lunes, 28 de enero de 2008

El beso de Judas, de David Hare


SOCORRIDA MARICONERÍA
Retorno de una larga convalecencia con un post o comentario que preferiría no escribir, más que nada porque de lo que voy a hablar ya sabemos demasiado todos. Me dispongo a decir algo acerca de los límites, al parecer infranqueables, de lo que se ha venido en llamar lo políticamente correcto. Y para ello nada mejor que la huera dramatización de los penúltimos días de Óscar Wilde a cargo de David Hare, se dice, uno de los mejores dramaturgos del momento en la que fue patria de Shakespeare.

Qué aburrimiento. Estas tragedias gays son una mezcla entre La ratonera de Agatha Christie (o cualquier otro género de teatro policiaco) y lo más rancio de Casona. Algo, a juzgar por el silencio sacro de la sala y por la violencia con la que se reprimía hasta un susurro, destinado a quedarse en cartel para siempre. ¿A quién se le ocurre escribir una obra sobre Wilde y la querella con el Marqués de Queensberry sin un ápice de ingenio, ni siquiera de sentido del humor, haciendo de Wilde un adelantado de la, se supone ya, eterna causa gay? ¿A quién se le pasa por el magín hacer algo tan absurdo como escribir una obra por encargo de un actor (un tipo como Liam Neeson, además)?

Las interpretaciones estaban plagadas de carcajadas huecas, lloros repentinos, borracheras de agua y puñetazos sobre la mesa. Todo lo que le ha dado al teatro su mala reputación se daba cita sobre el escenario. El texto, que más que escrito estaba redactado a vuelapluma, es más relamido que un gato, la moraleja es como Narciso dándole un beso al agua y el autor parece ser uno de esos dramaturgos que siempre se quejan de "los tiempos que corren" sin saber muy bien a lo que se refieren. Y es Sir.

Pero, como siempre, había algo gracioso en lo grotesco: Uno se enteró de que el que puso la demanda no fue el puritano y estúpido Marqués de Queensberry. El querellante fue Wilde. Ahí había otra obra.

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