domingo, 8 de junio de 2008

Zardoz


CARTA A MI MUJER, DE FRANCISCO UMBRAL
Me regalan sorprendentemente Carta a mi mujer, de Umbral, y decido hacerle un hueco en medio de mis lecturas obligatorias a pesar de que sé lo que es: un "calcetín" al que el muerto quizás apenas pudo llegar a darle el visto bueno (la edición, llena de erratas, fue supervisada por Pere Gimferrer, no por él). Cuando decido leerlo, y no sólo dar las gracias y guardarlo en la estantería, tampoco me importa lo que dice la Fiera Literaria de el estilo de Umbral. La Fiera tiene razón en todo menos en sus críticas a Umbral y a Cela, por muy hartos que podamos estar de nuestros dos únicos genios oficiales de finales del siglo XX (el no oficial es Leopoldo María Panero). Ambos tienen voz propia, que, como decía Cela, es lo que hay que tener para entrar en el Parnaso.

En cuanto a lo del calcetín, Hemingway decía que a él después de muerto le iban a publicar hasta los calcetines. Las viudas (las de Hem puede ser que fueran más comedidas por eso de la poligamia de él, que siempre pone en su lugar, y porque ellas hacían sus buenos propios trabajos) se dan mucha maña en esto de sacarle partido al muerto después de haberle sacado partido al vivo. ¡Ay, la soledad de los viejos escritores, cuando, como Umbral, convierten su Olivetti en una "máquina acuñadora de moneda"!

Pero hagamos el remedo de reseña del libro. Umbral plantea un libro conservador, como es él, conservador en el sentido de la actitud conservadora que, como la define Michael Oakeshott, consiste en valorar el presente y disfrutarlo porque es lo familiar, más que en un "Verweile dich, du bist so schön" o un caminar alocadamente hacia el futuro. Un libro que es, por tanto, el contrarrelato de sus columnas de actualidad, aunque a veces el relato "eterno" se disuelva y lo que te quede en la memoria sea algo tan ligero como una columna.

Y esta forma de escribir, a base de contemplación del jardín y no de actualidad, tiene un mérito: contradice todos los tópicos de los hipercomprometidos críticos de las universidades "de género estadounidense" acerca de cómo se debe escribir un libro. Es un libro escrito a espaldas de los periódicos y de la política, de los desastres y las injusticias, si es que esto es posible.

Es también un libro vegetal y animal, que muestra toda la sensibilidad de Umbral, sobre todo, por los vegetales, que podría ser motivo de una tesis. (Recuérdese Mortal y rosa, la escena del perro y la omnipresencia de los vegetales.) Pero es sobre todo un libro escrito en espera de la muerte (a pesar de ser de los ochenta). Umbral dijo (escribió) una vez que el rancho de los ex-presidentes de EE.UU era su tumba. Bueno, pues el libro está escrito desde una tumba en forma de jardín de escritor maduro en la que aún se asoman los placeres de la vida, por ejemplo en la forma de "los pies de galleta" de la nínfula Agosto.

El escritor en su villa hortera y confortable de las afueras se convierte en el hipercivilizado que espera la llegada de los bárbaros de Zardoz para que le den su cuchillada. La villa misma se podría llamar Zardoz. O un talentoso escritor joven que hubiera podido enterrar a los dos citados viejos se podría llamar Zardoz. (Pero esto es lo que no ha ocurrido.) Mientras tanto, el escritor se dedica a construir la mitología del jardín, al viejo aún le quedan unos cuantos poemas en prosa por escribir: "Cuánto hemos enterrado, María, cuánto hemos enterrado. Oficio de enterradores es el nuestro. Hay días en que cada uno de nosotros se retira a su cementerio particular, privado, secreto, o uno de los dos, y allí se nos ve haciendo visajes, sonámbulos o viejos, visitadores de un pasado extensísimo y no bien ordenado."

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