martes, 4 de marzo de 2008
Prescindiendo del texto
ABSOLUTE WILSON
Proyectan en el Teatro Social de Basauri, con siete personas dentro, "Absolute Wilson" (programado dentro del absurdo y heterogéneo ciclo de cine hecho por mujeres en el que se incluyen obras de mujeres sobre hombres), un documental sobre el director de escena Robert Wilson. (Me permito, en represalia por el ciclo, éste sí, anti-natura, omitir el nombre de la directora.)
El Teatro Social de Basauri es un remozado y amplio teatro rojo en el que aún cubren las puertas con cortinas para conseguir una oscuridad total y me da qué pensar acerca de la arquitectura de la margen izquierda y de la margen derecha de la ría del Nervión (o del Ibaizábal, que también reclama su "ciclo").
La verdad es que los nacionalistas -que dominan más la margen derecha- han respetado más la arquitectura previa y han sido menos dados a la arquitectura faraónica y estatalista (excepción hecha de la feria de muestras con su vacía torre-moloch que les han colocado a los socialistas como un castigo o venganza). Los nacionalistas han estado más contra el Estado y han rehecho lo que ya estaba hecho antes que construir algo nuevo. Se han basado más en la historia, quizá porque son historia. Lástima que no se pueda decir lo mismo de su política con la red de carreteras que me ha llevado hasta Basauri.
Pero pasemos a Robert Wilson. ¿Qué decir? La verdad es que Wilson es una de esas personas que explican por sí mismas muchas ideas que circulan por ahí. A veces ocurre que escuchas algo extravagante como "Yo creo que hay que hablar de cosas concretas, como "zapato, mesa, coche..."" y luego te das cuenta de que en realidad quien lo dice está repitiendo una idea antiquísima -absurda y convenientemente radicalizada por el vulgo-, en este caso de algunos miembros antimetafísicos del círculo de Viena. Bueno, pues con Robert Wilson pasa lo mismo (pero en este caso el plagio es para bien): muchísimo de lo que se monta hoy -incluido Tomaz Pandur o el Marat Sade de Alfonso Sastre y Animalario- viene de el arte bruto de Robert Wilson. Y, por otro lado, a costa de Wilson se ha hecho mucho "teatro con mallas".
Sabido es que los estadounidenses pasan menos vergüenza que los europeos. Wilson, como buen yankee, ha hecho de su gris autobiografía y de sus problemas personales la materia de sus montajes, sin ningún síntoma de timidez o embarazo. Trabajó en los hospitales, trabajó con niños deficientes (siempre ayudando, como un buen americano, y siempre sacando provecho y explotando) para incorporar cualquier enfermedad de los nervios -como se las llamaba antes- a su obra.
¿Qué veo yo en Robert Wilson? Se ve algo de Chomsky, la absoluta imprevisibilidad del hombre y del lenguaje humano, la extravagancia, la moralidad del cuerpo del hombre, la enfermedad en nosotros, la enfermedad que somos, pues somos enfermedad mucho más que salud.
Y se ve, ay, que, como él mismo dice, "el lenguaje es la barrera de la imaginación", sobre todo el lenguaje textual. Y para aquellos a los que todavía nos gusta la narratividad -y no la danza o la arquitectura escénica- esto es un drama. Wilson prescinde del texto.
Wilson es uno de esos directores de escena natos (de él se dice: "Era una de esas personas que no querían ser directores de escena, es que lo era"). Uno tiene ya desde hace algún tiempo la impresión de que los directores de escena se seleccionan como las élites nazis, por pura fuerza. En este punto no sirven los sentimentales ni los indolentes, ni tan siquiera los lentos.
El documental finaliza con una cita suya: "A veces te preguntas qué te toca hacer lo siguiente. Yo pienso que es mejor pensar qué no debes hacer lo siguiente y hacer eso."
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