miércoles, 10 de octubre de 2007

Promesas del este, de David Cronenberg


EL MOLESKINE DE UNA PUTA
Decía el otro que si seguimos guiándonos sólo por nuestro propio interés egoísta, el final dramático del hombre está garantizado. Dicen también por ahí voces autorizadas que el hombre va a plantarle fuego al planeta por sus cuatro esquinas y luego echarse a correr, y se supone que quienes lo van a hacer son los huéspedes de los países más ricos y civilizados. No sería ya la primera vez. Y es evidente que el paradigma del propio interés egoísta del que hablamos es, en los países ricos, la mafia, tal y como sale retratada en Promesas del este y no en alguna que otra película complaciente de algún viejo director italonorteamericano. Así, Promesas del este es una película comprometida y apocalíptica, desesperada con la desesperación de Shakespeare en Tito Andrónico, con el que guarda tantas similitudes. Viggo Mortensen podría ponerse una toga, coger al niño en brazos y preguntarse si el final que le espera va a ser tan negro como el suyo, si el hombre tiene salida o no, si es un experimento fallido. La pelota está aún en el tejado. Y todos conocemos la base de la pirámide que estamos construyendo, la pirámide de los opresores y los oprimidos: la inteligencia. Que los listos sean y deban ser más depredadores que los menos agraciados. De eso trata Promesas del este y de eso trata nuestra vida.
Contemos un poco el argumento, sin destrozarlo con una crítica prematura. En el Londres libresco y de cuento de hadas, "lejano como un lugar de la Biblia", en el Londres del Dr. Jeckill y Mr. Hyde, de la durísima Peter Pan, de Un cuento de Navidad, una mujer muy bella muere y se encuentra su diario, el diario de una prostituta. Y a partir de ahí, ¿somos todos hermanos? ¿Es la mafia peor que el KGB? ¿O es mejor?
Es una película de aliento shakespeareano, de mucho aliento, de besos a tornillo del bien con el mal, de rojos arteriales, de cristalerías rusas, de tulipas, de santones, de socialistas olvidados, de parricidios y lutos, de aguardiente de pétalos de rosa, de idiotas asesinos por ser idiotas, por no servir para otra cosa, por ser "inútiles hasta para la prostitución", que diría Luis Martín Santos, y de vírgenes putas descalzas e iluminadas, una película con toda la belleza de las rusas y de Rusia. Por fin Rusia vuelve a simbolizar al hombre. Las referencias de Cronenberg al cuerpo, al origen corporal de la violencia, están presentes, sí, pero, si se me permite, son lo de menos. Promesas del este tiene vibraciones de la mejor novela rusa del diecinueve.
Es una película en la que se muestra el verdadero rostro del totalitarismo, que es, siempre y sin duda alguna, un rostro amable que te ofrece un plato caliente. El totalitarismo también existe en el oeste, esto es algo evidente que al parecer hay que repetir una y otra vez: Que existe la acaparación, la mafia, la depredación, la soledad, el deterioro.
Ahora que estamos a punto de arriesgar -yo, el primero-, como quien juega a los dados, nuestro país por algo mejor, o supuestamente mejor, me declaro orgulloso de ser español por una razón: España no ha generado mafia. Ha mantenido cuñadísimos, fastos dictatoriales, ladrones y demagogos, sátrapas persas y bodas prostituidas, ha servido banquetes de cadáveres, pero no ha tenido mafia. No se nos ha helado el corazón con el anarquismo canalla de la mafia, sino con el anarquismo caliente y público de la CNT. Va a resultar verdad lo que decía Francisco Umbral: La mafia o está fuera del estado o está dentro del estado. Y en España la mafia siempre ha estado a la luz del escrutinio público y del mentidero. Reconozcámoslo de una vez, porque eso es lo que somos frente a los anglosajones.

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