta a niños de autismo provocado colgados de los eternos columpios y por ahí. Alfredson retrata sin saberlo el fin de una idea que aún quizá no ha sido probada, pero que le da igual como les da igual a todos, pero que ahí está, terca y llena de sabiduría y embriología.
A este tal Alfredson hay que decirle que los viejos son sus niños, no los padres, que las cosas estaban mejor antes, que la película parece que la paga la psicología administrada sueca que crea problemas al mismo tiempo que cobra para solucionarlos. Que Pippi Langstrump estaba mejor. Y ésta es la perspectiva. No la perdamos.
Uno, al salir del cine, se ha imaginado por consolarse a una guapa, airada y joven madre sueca que salía también del cine con su hijo de la mano explicándole que lo que han estado viendo es lamentable. "¿Esto tampoco?", protesta el hijo, cobarde e integrado como todos los niños. "Esto tampoco", contesta ella.
jueves, 11 de junio de 2009
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