jueves, 7 de agosto de 2008

Pavana por un sesentero difunto


TRABAJO OCASIONAL DE UNA ESCLAVA, de Alexander Kluge:

"Trabajo ocasional de una esclava. ¿De qué esclava?" Así no se puede ver esta película. Ni tampoco se debe hablar de la nietzscheana rebelión de los esclavos, que es lo que se llevaba cuando se filmó. Ni siquiera conviene hacer referencia a las citas absurdas que aparecen, de Engels y de Marx. Todo esto es ser injusto con la película. Y no sólo porque entonces todavía se hacían películas contra algo (y de ahí Marx y Engels, fundamentalmente), sino porque esta gente, allá por los setenta/sesenta, ni siquiera se acababan de tomar en serio a sí mismos. Y hacían muy bien.

Roswitha (tómese en consideración el nombre) es una mujer que "para poder tener más hijos practica abortos". Abortos con Martini, porque el aborto termina siempre con un brindis con Martini. Pero el aborto se trata sombríamente, nunca de forma dogmática. Y, cuando deja lo del aborto, pasa a vender perritos calientes envueltos en panfletos revolucionarios.

Dejando de lado lo inocentes que eran por entonces (cosas básicas de la vida creían que las habían inventado ellos (el sexo como liberación, sin ir más lejos) y eran, por lo tanto, revolucionarias), hay que destacar sus grandes invenciones: el sentido del humor situacionista, la perpetua ironía (ironía que supongo que improvisaban en el rodaje), la sabia convicción de que no nos es dado cambiar nada y que por lo tanto lo mejor es dejar las cosas como están pero criticar sin cesar. No se creen ni el feminismo de Roswitha ni el acertado retrato de su marido como un monstruo.

La película, sí, forma parte de esos grandes trabajos de fin de carrera de los sesenta. Los amateurs, siempre los amateurs son los que lo empiezan todo y los profesionales los que lo terminan. Y de ahí mi odio al eslogan americano del profesionalismo.

Trabajo ocasional de una esclava: ¿documental, cine-verité, documental de ficción o ficción pura? Pasodobles, rumbas... una preciosa fotografía en blanco y negro, muy nítida, la mirada de los niños hacia el futuro (unos niños que les traicionaríamos) y una de las sonrisas más sinceras que quepa imaginar, la de la actriz protagonista. Y jugando, siempre jugando. Los adoro. Y baste esta crítica para expresar una verdad acerca de ellos: No eran unos dogmáticos. Precisamente, lo que no fueron nunca es dogmáticos.