domingo, 19 de octubre de 2008

Han perdido el nombre

QUEMAR DESPUÉS DE LEER, de Joel y Ethan Coen.
En la reseña de No es país para viejos escribí -disculpen la cita propia- que el manierismo con ínfulas de cine independiente de los hermanos Coen tenía el inconveniente de que éstos pudieran perder el apellido. Pues a todos los que se llaman Coen o Cohen -o Kahn, Kohn o Kahan, entre otros- se les puede, en la tradición judía, retirar el apellido si no están a la altura de su nombre. Y los Coen siempre han dejado, decía entonces, el asunto en el filo de la navaja.

Ahora ya han agotado mi paciencia. No hay nada más desagradable que estar sentado en un cine en el que todo el mundo tiene la risa presta, rápida e infantil y tú estar sin poder reirte de nada, no sabiendo si es que son idiotas o si hay algo más. La situación recuerda a la de El guardián en el centeno (que también es un libro que halaga al espectador, pero que ya forma parte de nuestra sociología) en la que el protagonista caminaba con placer y asco en dirección contraria a las colas que se formaban en los cines de Nueva York. ¿Quién no ha sentido esto cuando era más joven y no había olvidado todo lo que hemos olvidado ahora?

Y es que algún contrapicado y cierto retrato de personajes norteamericanos y patéticos típico de los Coen no basta. Pero la cosa, como ocurre siempre, viene de lejos. Hay una escena en "El gran Lebowski" (que es una adaptación de El gran sueño, de Raymond Chandler) en la que los gemelos retratan al ser más desagradable del mundo en su opinión: un viejo rodeado de una profusa biblioteca al calor de la lumbre. Así de rebeldes son los Coen, entre comedia y comedia. Que dilapiden su talento como les venga en gana.

Por supuesto, Quemar después de leer ha sido "bien valorada" por la crítica. El crítico es una animal torpe y tropezón que otea todo lo que le pueda dar dinero y prestigio (esto es, dinero y más dinero, dinero a corto y a largo plazo). Es decir, el crítico busca un cine lo suficientemente chusco como para que sus críticas no sean minoritarias y lo suficientemente pedante como para justificar la peana desde la que pontifica. Lo triste de ello es que es de naturaleza tan miserable que, a fuerza de repetir las mentiras en público, en mil emisoras y periódicos, se acaba creyendo su propia necesidad, que no es más que una mentira. Y aquí la única verdad es que a los hermanos Coen hay que ponerles nombre. ¿Alguna sugerencia, Aarón?

miércoles, 1 de octubre de 2008

A un paso de la catastrofe


VICKY CRISTINA BARCELONA, de Woody Allen
Los poetas, escribía Thoreau, deberían tener la piel curtida por el aire frío de la mañana y las manos callosas de derribar secuoyas. Algo así. Lo que sí es seguro es que deberían tener las entrañas de acero made in Germany para mostrarse impermeables al halago y a la alabanza, al agasajo y al festín.

Duele ver una película como Vicky Cristina Barcelona. A pesar de que sea una comedia de Woody Allen, cuyas comedias son siempre muy inferiores a sus dramas, a pesar de que la crítica la haya puesto bien, lo cual es una garantía de que no funciona, y, finalmente, a pesar de que Minicultura le haya obligado a poner "Barcelona" en el título, como si fuera un product placement de Al salir de clase (Venecia nunca le hizo eso). Y duele porque Woody Allen nunca había caído en una comedia costumbrista.

La película consiste más o menos en un turístico tour franquista por la España de la partitocracia, del mismo tipo de aquellas películas de Cifesa o de la sucesora de Cifesa que mostraban sobre todo el cielo azul de España, mucho cielo azul, y que, cuando los protagonistas llegaban a Madrid, se ponían a dar vueltas en coche alrededor de la Cibeles. Duele ver a tan excelente dialoguista (y por tanto psicólogo) metido en estas tareas por estos lares. Pero es que aquí seguimos vendiendo turismo. "Abrácela mientras ella mira a la Giralda, dense un beso delante de la catedral de Santiago..."

Traer a Woody Allen a Barcelona y hacer esto es como estar en Venecia y, como aquel castizo español, no ver más que un (excelente) criadero de berberechos. Algo propio de "l´avara povertà di Catalogna" a la que se refería Dante.
Y "Woody" ya se cita a sí mismo en forma de sus ciudades: Londres, Barcelona, Oviedo... Es lo que pasa cuando el artista -ese alma débil- queda agradecido y comienza devolver la mariscada en el teatro Campoamor. Las mariscadas, querido Woody, se devuelven vomitadas.