sábado, 23 de febrero de 2008

Tres hermanas, de Anton Chejov


EL TEATRO DE LAS MARIONETAS
En el parlamento inicial de Antígona lo primero que hace ésta es recordarle a Ismene que ambas son hermanas, que tienen que escuchar juntas la llamada de la sangre. Lo que hace antes que nada es irrumpir en su libertad, manipularla: "Ismene, hermana mía,..." Así empieza a escribir Sófocles y así es el teatro desde entonces. En el teatro enseguida sale alguien que te recuerda que es tu hermano o tu primo, tu jefe o tu siervo, tu paciente o tu médico y que tienes tú o tiene él ciertas obligaciones. El teatro no es ni ha sido nunca un género para la libertad, como la poesía, ni siquiera para la privacidad. El teatro es la no-libertad, es la necesidad, es la sociedad, incluso en el caso del monólogo. En el teatro se ven todos los hilos de los que cuelga el hombre.

Por eso los mejores guiñoles, o los más impactantes, son aquellos que se manejan desde arriba y por eso tiene tanta fuerza el montaje que ha hecho de Tres hermanas Ignacio Aranaz, al servicio del Teatro Gayarre de Pamplona.

Aranaz ha colgado todo el atrezzo del techo y ha dejado que los actores lo vayan bajando según sus necesidades. Y así cuelgan permanentemente del techo todos los hilos de los guiñoles chejovianos y de sus aperos mientras ciertos sirvientes los esquivan silenciosamente, como fantasmas, como vagabundos. No es mala idea, porque en realidad son los actores los que cuelgan del techo.

O quizá sea que los objetos cotidianos se vuelven tan inalcanzables como las ilusiones perdidas de sus personajes.

Viendo a Chéjov te das cuenta (también) de lo mucho que ha influido en Woody Allen. September no es más que una pieza puramente chejoviana. Las mismas frustraciones, los mismos excesos pesimistas, la misma simpatía por los personajes cínicos y la misma caracterización de la vida como una vieja terca, sorda y muda, que no escucha ni se acaba de hacer explicar.

Quizá Valle es superior porque se ríe, pero Chéjov tiene su lugar porque perdona siempre. Perdona todas las miserias de sus personajes y a todos sin excepción les regala algo perfecto. Dalí decía del ser humano: "Pueden tener los pies feos, pero si tienen los pies feos, tienen los ojos de la pasta del oro." Pero esto, desengañémonos, ya no es Chéjov. Ese algo perfecto, nunca jamás sacó de la mediocridad a un personaje de Chéjov.

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