domingo, 19 de abril de 2009

EL Punctum


VALS CON BASHIR
Aarón, en Creadores de imágenes, me ha llevado de la muñeca -mediante una recomendación suya- a ver esta película del israelí Ari Folman. Con gripe y todo.
La película parece en un principio la típica película israelí que prepara una paz condescendiente. Uno tiene la impresión de que los israelíes siguen viendo lo que han hecho con los palestinos como tras un cristal, sin emoción, como si lo hubieran hecho por necesidad (lo cual no está tan claro). Luego, la cinta de Folman va tomando el cariz de pertenecer a la nueva ola de pacifismo que ha surgido como consecuencia de la guerra de Irak.
Pero al final, el cristal (e incluso el pacifismo) saltan hechos pedazos. Y aparece el punctum, la piel purulenta de la realidad que no queremos o no podemos ver. Y el espectador sale del cine con una certeza muy sana: la imagen piensa.
Ari Folman ha hecho una película valiente acerca de las cosas que realmente interesan, más allá de cualquier verdad óntica, acerca de las ciencias del hombre: la memoria (que, como decía Salvador Pániker, funciona con el presente), la historia y la política. Y se ha quedado sin el Óscar, por supuesto.
Nota Bene: Se nos ha pasado de largo la segunda parte de Che, de Steven Soderbergh, al que hay que agradecer una silueta sobria, valiente, honesta y admirada del revolucionario argentino. No es cierto que la película no tenga planos o estructuras interesantes. Y está rodada sin ninguna concesión al efectismo, con verdadera austeridad comunista.

martes, 14 de abril de 2009

La leyenda negra de ellos


EL ENCUENTRO DE DESCARTES CON PASCAL JOVEN, de Jean-Claude Brisville
La labor de un escritor no es siempre ir en busca de la verdad. A veces el escritor se puede apostar al borde de la carretera no porque sea un buen sitio ni porque la carretera lleve a ningún otro buen sitio, sino porque si no se mueve puede que la liebre acabe pasando por allí. Para seguir la verdad están los filósofos. Ningún escritor es inmune a la mentira absoluta, ni siquiera Valle (Nietzsche tenía mal estilo en sus poemas), pero a gente como Umbral, con la consigna de "el hombre no se merece la verdad", les fue francamente bien.
¿Entonces qué hay que echarle en cara al académico, al artero, al francés, al esnob, al valium de Jean-Claude Brisville? Una cosa que no se le perdona a un escritor: la cobardía. El escritor que está en primera línea no puede permitirse el no disparar contra el más fuerte. Aunque sea por hacer blanco.
Y Brisville crea una leyenda negra inversa de los luternos o criptoluteranos galos, algo que queda muy bien en Francia (que fue zona de debate y campo de batalla de las dos facciones) y en otros países latinos dedicados al carpe diem, mayormente. Brisville, ¿por qué va a optar? Por lo evidente, por lo que todo académico, por darle caña a la Alemania espiritual y a su representante en suelo nacional: Pascal.
Bien, no digo que no. Pero uno ya está bastante harto de las culturas que no se entienden y no dialogan no tanto porque "hablando no se entiende la gente" sino porque no les da la real gana. Ojo: De Agustín, de Lutero, de Pascal se llega a Heidegger. Y Heidegger podrá haber sido nazi, pero también ha abierto el debate como ningún otro filósofo en este mundo.
Uno antes, hace sólo unos años, para horror de amigos filósofos, usaba de un positivismo a prueba de bombas que venía a ser que "aquí no hay más cera que la que arde". Yo, lo que no estaba claro y no se entendía, no me molestaba ni en echarle una segunda ojeada. Aarón - Creadores de imágenes- fue testigo mudo de alguna de esas contestaciones mías. Cosas de mi filosofía a distancia. Pero ahora valoro más que nunca la apertura del discurso.
A lo que iba es que uno ya no se cree que los luteranos sean tan fanáticos, tan subjetivos y tengan tan pocas virtudes, que sean algo así como el padre de Bergman (ni que los españoles se dedicaran todos al Santo Oficio). Uno está ya decidido al diálogo entre las dos culturas, cada una con sus aciertos y errores, y no al combate como quieren algunos y algunas. ¿Pero qué cabe esperar de un académico?
En cuanto a Flotats, el día en que se trabe, sube al camerino y se descerraja un tiro.

domingo, 12 de abril de 2009

Antropologia homosexual


LOS ABRAZOS ROTOS, de Pedro Almodóvar
A pesar de todo he ido a ver la última de Almodóvar. Y digo "a pesar de todo" no porque me avergüence de ello (como les ocurre a algunos) sino porque, como decía Pound -y ya es mucho, mezclar a Pound con Almodóvar- un autor es su público y el de Almodóvar está compuesto por menopáusicas que suspiran cuando las luces se apagan porque lo van a pasar mal, por divorciadas poco soportables y socialistas de cualquier pelaje que no se dan por enterados de la demasiado sutil ironía de su director.
Digo a pesar de todo porque Almodóvar es un Fassbinder (coge de él los enormes affiches en las paredes, por ejemplo, o los primeros planos) sin tanta crítica social, un Fasbinder cobarde, si es que eso es posible.
Digo a pesar de todo porque Almodóvar ya se nutre de las historias de su propia trouppe, ya no se nutre de lo que suelta él, sino los demás, y eso es decadencia.
Pero lo que hace Almodóvar es cine. Puro cine.
Almodóvar es un anti-kantiano que opina -"modestamente", como suele decir en público- que Kant está equivocado y que en vez de verlo todo desde el punto de vista del deber, hay que verlo todo desde el punto de vista del deseo, y entonces todo se ilumina, todo resulta compresible y es mucho más divertido. El deseo sería así al menos como el primer imperativo para poder entender lo que está pasando.
Almodóvar es un poeta -poeta grotesco, pero ya he hablado muchas veces a favor de lo grotesco en este blog- para el que la poesía es lo incaptable, la visión de un ciego, la sinestesia.
Y así he visto pasar por la pantalla sus arcos iris, la prostitución más o menos por sentimientos, a sus hombres extraños y poderosos, a enfermos y enfermeros, a esperanzadores y fuertes cambios de personalidad y a la escuela negativa de la vida, que nadie retrata como él.
Almodóvar ve el arte como una exaltación sentimental y por ahí iba la definición que Truman Capote daba de su obra. Almodóvar te hace recordar lo que decía Nabokov: "Yo, literariamente, soy homosexual."

domingo, 5 de abril de 2009

Valle slapstick


LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA, de Ramón María del Valle-Inclán
Tituló El Mundo -ése moderno pliego de cordel- hace unos años, que ya van siendo por cierto siempre demasiados, que España no había cambiado, y fundamentaba la opinión, como siempre, en una foto de las propias: la que cerraba la boda de una marquesa con un torero que era el cuñado de un boxeador que era el marido de una folclórica. "España no ha cambiado", sentenciaba la prensa canalla.
Umbral, por otro lado, pero en el fondo el mismo, se burlaba de Cándido porque éste se había sincerado en los optimistas sesenta y había dicho que Valle estaba "muerto, muerto, muerto".
Bueno, pues yo les doy la razón a todos, a Umbral, a El Mundo y al bueno de Cándido, que en paz descansen los tres, por cierto: Hay épocas -cuando se firmó la Declaración de Independencia norteamericana, por ejemplo- en que nos miramos en un espejo iluso y Valle desaparece. Pero esperen un poco, no hará falta ni que la tinta del insigne Tratado se seque, para que las aguas humanas vuelvan a su cauce natural y biológico y Valle, en su inmensa valentía (Valle no se esconde en burladeros morales), vuelva a resurgir. Éste es el caso hoy.
He escrito aquí, en esta gavilla, que para cantar a Kurt Weill no hace falta parecer puta, hace falta serlo. Para representar a Valle hay que tener mucha calle, y hambre de calle y hambre de la otra. Y los actores (no todos) la tenían, pero el montaje, no.
Por eso no me ha gustado del todo el Don Friolera que se ha paseado por Barakaldo estos días.
La Doña Loreta que yo guardaba en mi magín era incitadora, seductora, nunca inocente (en Valle no hay nadie inocente). Por contra, han puesto un Valle de blancos decorados, con actores ceremoniosos, sin la negrura del gallego, y el resultado es previsible: carece de fuerza.
El texto ha aparecido sin dobleces (nada de lo que dicen los personajes de Valle se puede creer), sin retranca ni ironía. Han hecho de él un sainete sin trascendencia, una sit-com en la que Don Friolera se abandona a los "momentos de la verdad" de las teleseries. Hay chistes de bodevil -repetitivos- disparos, petardos y hasta un desnudo.
Y, además, Valle, por mucha pólvora que haya perdido, no es Fo. Se parece, pero no es Fo. Valle es Nietzsche, para Valle todo es justo o casi justo. Lo que pasa es que aquellos de los que se ríe Valle ya no tienen poder, tienen incluso demasiado poco poder. Pero eso se arregla desde la dirección con una Doña Loreta más morena, más incitadora, más colgada de la reja, más puta. Y repito, la culpa no ha sido -nunca es- de los actores, pero han representado un Don Friolera con colorines. Un Friolera que se ha convertido a ratos en un Don Mendo con Raúl Sender. En Barakaldo siempre triunfa lo mismo.