martes, 21 de diciembre de 2010

La muerte de la masa

FILM SOCIALISME, de Jean-Luc Godard
¿Quién es Jean-Luc Godard hoy? Y porque en la pregunta va ya implícita la respuesta: ¿Cuál es el valor de cambio del valor de uso de Jean-Luc Godard hoy en día? ¿El del cine de ensayo? ¿El de un cineasta que trabaja ya sólo para el análisis posterior?
¿Hay en Godard ya "un zumo de Francia" y nada más? ¿Pertenece Godard de lleno a esa triple enfermedad francesa que es el chauvinismo, el estatismo ante todo sin pros ni contras y la incomunicación posmoderna? ¿No estamos, hasta cierto punto, ante la película de un viejo que mira los usos ruidosos y liberales de los jóvenes con miedo? Sí, Godard, en cierto sentido, no hace más que ideología en el peor sentido de la palabra "ideología". ¿No es su pesimismo bastante inferior al optimismo político y liberal de Federico Fellini? ¿La nave no va? Godard es un viejo que sólo hila ya dos frases seguidas y entonces empieza una nueva historia, un viejo ideólogo que prueba sus teorías utilizando niños manipulados con la colaboración de su bella madre. Pero...
Pero empieza con el agua, comparando el agua (esa silenciosa base de toda tecnología) y el dinero como bienes públicos. Pero sólo su metraje es canónico, el resto es ensayo del de toda la vida, de el que inventó él (jóvenes haciendo de la política su teatro), que va de las imágenes de archivo hasta el video-clip, de la Guerra Civil a Iniesta y el Barcelona. Pero hay veces en que te causa una justificada risa, en que rasca la capa que esconde el absurdo de nuestra eterna hipocresía (es el sistema el que te hace hacer cosas ridículas, de slapstick). Pero piensas todo el tiempo.
Sin embargo, pesa mucho la idea de que un autor es su público y que a Godard no le van quedando tías buenas que le presten su hijo rubito para hacer de niño comunista o tontas para pegarse de bruces contra los cristales transparentes que, como barreras transparentes, puramente ideológicas, son las que denuncia Godard de toda la vida. Esas rubias que gritan histéricas y estáticas: "¡Hitler! ¡Stalin!" Y que a Godard se le acaban las citas. Que ya no tiene autores nuevos con los que contar. ¿Y por qué si siempre le ha ido tan bien?
Quizá, porque Godard, a pesar de venir de una tradición tan -se puede decir- modesta y escarmentada como la de la Escuela de Frankfurt -Herbert Marcuse fue el primero en denuciar el comunismo soviético y toda esta tradición no puede poner más el énfasis en la necesidad de revisión y el peligro de las visiones holistas- se sigue sin enterar ¿de qué? De la muerte de la masa, es decir, del fin del siglo XIX. La masa de Elias Canetti ha muerto asesinada por esta misma red desde la que escribo, por Facebook y ¡ojo! por las cámaras de vigilancia (¡sácale partido, Jean-Luc!) atentas a cualquier amago del más inocente hooliganismo o la más triste de las manifestaciones. Las escaleras de nuestras estaciones de metro no son las de Odessa, Jean-Luc. Ahora las escaleras se bajan de uno en uno. Por eso le faltan rubias que le presten sus bellos niños para sus experimentos, Monsieur Godard.

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