sábado, 28 de marzo de 2009

Romeo y Julieta en Albuquerque

LEJOS DE LA TIERRA QUEMADA, de Guillermo Arriaga
En pleno apagón contra el cambio climático me pongo a escribir en mi blog (Arriaga con su maniqueísmo hubiera hecho un rasgo psicológico de esto, y no un rasgo de cansancio, que es lo que es, Arriaga hubiera hecho un drama) acerca de lo que veo:
1. Las dos culturas americanas de Guillermo Arriaga van camino de ser una gracias a él. Esto es algo que suele pasar. En el fondo lo que ha escrito y rodado, malgré lui, es una película de cristianismo puritano contra la promiscuidad y a favor de la fidelidad en el matrimonio. Es en lo que, al parecer, está quedando Cristo versus Arizona. Arriaga es uno de esos que viaja desde su casa, un hombre-maleta que ha visitado Estados Unidos y no se ha enterado ni de Lutero ni de la dialéctica libertad (Lutero)-razón (Santo Tomás, catolicismo) a la que tanto partido podría sacar. Y en vez de eso, en vez de profundizar algo o en algo se agarra a la dialéctica negativa y conservadora de las minorías.
2. En el plano estético, Arriaga siempre ha sido un desastre considerable. He hablado antes aquí (en la entrada "transcripción") de las recurrentes mañas de los guionistas globalizados que juegan siempre con la transcripción del guión a la película. Y la estética para Arriaga es algo muy canónico: decir una cosa mediante otra a la vez que se juega con dos ambigüedades. El espectador piensa mal y la película le muestra que estaba equivocado.
3. Y, por supuesto, de lo que se puede sacar petróleo es de los rasgos psicológicos, de la antropología de Arriaga. El hombre según Arriaga es plano: es continuamente deseo de algo o sexo o culpa por el sexo o por el deseo de algo, lo que, en este último caso, es amor o genera amor. El utilitarismo es total. La única interioridad que hay es cuando callan, no cuando hablan. Con un yo tan potente, la sociobiología hollywoodiense acecha tras la esquina. ¿Les suena el concepto típicamente americano del "sex" como algo que está entre las piernas? Frío, calor, deseo, sexo sí, sexo no, son las teclas que toca Arriaga con maestría.
4. Las ideas de Arriaga son tan norteamericanas y tan poco mejicanas que parecen sacadas de la sección de pintura de la Institución Smithsoniana: la comida donde se descubre que el extranjero también es humano, el desayuno donde Dios padre proveé por su rebaño, como el desayuno del mormón antes de salir a trabajar en la granja y durante el que se escucha al niño-juez, al niño almibarado, iluminado y puro, sin experiencia que le manche.
5. La tesis política de Arriaga es la comunión universal en la globalización, a saber, que lo que pasa en el Sur afecta al Norte y lo que pasó ayer nos afecta hoy. Una especie de red o comunidad comunicativa ideal de Habermas al servicio de la paz perpetua. Estoy de acuerdo. Pero Arriaga se ha puesto la camiseta de la cultura equivocada, al menos artísticamente, cinematográficamente.
6. Y la Poética. Eso que no falte. El fascismo formal. Hay una Poética gay (Sexo en Nueva York), una Poética macho (Clint Eastwood) y una Poética chicano-resentida de Guillermo Arriaga. Así nos entendemos todos.
Finalmente decir que Arriaga nos concede desnudos psicológico-exhibicionistas para atraer al espectador-porno. Brindo por ellos. Por la Theron y por la Basinger. Hollywood es lo que tiene.

domingo, 22 de marzo de 2009

... y a toro presente

EL LUCHADOR, de Darren Aronofsky y GRAN TORINO, de Clint Eastwood
Y a toro presente. Otra modalidad muy en boga. Pero nunca "a toro futuro", que es lo que correspondería.
Aronofsky coge lo mejor de la vanguardia que no hay -nos referimos a los más arriesgados-, mete un par de recursos buenos (hurtar la cara del actor principal y un flash back durante un combate para seguir hablando del combate) y nos lo vende. Pero carece de mundo propio. Como carece de mundo propio todo el cine norteamericano con la excepción de Peckinpah y, quizá, Tarantino, su discípulo. Por eso admiro tanto al indio violento.
Aronofsky abandona los planos cortos -y le sale bien- pero da la sensación de que la razón es la de Prince cuando abandonó los sintetizadores, simplemente el llevar la contraria. No hay nada más.
Aronofsky ha vuelto a rodar The lusty men, de Nicholas Ray, y resulta deprimente pensar que no se han movido de ahí, que en el fondo es una película de rodeo -rodeo político, claro-, de decadencia del far west y de Estados Unidos. Una película de rodeo en la que, en vez de sobre el toro se salta sobre el contrario.
Clint Eastwood se caracteriza por una honda preocupación por los problemas de los Estados Unidos sin ninguna cabeza para captar las claves de los mismos.
Eastwood ha rodado un clásico de Clint Eastwood. El protagonista/coche (nos reconocemos en los objetos de consumo, en la ropa, en el tocadiscos y en un armario, de Ikea) es uno de esos norteamericanos que, como decía Umbral, follan con una lata de cerveza. Los paradigmas del guión tienen también la pega de que objetizan, con lo cual la objetivación de los personajes es doble.
Pero la película es grotesca y ya he escrito en este diario que hay una relación entre lo grotesco y el arte, cuando lo grotesco se sostiene con fuerza en pantalla el tiempo necesario. Ya dije aquí que Shakespeare (la frase no es mía) está a un paso de lo grotesco (por no hablar del cansino Almodóvar). Tengo, pues, la teoría de que mostrar las debilidades propias en la historia ("sí, es grotesco, pero es real") apuntala los finales de forma sorpredente. Y emocionante.
Eastwood ha rodado un canto etológico. Si unos escriben a toro pasado y otros a toro presente, Eastwood es, simplemente, y disculpen el eslogan, que también es grotesco, el toro. Y uno se queda ya al menos con el riesgo involuntario de lo grotesco.

A toro pasado...

EL LECTOR, de Stephen Daldry y R.A.F., de Uli Edel
Siguiendo con el símil de "a toro pasado", la verdad es que el cine actual hace unas películas magníficas de esta modalidad de a toro pasado, que es como poner el Barroco a parir panteras, igual de ridículo.
Construye historias planas, de lenguaje apofántico, ésta es la clave, puramente asertivo, y nos deja con nostalgia de algo chapucero, cogido como el rábano por las hojas y escrito por algún vago europeo iluminado. Lo que hizo Fassbinder con la R.A.F. a su debido tiempo, sin ir más lejos.
Hablando de Fassbinder y la R.A.F., recuerdo la escena de los terroristas haciendo rabiar a otro pobre terrorista -alguien "sin amigos"- cuando suena el teléfono de forma surrealista y contesta uno de los terroristas: - "Haus Mann? Ja." (¿Casa del hombre? Dígame.) Eso sí que es cargarse a la R.A.F. y no el guión cobarde y ecuánime que les ha salido, muy al gusto de la SPD (que es quien pone el dinero), pero también de la CDU. El personaje del policía comprensivo está hecho muy a propósito y acaba diciendo de todo, una cosa y la contraria.
En cuanto a El lector (que tiene un final truncado), parece que ya nos han sacado a pasear a sus impresionantes directores de arte. Lo que más me ha gustado es la relación entre los baños (¿el higienismo nazi?), el sexo y la lectura. Esto me ha recordado que de pocas cosas vive el hombre, que la cultura puede ser un complejo de muy pocas cosas, sólo de tres o cuatro magníficamente combinadas.
Por lo demás, El lector tiene ya la cursilería de todo lo que tiene que ver con "los campos", y ciertas falsedades históricas muy a propósito también. Pero todo esto es demasiado evidente.
A toro pasado. Es increíble lo bien que escribimos a toro pasado. Es como en "Amanece que no es poco", cuando uno escribe El ruido y la furia, de Faulkner. Puro plagio. Unos plagian de los libros y otros de la realidad.

domingo, 15 de marzo de 2009

They are the world


EMMA, de Howard Zinn
Howard Zinn escribió Emma todo lo contrario de a toro pasado. A toro eterno, se podría decir. Con esa eternidad que dicen tener los anarquistas, Chomsky discutiendo con Foucault, sin ir más lejos. Y es que Hegel con la historia les desarma bastante el cotarro, no, nunca del todo, pero sí al menos en lo referido a su radicalidad.
Howard Zinn, para el que no lo conozca, es un historiador claro y ameno, un divulgador de lo que se ha venido en llamar "la historia secreta de los Estados Unidos", que es la leyenda negra inversa que decía Umbral que se estaba formando. De él leí "A people´s history of the United States", que aquí lo publica, cómo no, el Hiru de Alfonso Sastre y de la Eva Forrest que en paz descanse (me refiero a Eva, no a la editorial, que sigue viva y existiendo).
A mí las leyendas negras no me gustan nada, pero hay que reconocer que las historias secretas son mucho más amenas.
Y la Goldman, Emma, es uno de los mitos de mi juventud de anarcoide moderado. Que si sus amores desgraciados, líos y discusiones con Alexander Berkman (el autor del Abc del anarcosindicalismo, que me hicieron leer en la CNT de Bilbao) por nietzscheana, etc. La ideología entra mucho mejor con el Hola! de los intelectuales, que son los únicos que se acuestan según piensan.
Lo de nietzscheana -a todo le ponen los intelectuales un nombre intelectual- no es otra cosa que que la Goldman era bastante ligera de cascos, cosa que, al parecer y según me contaron, hacía sufrir al anarquismo cristiano de Berkman.
Zinn ha escrito esta obra como una sucesión de spots publicitarios perfectos, en música y texto. Todo muy americano y todo muy common sense. Cada escena, por cierto, con sus puntos de giro teatrales, que son más discretos que los cinematográficos. Los americanos, en arte, tienden a la perfección. Creen en ella.
Dejando de lado la puesta en escena, que me ha parecido muy buena (transparencias y proyecciones que al menos no ofenden), uno se debate en las casi tres horas de representación entre creerles y no creerles. Uno piensa, para empezar, que los pobres son muy mentirosos (Umbral criticaba mucho esta afirmación). Después uno opina que lo de Sacco y Vanzetti fue algo así como lo de Lady Di pero en anarquista, ojo, todo se puede dar. Uno cree también que el sexo no debería nunca ser revolucionario (en esto quizás estaría de acuerdo con la Goldman). Y uno no ve apenas un par de personajes auténticamente nietzscheanos, realistas, informativos, esto es, que superen la superación, que eso es lo que es Nietzsche. Pero ha llegado el final. Y he aplaudido a rabiar. La eternidad del anarquismo, la eternidad del amor. Y, como después de una obra de Darío Fo, me he tenido que parar a preguntarme: ¿Qué me ha gustado? ¿La estética? ¿La política? ¿Qué es verdad y qué no?
Mientras escribo este post suena el We are the world en la radio. "We are the world, we are the children", cantan un atajo de rentistas americanos. Emma, tú sí que eras el mundo.