domingo, 15 de marzo de 2009

They are the world


EMMA, de Howard Zinn
Howard Zinn escribió Emma todo lo contrario de a toro pasado. A toro eterno, se podría decir. Con esa eternidad que dicen tener los anarquistas, Chomsky discutiendo con Foucault, sin ir más lejos. Y es que Hegel con la historia les desarma bastante el cotarro, no, nunca del todo, pero sí al menos en lo referido a su radicalidad.
Howard Zinn, para el que no lo conozca, es un historiador claro y ameno, un divulgador de lo que se ha venido en llamar "la historia secreta de los Estados Unidos", que es la leyenda negra inversa que decía Umbral que se estaba formando. De él leí "A people´s history of the United States", que aquí lo publica, cómo no, el Hiru de Alfonso Sastre y de la Eva Forrest que en paz descanse (me refiero a Eva, no a la editorial, que sigue viva y existiendo).
A mí las leyendas negras no me gustan nada, pero hay que reconocer que las historias secretas son mucho más amenas.
Y la Goldman, Emma, es uno de los mitos de mi juventud de anarcoide moderado. Que si sus amores desgraciados, líos y discusiones con Alexander Berkman (el autor del Abc del anarcosindicalismo, que me hicieron leer en la CNT de Bilbao) por nietzscheana, etc. La ideología entra mucho mejor con el Hola! de los intelectuales, que son los únicos que se acuestan según piensan.
Lo de nietzscheana -a todo le ponen los intelectuales un nombre intelectual- no es otra cosa que que la Goldman era bastante ligera de cascos, cosa que, al parecer y según me contaron, hacía sufrir al anarquismo cristiano de Berkman.
Zinn ha escrito esta obra como una sucesión de spots publicitarios perfectos, en música y texto. Todo muy americano y todo muy common sense. Cada escena, por cierto, con sus puntos de giro teatrales, que son más discretos que los cinematográficos. Los americanos, en arte, tienden a la perfección. Creen en ella.
Dejando de lado la puesta en escena, que me ha parecido muy buena (transparencias y proyecciones que al menos no ofenden), uno se debate en las casi tres horas de representación entre creerles y no creerles. Uno piensa, para empezar, que los pobres son muy mentirosos (Umbral criticaba mucho esta afirmación). Después uno opina que lo de Sacco y Vanzetti fue algo así como lo de Lady Di pero en anarquista, ojo, todo se puede dar. Uno cree también que el sexo no debería nunca ser revolucionario (en esto quizás estaría de acuerdo con la Goldman). Y uno no ve apenas un par de personajes auténticamente nietzscheanos, realistas, informativos, esto es, que superen la superación, que eso es lo que es Nietzsche. Pero ha llegado el final. Y he aplaudido a rabiar. La eternidad del anarquismo, la eternidad del amor. Y, como después de una obra de Darío Fo, me he tenido que parar a preguntarme: ¿Qué me ha gustado? ¿La estética? ¿La política? ¿Qué es verdad y qué no?
Mientras escribo este post suena el We are the world en la radio. "We are the world, we are the children", cantan un atajo de rentistas americanos. Emma, tú sí que eras el mundo.

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