martes, 11 de marzo de 2008
Excesos catedralicios del fin del mundo
PAISAJES TRANSFORMADOS, DE JENNIFER BAICHWAL
Cita de "Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo", de Diego Sánchez Meca: "Para Nietzsche, "chino" es alguien cuyas necesidades vitales se han reducido a un mínimo. Osea, es un modo de nombrar la exclusión de la idea de crecimiento: "... la adaptación, la modestia del instinto, la satisfacción en la repetición, una especie de estancamiento del nivel general del ser humano". Es el prototipo del funcionario para quien el cumplimiento diario de una rutina se ha convertido en condición de vida. Traduce esa actitud nihilista básica de replegarse en lo que manda la mediocridad, sin el menor deseo de crear algo o de transformar de algún modo su existencia. Se tiene además, haciendo eso, buena conciencia." (Nietzsche también habla, en otras ocasiones, de "ser un tornillo".)
Y con esta cita ya sabe mi lector dónde se encuentran, como si se tratara de una predicción macabra, como si el concepto de Nietzsche fuera racial, los paisajes transformados, la tierra baldía, el paisaje y el paisanaje del que hablo.
Jennifer Baichwal ha rodado un nuevo Koyaanisqatsi siguiendo al fotógrafo Edward Burtynsky por Oriente (especialmente por China) y dejando testimonio de la destrucción medioambiental y social. Ríos rojos como la sangre, esqueletos de barcos, pirámides de escoria que parecen sedes de un gobierno de hormigas, desiertos de silicio, ciudades destruidas por sus propios dueños a tanto el ladrillo para dar paso al progreso...
Pero lo que más impresiona son los trabajadores. Somos trabajo. Por eso, sobre la destrucción natural, es al ver las condiciones de trabajo que capta Baichwal cuando se te revuelve "el carácter de la especie" que decía Marx o "las leyes de nuestra propia naturaleza" de las que hablaba Bakunin, conceptos ambos creados por ellos para denunciar la alienación.
Los trabajadores. Los que son ricos y esclavos y los que son pobres pero libres. Los que no cantan mientras trabajan y los que todavía cantan. Los que hacen comentarios truncados, como sin moraleja, y los que se quejan (los que sólo pronuncian oraciones enunciativas ("Las cosas están así, o de esta otra manera"; los que tienen éxito en Occidente también hablan así) y los que resisten). Los que no creen en Dios y los que, al menos (hoy lo he visto claro) le conceden la libertad que no tienen a Dios. (Hay algo peor que darle todo a Dios y al hacerlo empobrecer este mundo: no ver la libertad de la voluntad ni siquiera en Dios, no concebirla siquiera, no regalársela ni a un ente de ficción.)
Hace cosa de un lustro se expuso en el museo Guggenheim una magnífica obra de Bob Rauschenberg: un amasijo de hierros y cromados que había recogido de la playa, un Niágara de parachoques con el que el mar había tocado la puerta de su casa y que el norteamericano enmarcó convenientemente. "Excesos catedralicios del verano", le llamó el irónico artista, siempre disfrutando del presente, siempre desdeñando "la actualidad", tan caduca. Pero la pieza no podía evitar destilar una tristeza última de desastre y denuncia. Me ha parecido verla en este documental.
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Edward Burtynsky,
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