viernes, 3 de diciembre de 2010

Apagon armenio

CHLOE, de Atom Egoyan
Recupero el hábito del blog, si es que me lee alguien, después de una necesaria y profunda temporada de "despantallización" y, ¿por qué no decirlo?, de vagancia. Por el camino no se han quedado demasiadas obras maestras, pero sí, por ejemplo, la persona que hablaba de despantallización, Luis García Berlanga, y varios colegas de la crítica que ya están por las nubes teóricas, inalcanzables. Y el recomienzo no ha sido bueno.
Primero, decía Hegel, es la oscuridad. Por eso las películas deben empezar no con unos títulos de crédito sobre negro, sino con el negro. Empezamos de cero, un nuevo universo comienza. Y cuando se hace la luz es que las cosas empiezan ya a empeorar, pero a la luz se le disculpa porque por algún sitio hay que empezar. Pero estamos sí, en la oscuridad, y la película lo que debe lograr es estar a la altura de ese primer fundido en negro con el que comienza. El comienzo -obligatoriamente desde cero- de la pequeña "creación" que vamos a ver.
Y Atom Egoyan, el genio armenio, el Cristo armenio de actrices peludas y exóticas, el judío que perdona su Holocausto, el director que nos ha dado momentos eternos de psicóticos que veían pasillos poblados, el importador de especies exóticas y protegidas, la sonrisa e ironía del multiculturalismo, no ha estado a la altura, a la suya propia. Es más, por una avería en el suministro eléctrico, provocado por una barraca gitana y navideña, (que además nos ha recordado desagradablemente que el cine depende de la electricidad) no ha empezado, sino que ha terminado en negro.
Egoyan -hasta donde el apagón me ha dejado ver- nos ha ofrecido un catálogo de locales de moda y de lofts de Toronto, de interpretaciones vulgares y paternalistas (american style) incluidas en un guión folletinesco y mal escrito, de confesiones que lo son en Estados Unidos, pero no en Europa, de diseños y tontopolladas (Aarón dixit) y de planos de principiante. Nos habíamos dejado, allá por el Festival de Valladolid, a un exiliado de oro, a un emigrante que "habitaba sólo sus zapatos", por encima de Armenia, por encima de Turquía, por encima de Egipto y de Canadá, a un profeta, y descubrimos a un puritano cuyos actores se desviven entre jaculatorias y viven como millonarios sin una triste sombra de un trabajador sosteniendo esas vidas desocupadas llenas de infidelidades y de cumpleaños sorpresa. Y lo peor no lo pone la parte comercial, lo pone la parte de arte y ensayo del antaño penetrante armenio. Apenas un solo hallazgo, una puerta transparente o una frase -un lugar común-. sobre internet. Nada más.Y luego, el apagón.
No hay distintas "generaciones" de imágenes, no hay metalenguaje sobre el cine, no hay nada. Sólo hay -hasta donde el apagón provocado por una barraca de gitanos me ha dejado- un menage a trois. El menage a trois, que, Atom, ya va siendo tan viejo como el matrimonio.

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