A propósito de EL ÚLTIMO VIAJE DEL JUEZ FENG, DE LIU JIE
Estas películas (o cabría decir bizcochitos) no son especialidad de ningún sitio, se hacen aquí y allá, Italia, Francia, China, pero son muy digestivas y van cubiertas, como algunos bizcochos, de un fino baño blanco. También llevan azúcar y canela, algo picante, no mucha. Y, de nuevo como algunos bizcochos, hay que consumirlos muy frescos, porque, en cuanto pasa el tiempo, desmerecen.
Las cantidades no han de ser abundantes. Basta un guión convenientemente aguado. Sirven cuatro escenas y cuatro transiciones que se adivinen. El procedimiento es el siguiente: Se trata de criticar la, por otro lado, muy criticable globalización. ¿Cómo? Por medio del carpe diem, y a este respecto vale exaltar el placer de comer, las aficiones descansadas del jubilado, la artesanía, el trabajo una vez que se convierte en rutina, lo que se entiende vulgarmente por tomarse la vida con filosofía...
Es conveniente que el guionista sea exótico, de hecho es conveniente que todos los ingredientes sean exóticos, por eso de que la traducción esconde y hace atractivo. Para que cuaje el multiculturalismo es preciso presentar a los indígenas como naïves permanentemente vestidos de gala y no tratar ningún conflicto real (nada de calentar el horno con conflictos como el suscitado en Colombia, donde se debate permitir a los indígenas sacrificar a un niño gemelo porque los gemelos destruyen las cosechas; este plato no tiene tampoco nada que ver con los servidos por la Tercera Ola a principios de los setenta). La justicia, si la hay, es siempre pragmática y buenista y defiende la tradición. La trama, como decimos, no da problemas y se resuelve fácilmente con cuatro paralelismos.
Para terminar basta un final abierto, de cine de autor. El plato se servirá en cine-clubs y festivales falsamente izquierdistas. De hecho, su olor puede recordar poderosamente al de una casta dirigente condescendiente con la estupidez del vulgo. El comensal saldrá del cine, conectará el móvil, se montará en el coche y, a la altura de la autopista, pensará en los buenos viejos tiempos antes de ponerse a pensar en su próximo viaje transatlántico a la rivera maya, donde, por cierto, también hay indígenas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Me pilla esto muy reciente porque he visto la película ayer mismo.
Te escribo escuchando la banda sonora ingeniada (de genio) por Badalamenti para el, a veces comprensible, Lynch y su Una hisotria verdadera.
Y te digo todo esto porque, en ocasiones, sólo se necesita un pequeño toque, como puede ser la música, para que la película sea mágica. En el caso de Lynch, la conjunción de astros es más amplia que en El último viaje del juez Feng; sin embargo, aunque sólo nos quedemos con la maravillosa fotografía y sus referencias pictóricas merece realmente la pena gastarse 5 euros y luchar contra el sopor después de comer.
Sí, la disfruté mucho, por su simplicidad, por la muestra de otra realidad, por su belleza paisajística y por su final.
Un enorme abrazo Iban.
Está claro que la faceta profesional de ambos tenía que salir por algún lado. Yo miro más la forma, en cambio tú analizas el fondo con profundidad.
Es genial poder compartir estas opiniones.
¡Un abrazo enorme, colega!
Publicar un comentario