jueves, 21 de febrero de 2008

Pozos de ambicion, de Paul Thomas Anderson


LA TESIS
Dos consideraciones acerca de There will be blood, que es el título no apócrifo de Pozos de ambición, que suena, en cambio, a radionovela.

La primera. Que es curioso pero habitual ver una película y no saber decir qué es lo que hace que una película se haga lenta. La magnífica El cazador de Michael Cimino es una película lenta y larguísima pero que nunca se hace lenta, especialmente en su primera parte. Y con Pozos de ambición pasa, salvando las distancias, algo parecido. Es lenta pero no se hace lenta.
Quizá la clave esté en que en ambas nunca dejan de pasar cosas, las escenas avanzan a lo largo de un hilo que se mantiene siempre misterioso, pero firme. La lentitud no es tal cuando, como a lomos de una bicicleta y por muy lento que avances, no dejas de dar pedales.

La segunda. Pozos de ambición es una película de tesis sobre el negocio de la religión y la religión del negocio en Estados Unidos. Es una larga y retardada fábula acerca de la separación entre Iglesia y Estado, acerca del conflicto entre religiosidad y laicismo en paises, como los Estados Unidos o Israel, que no han tenido Edad Media. Es una predicción. No voy a entrar en la tesis, que creo que es correcta.

Quiero decir tan sólo que en las películas de tesis -sobra decirlo- todo está al servicio de ella. La tesis aparece al final, como una cuchillada, la tesis es exaltada y se muestra sin moderación. Pero lo importante es que, parafraseando lo que dijo Nietzsche de los malos artistas (románticos), la tesis tiraniza, pero nunca domina. Y el arte, que es digestión de la realidad -también según Nietzsche-, debe dominar, convencer, unificar, guiar siempre en libertad, no tirar del ronzal a base de materia gris. Toda tesis tiene algo de indigesto. Y Pozos de ambición, ya lo he dicho, es una película de tesis.