martes, 30 de octubre de 2007

El sueño de Cassandra, de Woody Allen


DESEAR MATAR A UN HERMANO
Alexander Brodsky, el padre de Joseph, el progenitor del insoportable y exigente Brodsky, empezaba siempre sus artículos con la misma frase: "Nubes densas y cargadas de tormenta se ciernen sobre el Báltico...". Bien. Nubes densas se ciernen sobre Londres, sobre Nueva York, sobre todo el mundo anglosajón, nubes densas se ciernen sobre Dinamarca, se ciernen sobre Italia y sobre España. Nubes densas se han cernido hoy sobre el cine del puerto deportivo de Guecho, sobre el pantalán en el que descansa el cine de Algorta, rodeado de barcos como "El sueño de Cassandra" preparados para partir con todos sus tripulantes. Nubes densas se ciernen sobre todo hijo de hombre y es un placer verlas y entenderlas. Viéndolas en la película de Woody Allen, ellas, las nubes, junto con la mala conciencia a la que sustituyen, se vuelven estéticas, se vuelven deseables.
No nos pongamos agoreros con tanta nube, no es ése el sentido de la expresión. Lo mejor de los pronósticos es que se olvidan y además Woody Allen es un dramaturgo muy eterno y muy poco político. Woody Allen inscribiría su nombre en algún eterno templo griego del MIT (eterno dentro de sus posibilidades, diría él -las del templo y las de él-) antes que hacerse un nombre entre los intelectuales comprometidos del Village, esas hojas caducas que siempre están con la paz y contra la última injusticia, como Harold Pinter, como los sacerdotes. (Allen hace mucho más por la paz induciéndote a matar a un hermano y sobresaltándote con la necesidad de un nuevo pacto que milliardas de ellos dando una tabarra aprendida.)
Pero volvamos a la película. Ésta se plantea como uno de los dilemas morales del Père Goriot, de Balzac: Apretando un botón matas a un mandarín en la China e inmediatamente te haces rico gracias a ello. Y poco a poco, con la asistencia de Phillip Glass, que nos sorprende desde el principio con una ronca obertura, Allen nos va llevando por su celuloide muy dependiente del guión, placentero, teatral, fácil de entender. Y lleno de giros populares, pues el suyo es el lenguaje del pueblo. Sus temas de siempre: sexo y suerte, las dos eses del dólar, jerarquía y muerte, la gasolina del mundo, las cuatro columnas de cieno de su vecino Wall Street, el eje roto del mundo que habita una raza hemofílica. El mismo tema que Match Point, que Delitos y faltas, pero tratado de tal manera que deseas que te lo vuelva a contar mil veces más. Y así, tentándote la ropa, hasta su última palabra, que en una película puritana corresponde siempre a un juez y en las suyas a un policía que ha fracasado en ponerle coto al mal.
¿Cuándo se agota un cineasta? Le parece a uno que éste tal Allen ya debería estar agotado, que ya no habla de sí mismo, que ya no siente, que ya no está loco sino que lo piensa, que ha agotado a su padre (un jugador), a su madre (la que le regaña a su padre), a toda su familia, a su propio éxito... Piensas que en algún momento ya no es él, que él debe estar ya definido y enterrado. Pero no. Los genios, decía Dalí, no deberían morir nunca. Al menos mientras nos regalen películas como "El sueño de Cassandra".
La radio la había calificado de mala de solemnidad y sin guión. Pero hay películas que hay que ir a ver. Y, además, Aarón la había definido: "exquisita". No en vano yo a Aarón lo tengo entre la Espasa y la Britannica.
Y, al salir de verla, llovía, Aarón. Llovía a cántaros. La tormenta había descargado. Y los barcos atracados alrededor del cine se balanceaban por las olas. Muchos de los aparejos sonaban como los cencerros de los borregos. El de uno sonaba con el sonido de un barco especial. Llovía. La primera inscripción apresurada sobre la cuartilla: "maricones sarta de en la radio".

2 comentarios:

bolboreta dijo...

Trataré de ir a verla, Ibán, sobre todo después de leer tu crítica (me gusta como escribes). Y ya te contaré...
Saludos.

Anónimo dijo...

Me alegro muchísimo de que te haya gustado (también se agradece la cita, no faltaba más). Woody Allen ha diluviado sobre nuestras cabezas como Dios, se ha marcado una pequeña obra maestra.
Y, efectivamente, lo menos terrible de Cassandra es matar al hermano. Lo más terrible, quizá, han sido los rebuznos (predecibles) de la crítica mayoritaria que no ha entendido ni una puñetera secuencia de la película a derechas.
Por cierto, vi "Promesas del este". Espectacular y escalofriante, aunque no sé si en ese orden.