viernes, 26 de octubre de 2007

Marat-Sade, de Peter Weiss


EL ÓMNIBUS DEMENTE
Comienza la obra con unos locos bajando una colina de nieve (¿una referencia a "Tormenta de nieve", del "esquizofrénico" Turner?) y acaba con unos locos lanzando sus ropajes al público. Entremedio, lo que consigue Animalario -esa compañía que actúa como si tuviera prisa, como si tuviera cosas más importantes que hacer, publicidad, ir a un sarao, asistir a una pasarela- es organizar la desorganización. Hoy lo difícil es desorganizar y Animalario lo sabe y contribuye salmodiando versos que parecen sacados de un Limmerick de Lear como "los monarcas son padres buenos la sombra de los cuales vivimos en paz, los monarcas son padres buenos a la sombra de los cuales vivimos en paz, los monarcas...". Y así sin cesar.
Los actores de Animalario se atan al poste de la luz de la locura y gritan, aúllan, hacer sonar sirenas, bocinas, alarmas y lanzan al espectador ese odioso material de derribo del que hoy está hecha la escultura, la arquitectura y hasta la pintura y la escenografía. Pero, en este caso, y representando la compañía el papel de un grupo de locos, el hacerlo está, para sorpresa del espectador, justificado.
Animalario consigue emocionar porque saben que no pueden emocionar a nadie hoy, porque saben que parten de un proyecto estético fallido, postmoderno o moderno, pero fallido, y es entonces cuando emocionan. Son malos y lo saben, son burdos y lo saben, hacen como que no se saben el texto porque casi no se lo saben y no les da la gana de saberse el texto porque lo que saben es que hoy hay en el espectador una coraza de insensibilidad. Somos impermeables. Si el espectador no quiere entender no lo va a entender aunque se lo recite Laurence Olivier. Para que lo entiendan es mejor gritárselo. Y es cuando desvelan ese aislamiento del público cuando te emociona esta compañía compuesta de hooligans con corbata, de consumidores reclamando, de ejecutivos cínicos que nos representan fornicando sin parar, agotados, solos y ridículos, excesivos e industriales.
Todo les sale bien porque la obra representa lo mejor de Francia, al maldito Marat, al maldito Sade, a todos los malditos que son, lo hemos dicho, lo mejor de Francia. El malditismo no es sino el fracaso de la Revolución. Porque, como decía Cela, "lo malo de los que lo saben todo es que cuando les preguntas no dan ni una".

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